La celebración de este Viernes Santo en la Catedral Metropolitana de Santa Cruz ha estado marcada por la sobriedad, los cantos penitenciales y el silencio, desde allí Monseñor Sergio dirigió su mensaje resaltando que “Incluso clavado en la cruz, Jesús demuestra su amor y misericordia sin límites, perdonando…” por eso invitó a todos a no tener miedo de volver a Él cuando caemos en pecado porque “no hay nada que él no pueda perdonar y sanar y porque, con su gran misericordia, siempre encuentra gran alegría en perdonarnos”.
Este viernes Santo se ha proclamado el evangelio de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, se hizo la adoración de la cruz y se elevaron oraciones por la Iglesia, por sus pastores y por todo el pueblo santo de Dios. La celebración concluyó con la procesión con el Santo Sepulcro a la cabeza de Monseñor Sergio Gualberti y Monseñor Estanislao Dowlaszewicz, rezando y meditando las 14 estaciones del vía-crucis.
HOMILÍA
En su mensaje Monseñor Sergio destacó que así como Jesús no quería que su madre María quedara sola y desamparada, razón por la que se la entregó al cuidado de Juan, también nosotros estamos invitados a no cerrar los ojos ante tantos hermanos necesitados con los que nos cruzamos cada día:
“Hoy también cuantas viudas, cuantos ancianos, hermanos discapacitados y niños están abandonados y desamparados en una sociedad en la que cuentan solo los que producen. Jesús nos llama firmemente a no cerrar los ojos ante tantos hermanos necesitados con los que nos cruzamos cada día, y a solidarizarnos con ellos y con su causa: “ahí tienes a tu madre”.
Monseñor Sergio llamó la atención sobre las palabras de Jesús “Tengo sed” asegurando que “Jesús crucificado también sigue teniendo sed la verdad y de la justicia que no debe faltar a su pueblo, la sed del respeto a la dignidad de las personas, la sed de atender a los pobres y marginados, la sed de servir y no someter al pueblo con actitudes interesadas y prepotentes, la sed de vivir como verdaderos hermanos en una sociedad con equidad de oportunidades para todos, sin exclusiones ni marginaciones.
“Todo lo que buscamos fuera del Señor, solo nos deja más vacío, por eso no tengamos miedo en jugarnos nuestra vida por él. Sobre todo Jesús en la cruz, nos pide que, cuando caemos en el pecado, no tengamos miedo en volver a él, porque no hay nada que él no pueda perdonar y sanar y porque, con su gran misericordia, siempre encuentra gran alegría en perdonarnos. Incluso clavado en la cruz, Jesús demuestra su amor y misericordia sin límites, perdonando al ladrón arrepentido y hasta a sus verdugos”.
El prelado afirmó que “Jesús en la cruz ha ido realmente hasta el final, ha cumplido la voluntad del Padre, su designio de amor, hasta el extremo más allá de todo lo límite y, al entregarse a sí mismo en la totalidad y plenitud, también nos entrega a nosotros y al mundo entero a Dios”.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI,
ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
VIERNES SANTO, 2016.
BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR.
Esta tarde estamos llamados a revivir las horas más duras de la vida de Jesús, horas en las que, solo y abandonado por sus discípulos, enfrenta los sufrimientos atroces de la pasión y crucifixión. Solo a la luz de la fe podemos entender lo que está pasando a Jesús: el autor de la vida que había vencido a las enfermedades, al mal y a la muerte, ahora parece sucumbir bajo las fuerzas del odio y del mal.
Pero no fue así, Jesús no fue una víctima pasiva ante esas fuerzas, por el contrario entregó libremente su vida como don supremo de amor, sabiendo que solo el amor podía salvarnos. Jesús vivió esas horas en el horizonte de la misericordia, consciente del gran misterio del amor de Dios que él tenía que cumplir en la cruz. Su muerte fue el acto extremo de gratuidad y de amor que abrió las puertas de la esperanza y de la vida a la humanidad sumida en las tinieblas del mal y la muerte.
Es un misterio de amor que tenemos que meditar y profundizar a través de la palabra de Dios, los signos y los ritos de la liturgia del día de hoy: la predicación de las últimas siete palabras de Jesús en la cruz, esta celebración con la adoración de la cruz y luego la procesión con el sepulcro por las calles de nuestra ciudad. La liturgia nos brinda todos estos dones espirituales para beneficio de nuestra vida cristiana y para que no nos quedemos en el puro sentimiento o en una simple tradición religiosa.
Creo que nunca profundizamos suficientemente la muerte de Jesús en cruz, esta tarde les propongo hacerlo con sus mismas palabras, las últimas tres palabras según el relato de la Pasión de San Juan que acabamos de escuchar.
1ª. “Mujer ahí tienes a tu hijo” y luego dijo a Juan:”Ahí tienes a tu madre”. “Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.
