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martes 26 septiembre 2023
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Dios, al igual que a José, nos pide que confiemos en su palabra, dice Arzobispo

Campanas. La dificultad de José en descubrir la voluntad de Dios es la misma de todos nosotros, en particular cuando nos encontramos en circunstancias dolorosas y adversas de la vida. Y Dios, al igual que a José, nos pide que confiemos en su palabra porque Él busca siempre nuestro bien, dice el Arzobispo de Santa Cruz, en su homilía de este cuarto domingo de adviento, desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral.

La intervención de Dios no anula el sueño de José de formar una familia, sino que lo trasforma en una gran misión: ser esposo de la Virgen María, pero castísimo y ser padre del Hijo de Dios y no de un hijo propio, afirmó Mons. Sergio.

Así mismo el prelado dijo que José, al igual que la Virgen María, es un ejemplo patente de como Dios, para hacer obras extraordinarias en la historia de la salvación, se fija en personas humildes y pobres, pero que son grandes en la fe.

La fe obediente de José, “el hombre justo”, y de María, la Virgen que entregó todo su ser a Dios, representan a tantos creyentes, que escuchan y que acogen el llamado del Señor, dijo el Arzobispo.

También Monseñor Sergio, afirmó que  la fe en Dios es poner nuestra total seguridad en Él y en su palabra, pero al mismo tiempo es un desafío para que cada día vivamos en plena disponibilidad ante Dios y seamos solidarios con el prójimo.

La fe en Jesucristo debe manifestarse necesariamente en el amor al hermano, en especial el más abandonado y marginado. Este es el misterio de amor que, en la Navidad de este año, estamos llamados a vivir con particular intensidad en nuestro país.

El príncipe de paz que se hace niño pobre en Belén pide nuestro compromiso para la reconciliación, la unidad y la paz entre todos, dijo el Prelado.

Homilía del Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti 22/12/2019

Durante este tiempo de Adviento la Virgen María, San Juan Bautista y el profeta Isaías nos han encaminado a recibir al Señor que nace en Belén. Hoy, a las puertas de la Navidad, la palabra de Dios nos presenta otra figura que vivió en primera persona ese misterio, San José.

Como narra el evangelio, José estaba comprometido con María y, antes de vivir juntos, se encontró con la sorpresa de que María estaba esperando familia. Viniendo abajo su proyecto de matrimonio, José estaba ante el dilema de qué hacer. Según la ley judía el podía escoger entre dos alternativas: denunciar a María o repudiarla en público. Con cualquiera de las decisiones, ella quedaría expuesta de por vida a la ignominia y a la marginación de la comunidad.

Pero José optó por “no denunciarla públicamente y resolvió abandonarla en secreto, dejando todo en manos de Dios. Y Dios, a través del ángel, le reveló en sueños el misterio de la concepción de ese niño: “No temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado gracias a la intervención del Espíritu Santo”.

En primer lugar el ángel lo invitó a “no temer“, porque toda intervención de Dios no puede ser motivo de miedo, sino fuente de bien y de gozo, ya que brota por iniciativa de Aquel que es la fuente de la felicidad y de la vida. La serenidad y la paz interior es la manera de descubrir que Dios se ha hecho presente en nuestra vida.

Luego el ángel reveló a José el misterio maravilloso del origen de Jesús: ese niño que se estaba gestando en las entrañas de María, no era por intervención de un hombre, sino del Espíritu Santo.

Además le hizo conocer que ese niño era el Mesías, el Salvador que iba a cumplir las esperanzas del pueblo de Israel: María”dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados”.

La intervención de Dios no anula el sueño de José de formarse una familia, sino que lo trasforma en una gran misión: ser esposo de la Virgen María, pero castísimo y ser padre del Hijo de Dios y no de un hijo propio. José creyó en Dios y cumplió lo que le ordenaba: “Al despertar, José … llevó a María a su casa“.

La dificultad de José en descubrir la voluntad de Dios es la misma de todos nosotros, en particular cuando nos encontramos en circunstancias dolorosas y adversas de la vida. Y Dios, al igual que a José, nos pide que confiemos en su palabra porque Él busca siempre nuestro bien. Además Dios no actúa sin nuestra adhesión voluntaria y libre, porque Él nos quiere a su lado no como súbditos sino como cooperadores en la ejecución su plan de salvación.

Al cumplir lo que el Ángel le pide, José se manifiesta como hombre que, gracias a la fe que lo sustenta, logra superar sus dudas. Su apertura a lo sobrenatural le permite reconocer la voluntad de Dios que se manifiesta de  distintas maneras en su vida, incluso en sueños y por eso le presta atención y le obedece. Con su actuación José, al igual que la Virgen María, es un ejemplo patente de como Dios, para hacer obras extraordinarias en la historia de la salvación, se fija en personas humildes y pobres, pero que son grandes en la fe.

Por eso el evangelio define a José “hombre justo“; justo delante de Dios, porque reconoce su situación de criatura que se debe a Dios y es dócil a su voluntad. Un varón de fe auténtica, que ha puesto su confianza en el Señor y que ha antepuesto la Palabra de Dios a sus propios planes.

 Pero José es también hombre justo delante de los hombres: no quiere denunciar públicamente a María, es un dedicado y fiel padre de familia que, ante las amenazas de muerte de parte de Herodes, lleva a Jesús a Egipto. También es un reconocido trabajador en Nazareth, que sostiene la familia con el fruto de su trabajo honesto: “¿No es éste el hijo del carpintero?“.

Otro aspecto a remarcar en San José es la humildad y discreción: hace todo en silencio. No se encuentra ni una sola palabra de José en los Evangelios, por él hablan sus acciones y obras. A este hombre justo, humilde y prudente, Dios le confía la tarea de padre terrenal de su Hijo, por eso le encarga ponerle el nombre, función específica del padre entre los judíos: “le pondrás por nombre Jesús”.

Jesús” significa el Señor salva”, y justamente él ha venido a “salvar a su pueblo de todos sus pecados”. Es Dios mismo que, en Jesús, interviene para salvar a toda la humanidad. Es el Emmanuel – el Dios con nosotros” anunciado por Isaías, que está y camina con nosotros cada día. El evangelio de San Mateo expresa muy bien esta realidad esperanzadora y reconfortante: inicia diciendo que el futuro Mesías tendrá por nombre “Dios está con nosotros” y concluye con las palabras de Cristo Resucitado: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos”.

Esta verdad es el fundamento de nuestra fe: Dios en Jesús “está en medio de nosotrosy ha puesto su morada entre nosotros para quedarse por siempre con nosotros. Esta certeza nos tiene que animar y sostener en cada instante de nuestra existencia, en particular en los momentos difíciles de dolor, de duda, de desorientación y de sin sentido. El Señor está siempre a nuestro lado para darnos luz y fuerza, aunque no logremos descubrirlo y reconocerlo.

La fe obediente de José, “el hombre justo”, y de María, la Virgen que entregó todo su ser a Dios, representan a tantos creyentes, que escuchan y que acogen el llamado del Señor. Cada uno de nosotros hemos recibido la llamada a creer y confiar en Dios, y a cumplir su voluntad en nuestra vida: a nosotros la respuesta.

Como para José, la fe es un compromiso serio que involucra toda nuestra vida, nuestra manera de ser, de actuar y de relacionarnos con los demás. La fe en Dios es poner nuestra total seguridad en Él y en su palabra, pero al mismo tiempo es un desafío para que cada día vivamos en plena disponibilidad ante Dios y seamos solidarios con el prójimo. La fe en Jesucristo debe manifestarse necesariamente en el amor al hermano, en especial el más abandonado y marginado. Este es el misterio de amor que, en la Navidad de este año, estamos llamados a vivir con particular intensidad en nuestro país. El príncipe de paz que se hace niño pobre en Belén pide nuestro compromiso para la reconciliación, la unidad y la paz entre todos, para gozar de su gracia como nos dice la carta de Pablo a los Romanos: “A todos… amados de Dios, llamados a ser santos, lleguen la gracia y la paz, que proceden de Dios, nuestro Padre, y de Cristo el Señor”. Amén

OFICINA DE PRENSA DE LA ARQUIDIÓCESIS DE SANTA CRUZ

Graciela Arandia de Hidalgo



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