En su homilía de este domino, Monseñor Segio Gualberti, Arzobispo de San Cruz aseguró que con las parábolas de este domigo sobre el Reino de Dios y la semilla, Jesús nos revela que “Dios pone su confianza en nosotros pobres creaturas, dispuesto a esperar para que maduremos y demos frutos de bien, conforme a la buena semilla que Jesús que ha sembrado en la humanidad”.
En ese sentido hizo notar que Dios “ejerce su poder sobre el ser humano, no con una fuerza dictatorial que oprime –como vemos en el mundo-, sino con serenidad, indulgencia y misericordia, y además nos llaman a seguir su ejemplo en el trato con los demás: “el justo debe ser amigo de los hombres”, practicando la justicia junto a la misericordia”.
Sobre el Reino de Dios aseguró que “…una realidad dinámica que no se impone de manera violenta, rápida y grandiosa, sino de manera pacífica, progresiva y humilde, para que sea acogido de manera libre y por su atractivo. Jesús ha vencido al mal y al demonio en sus raíces de una vez por todas, sin embargo, en el mundo subsisten sus consecuencias y solo al final de los tiempos, cuando la mies será madura, el Reino de Dios será plenamente instaurado”.
Respecto a la tentación de arrancar la cizaña del trigo, es decir separar el mal del bien en el mundo, señaló que “Es un pensamiento muy peligroso, que nos lleva a ser “opresores” en vez que “liberadores” y faltos de misericordia con los que se equivocan. Esta actitud denota que no tenemos la virtud de la paciencia, por eso la indefinición y los tiempos largos nos provocan inquietud y miedo, porque nos parece que el bien no logre abrirse camino, mientras que el mal parece desbordarse de manera prepotente. A esta visión contribuyen hoy de manera especial los medios de comunicación y las redes sociales que presentan al mal, la violencia y las desgracias con sensacionalismo y morbosidad mientras que pasa inobservado el bien que brota cada día en el mundo”.
“Pero, el hecho que Dios es misericordioso y es paciente no significa que debemos tolerar el mal y menos aún dejarnos arrastrar por sus tentáculos. Por el contrario, tenemos que resistir, oponernos y denunciar a la maldad y la injusticia, con todos los medios lícitos para promover el amor, la justicia, el bien común, la libertad y la no violencia”.
“Luchar en contra del pecado pero practicar la misericordia con el pecador, porque esta es la manera de actuar de Jesús según el mismo ser y voluntad del Padre de la misericordia” puntualizó Monseñor.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
BASILIMA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR.
DOMINGO 23 DE JULIO DE 2017.
La lectura del libro de la Sabiduría que hemos escuchado es un hermoso elogio a Dios porque “es dueño absoluto de su fuerza”, condición esta que lo hace “juzgar con serenidad y gobernar con gran indulgencia”. Estas palabras nos revelan la manera de actuar de Dios, de cómo Él ejerce su poder sobre el ser humano, no con una fuerza dictatorial que oprime, sino con serenidad, indulgencia y misericordia, y además nos llaman a seguir su ejemplo en el trato con los demás: “el justo debe ser amigo de los hombres”, practicando la justicia junto a la misericordia.
El justo en la Biblia es aquel que cree en Dios, la persona humilde que se reconoce como creatura ante el Creador, que se relaciona con Él como hijo que cumple su voluntad, que considera hermanos a los demás, con igual dignidad y sin ninguna discriminación y que actúa con espíritu solidario y compasivo, como alguien en quien se puede confiar y a quien se puede acudir.
Jesús con las tres parábolas del Evangelio de hoy profundiza este mensaje inherente al reino de Dios. Con la parábola del sembrador que siembra buen trigo y de su enemigo que de noche siembra la cizaña o mala hierba, Jesús responde a unos interrogantes que circulaban entre sus discípulos, acerca de su identidad y de la eficacia del Reino de Dios.
Sus dudas habían surgidos por la manera de predicar, de actuar y de portarse de Jesús que no correspondía para nada a las expectativas e imagen que ellos tenían acerca del Mesías. Según la creencia del pueblo judío, el Mesías era un enviado por Dios para ser el juez definitivo e inflexible que tenía el poder de liberar al país de la opresión del imperio romano y de desterrar de la sociedad al mal y a los malvados e instaurar la comunidad de los judíos puros, fieles observantes de la ley de Moisés.
Los discípulos veían que Jesús en cambio perdonaba a los pecadores, comía con ellos, liberaba a los poseídos por los malos espíritus y que se mantenía distante de los grupos nacionalistas que buscaban la liberación del país. Por eso, para aclarar su manera de pensar y actuar a la gente que lo escucha, Jesús recurre a la parábola del dueño del campo y sus servidores ante el problema de la infestación de la cizaña. Los siervos impacientes y deseosos de eliminar la mala yerba dicen al dueño: “Quieres que la vayamos a arrancar”. El dueño, paciente y sabio contesta: “No, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar el trigo”. Terminada la narración los discípulos piden a Jesús que les explique la parábola y Él les responde: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino, mientras que la cizaña son los hijos del maligno, y el enemigo es el diablo”.