Jesús clavado en la cruz, no está rodeado solamente por enemigos o desconocidos, ni todos sus seguidores y discípulos han desaparecido. Ahí están su madre y el discípulo más querido. María está a los pies de la cruz y acompaña a su hijo en ese momento extremo para él y para ella también, abrazando plenamente su suerte. Jesús, al ver a su madre, no piensa en sí mismo ni en sus sufrimientos, piensa en ella. No quiere que se quede desamparada y sola como tantas viudas en Israel, por eso la entrega a Juan, confiado que el amigo la tendrá consigo como a su propia madre.
Hoy también cuantas viudas, cuantos ancianos, hermanos discapacitados y niños están abandonados y desamparados en una sociedad en la que cuentan solo los que producen. Jesús nos llama firmemente a no cerrar los ojos ante tantos hermanos necesitados con los que nos cruzamos cada día, y a solidarizarnos con ellos y con su causa: “ahí tienes a tu madre”.
María y Juan no son llamados por su nombre propio, sino como “la madre de Jesús” y “el discípulo predilecto”, se quiere así subrayar que, en cuanto discípulos de Jesús, representan a toda la nueva “comunidad de los creyentes”. Juan nos representa a todos los discípulos de Jesús y María no solo se vuelve la madre de Juan sino de todos nosotros, la madre de la Iglesia.
Nos consuela pensar que Cristo nos ha hecho el don de ser miembros de la Iglesia, que toma vida de la muerte de Jesús, brotada de su sangre derramada en la cruz. Jesús nos ofrece la salvación no como cristianos aislados, sino como pueblo de Dios, por tanto somos llamados a identificarnos con él, caminar juntos y ser miembros activos. Ya que el Señor nos ha hecho el don de su madre, dejémonos llevar de su mano amorosa hacia su hijo, para que seamos fieles al Señor, a su Evangelio y a la Iglesia.
2ª “Tengo sed”
Es muy humano que Jesús, clavado en la cruz por horas y después de azotes, golpes y la coronación de espinas, tenga sed. Esta necesidad es señal de su humanidad, él es un hombre verdadero que sufre una sed atroz porque deshidratado y desangrado.
Pero Jesús sobre todo tiene sed de nosotros tal como somos. Sed de nuestro amor, de nuestras almas y de toda la humanidad para que le abramos paso en nuestra vida, que confiemos plenamente en él, que aceptemos caminar con él por la senda de la Cruz, senda de amor que lleva a la luz y a la vida eterna.
Todo lo que buscamos fuera del Señor, solo nos deja más vacío, por eso no tengamos miedo en jugarnos nuestra vida por él. Sobre todo Jesús en la cruz, nos pide que, cuando caemos en el pecado, no tengamos miedo en volver a él, porque no hay nada que él no pueda perdonar y sanar y porque, con su gran misericordia, siempre encuentra gran alegría en perdonarnos. Incluso clavado en la cruz, Jesús demuestra su amor y misericordia sin límites, perdonando al ladrón arrepentido y hasta a sus verdugos.
Jesús crucificado también sigue teniendo sed la verdad y de la justicia que no debe faltar a su pueblo, la sed del respeto a la dignidad de las personas, la sed de atender a los pobres y marginados, la sed de servir y no someter al pueblo con actitudes interesadas y prepotentes, la sed de vivir como verdaderos hermanos en una sociedad con equidad de oportunidades para todos, sin exclusiones ni marginaciones.
3ª “Todo se ha cumplido”.
Jesús tiene conciencia de que para cumplir a cabalidad la misión que el Padre le ha confiado, debe renunciar a todo lo que puede atarlo a este mundo.
6 Ahora en la cruz, renuncia incluso a su madre y al amigo predilecto y deja todo en manos del Padre: “Todo está cumplido”. Es la conciencia del siervo de Dios fiel que ha cumplido su misión y servicio hasta el fondo, el justo que no ha huido ante la persecución y que acepta por amor y libremente la muerte. Jesús con este gesto voluntario cumple lo que constituye el sentido mismo y verdadero de su muerte: en el acto extremo de su amor, carga sobre sí el pecado del mundo, para liberarnos de todas sus cadenas y reconciliarnos con el Padre.
Jesús en la cruz ha ido realmente hasta el final, ha cumplido la voluntad del Padre, su designio de amor, hasta el extremo más allá de todo lo límite y, al entregarse a sí mismo en la totalidad y plenitud, también nos entrega a nosotros y al mundo entero a Dios.
“Hoy” estamos viviendo este gran misterio de la cruz, que irrumpe en nuestra vida, no estamos recordando algo pasado. Hoy se hace presente en nuestra vida este misterio de amor, de vida y de esperanza. Cada uno entre en su interior y se pregunte: ¿Estoy dispuesto a recibir el amor del Señor, a abrir mi corazón al perdón de mis pecados y a dejar que Él vaya permeando toda mi vida? Ante el crucificado, asumamos una actitud de recogimiento, contemplación, arrepentimiento y, al momento de besar la cruz, digámosle con gratitud las palabras del salmo: “Yo me refugio en ti y confío en ti Señor, tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos… Qué brille tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia”. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.