Quien siembra la semilla nueva del Reino de Dios es el hijo del Hombre es decir Jesús mismo, la semilla que por su muerte y resurrección dará frutos seguros de bien, vida y amor a pesar de la presencia de la mala hierba sembrada por el enemigo. El Reino de Dios es una realidad dinámica que no se impone de manera violenta, rápida y grandiosa, sino de manera pacífica, progresiva y humilde, para que sea acogido de manera libre y por su atractivo. Jesús ha vencido al mal y al demonio en sus raíces de una vez por todas, sin embargo, en el mundo subsisten sus consecuencias y solo al final de los tiempos, cuando la mies será madura, el Reino de Dios será plenamente instaurado.
También nuestra mirada y nuestro pensamiento, marcados por la lógica humana de conseguir “todo y ahora”, nos hacen caer a veces en la tentación de juzgar y condenar a los demás, añorando una intervención de Dios que haga justicia con una posición firme y sin medios términos: los buenos de un lado y los malos del otro.
Es un pensamiento muy peligroso, que nos lleva a ser “opresores” en vez que “liberadores” y faltos de misericordia con los que se equivocan. Esta actitud denota que no tenemos la virtud de la paciencia, por eso la indefinición y los tiempos largos nos provocan inquietud y miedo, porque nos parece que el bien no logre abrirse camino, mientras que el mal parece desbordarse de manera prepotente. A esta visión contribuyen hoy de manera especial los medios de comunicación y las redes sociales que presentan al mal, la violencia y las desgracias con sensacionalismo y morbosidad mientras que pasa inobservado el bien que brota cada día en el mundo.
Con esta parábola Jesús nos deja una enseñanza novedosa que nos colma de asombro y esperanza, porque nos revela que Dios pone su confianza en nosotros pobres creaturas, dispuesto a esperar para que maduremos y demos frutos de bien, conforme a la buena semilla que Jesús que ha sembrado en la humanidad. Ahora comprendemos mejor que “Tu Señor eres bueno y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor…” como dice el salmo responsorial, y que manifiestas tu poder e omnipotencia en juzgar con bondad, en gobernarnos con indulgencia y en esperar con paciencia nuestro arrepentimiento y conversión. La paciencia de Dios no es pasividad en la espera del día del juicio, sino un acto de confianza en nosotros y una espera activa que ofrece al pecador la oportunidad de reconocer su error, convertirse y entrar en la dinámica de la salvación, del Reino de la vida y el amor.
Pero, el hecho que Dios es misericordioso y es paciente no significa que debemos tolerar el mal y menos aún dejarnos arrastrar por sus tentáculos. Por el contrario, tenemos que resistir, oponernos y denunciar a la maldad y la injusticia, con todos los medios lícitos para promover el amor, la justicia, el bien común, la libertad y la no violencia.
Luchar en contra del pecado pero practicar la misericordia con el pecador, porque esta es la manera de actuar de Jesús según el mismo ser y voluntad del Padre de la misericordia.
El evangelio de hoy termina con las dos parábolas del granito de mostaza y de la levadura, signos del reino de Dios que se abre camino y crece en la pequeñez y el silencio. El claro contraste entre el pequeño grano y la levadura, y el árbol y la masa del pan que de ellos resultan, nos hace entender que los inicios pequeños, cotidianos y humildes del reino de Dios tienen en sí la gran fuerza de extenderse y revolucionar la historia de la humanidad.
Las parábolas nos invitan a recorrer el camino de la paciencia laboriosa y optimista de Dios con su actuación misteriosa, paciente y escondida que lleva a la vida, y dejar el engaño seductor y altisonante del demonio que lleva a la muerte. Nuestra conciencia fortalecida e iluminada por la confianza que Dios pone en nosotros, nos haga descubrir en primer lugar todo lo que de bello, bueno y vital la mano de Dios ha sembrado en nosotros y no nos fijemos tanto en nuestras sombras y fragilidades.
El mensaje de Jesús hoy nos llena de alegría y esperanza, porque nos confirma que nosotros hemos sido creados a imagen del Dios de la luz y no a imagen de las tinieblas del enemigo y que somos la masa que va madurando y la pequeña semilla que va creciendo, con los talentos, los dones y las fuerzas de bondad, generosidad y ternura que Él ha sembrado en el campo de nuestra vida. Por eso digamos ahora en nuestro corazón: “Oh Dios, agradecidos de que tu confías en nosotros también nosotros te decimos que confiamos en ti y nos ponemos en tus manos, – Tu que eres compasivo y bondadoso, rico en amor y fidelidad…y vuelve hacía nosotros tu rostro y ten piedad de nosotros” Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz