En su homilía de este domingo, Monseñor Sergio continuó explicando el largo relato del ‘pan de vida’ con el que Jesús, después de la multiplicación de los panes, procura despertar la fe de la gente en él como Hijo de Dios.
En particular invitó a todos a que, ante las dificultades de la vida que nos hacen desfallecer, “acojamos la invitación de Jesús a levantarnos, acercarnos y alimentarnos de Él, el pan de vida que nos da la fuerza –para – seguir la travesía del desierto de la vida sin desfallecer y superando toda prueba en nuestro camino de fe hacia la vida sin fin”.
Desde la Basílica Catedral, el Arzobispo Cruceño afirmó que “El camino de la fe es largo y arduo, entre logros y fracasos, entre alegrías y sufrimientos y entre esperanzas y cansancios, pero sabemos que ante cualquier percance y dificultad podemos alimentarnos de Jesús, el pan de vida que nos fortalece y acompaña hasta alcanzar la meta”.
En el Evangelio de este domingo Jesús afirma “Yo soy el pan vivo bajado del cielo” como pidiendo a los testigos de la multiplicación de los panes “que no se queden en el signo exterior y en el alimento material, sino que den el paso de la fe y que crean que él es el enviado del Padre, que se ha rebajado de su condición divina, que se ofrece a todos como el pan de Vida, y que toda persona que cree en Él tiene acceso a la Vida eterna y verdadera, al alimento que sacia nuestra hambre de felicidad y de infinito” señaló Monseñor Sergio.
“Sin embargo –agregó Monseñor- la fe es un don de Dios y para alcanzarla no basta el solo esfuerzo humano, es necesario que se lo pidamos ardientemente y con humildad a Dios”.
Siguiendo una de las lecturas del domingo que cuenta la experiencia de sufrimiento y dificultad que pasó Elías en el desierto, indicó que “Cómo Elías también nosotros en nuestra vida pasamos por tantas pruebas, a veces el horizonte se hace nebuloso, nos parece que estamos solos, sin esperanzas y abandonados por Dios y caemos en la tentación de perder la fe y dejarlo todo. Pero, justamente en esos momentos, si somos cristianos verdaderos, acogeremos la invitación de Jesús a levantarnos, acercarnos y alimentarnos de Él, el pan de vida que nos da la fuerza y, como el profeta Elías, podremos seguir la travesía del desierto de la vida sin desfallecer y superando toda prueba en nuestro camino de fe hacia la vida sin fin” expresó Monseñor Sergio.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI
ARZOBISPO DE SANTA CRUZ
DOMINGO 12 DE AGOSTO DE 2018
BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR
Continuamos este Domingo la reflexión sobre el discurso del pan de vida con el que Jesús, después de la multiplicación de los panes, procura despertar la fe de la gente en él como Hijo de Dios.
Es una misión casi imposible, de hecho los judíos ante la afirmación de Jesús, “Yo soy el pan bajado del cielo”, murmuran y se escandalizan. ¿Con qué atrevimiento y arrogancia Jesús proclama que sus orígenes son divinos, cuando su aspecto es totalmente igual al de cualquier otra persona, un hombre entre tantos otros? Además, es conocida su familia terrenal, su padre José y su madre María. Si de verdad Jesús hubiera bajado del cielo, se mostraría resplandeciente y majestuoso y de manera extraordinaria, al igual que Dios cuando entregó el decálogo a Moisés en el Sinaí pero seguramente no como un simple artesano aldeano. También hoy hay quienes se escandalizan ante el Hijo de Dios que ha asumido naturaleza humana y se ha hecho en todo uno de nosotros, menos en el pecado.
Encerrados en su concepción religiosa ellos no pueden captar la acción del Espíritu que les permitiría descubrir la verdadera identidad de Jesús: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió. El que cree en mi tiene vida eterna”. Por eso, solamente aquel que tiene fe y se deja atraer por el Padre, alcanza a reconocer que Jesús es el Hijo de Dios, y que por Jesús también él se hace hijo de Dios, puede encontrarse personalmente con Él y gozar desde ya de la vida eterna. ¿Con qué fuerza nos atrae Dios y vence nuestras resistencias? Con el amor; el lenguaje universal que todo ser humano entiende y que tiene el poder de transformar.
Ante el amor del Padre también nuestra respuesta tiene que ser el amor, siguiendo a Jesús que vive la comunión plena y total con el Padre: ”Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios”. Los cristianos, al tomar consciencia de nuestra condición de hijos de Dios, tenemos que actuar y relacionarnos con Él como hijos, una relación de amor filial y no de miedo ni temor, una actitud de apertura y de escucha de Dios: “Todo el que oye al Padre y recibe su enseñanza viene a mí”.
A este testimonio Jesús hace seguir unas declaraciones que amplían y profundizan su mensaje: “Yo soy el pan de Vida… Yo soy el pan vivo bajado del cielo… Yo daré mi carne para la Vida del mundo… el pan es mi carne”. “Yo daré...y Yo Soy” con estas afirmaciones solemnes propias y exclusivas de Dios Jesús reafirma que él es el pan de vida, que el pan de vida es su carne, que él es el don que se entrega en sacrificio para que todos tengan vida eterna.
Jesús con estas palabras pide a los testigos de la multiplicación de los panes, que no se queden en el signo exterior y en el alimento material, sino que den el paso de la fe y que crean que él es el enviado del Padre, que se ha rebajado de su condición divina, que se ofrece a todos como el pan de Vida, y que toda persona que cree en Él tiene acceso a la Vida eterna y verdadera, al alimento que sacia nuestra hambre de felicidad y de infinito.
Sin embargo, la fe es un don de Dios y para alcanzarla no basta el solo esfuerzo humano, es necesario que se lo pidamos ardientemente y con humildad a Dios.
El camino de la fe es largo y arduo, entre logros y fracasos, entre alegrías y sufrimientos y entre esperanzas y cansancios, pero sabemos que ante cualquier percance y dificultad podemos alimentarnos de Jesús, el pan de vida que nos fortalece y acompaña hasta alcanzar la meta.
La 1ª lectura nos ofrece un maravilloso ejemplo de la cercanía de Dios que como Padre no abandona al profeta Elías y le provee el alimento que le da la fuerza para superar la tentación de abandonar la misión. Elías está huyendo de la reina Jezabel que busca matarlo en venganza porque el profeta, en su cometido de preservar la fe en el Dios verdadero en Israel, había eliminado los sacerdotes del dios Baal, culto impuesto por la reina a la fuerza y con mucha violencia, al punto que ya quedaban muy pocos israelitas fieles a Dios y a los mandamientos,
Elías, perseguido, emprende el largo camino del exilio en pleno desierto, hacia el Monte Horeb o Sinaí, el lugar sagrado de los orígenes de la fe verdadera, donde Dios se había revelado a Moisés, le había entregado las tablas del Decálogo y había estrechado la alianza con todo el pueblo de Israel.
Después de un día entero de camino en el desierto, Elías se sienta bajo una retama, totalmente solo y abandonado, agobiado y desanimado por el fracaso de su misión. Ya no aguanta más su situación, no tiene ya las fuerzas para luchar y sufrir más y llega al extremo de pedir a Dios: ”¡Quítame la vida!¡Basta ya, Señor!” Luego, totalmente agotado, se queda dormido. Pero un ángel del Señor, por dos veces, lo despierta, le presenta un pan y le manda comer: ”Porque todavía te queda mucho por caminar”.
Elías obedece, come, se levanta y se pone en camino durante “cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios”. Esos cuarenta días de camino por el desierto, simbolizan las grandes pruebas por las que Elías ha tenido que pasar y las tinieblas de un futuro sin esperanza. El pan que el Ángel le ofrece es signo de que Dios está a su lado, que no lo abandona y que le proporciona las fuerzas y energías para levantarse de esa situación de frustración y desesperación, renovar sus esperanzas, volver a Israel con una fe renovada en el Dios verdadero y continuar la lucha en contra de la idolatría.
Cómo Elías también nosotros en nuestra vida pasamos por tantas pruebas, a veces el horizonte se hace nebuloso, nos parece que estamos solos, sin esperanzas y abandonados por Dios y caemos en la tentación de perder la fe y dejarlo todo. Pero, justamente en esos momentos, si somos cristianos verdaderos, acogeremos la invitación de Jesús a levantarnos, acercarnos y alimentarnos de Él, el pan de vida que nos da la fuerza y, como el profeta Elías, podremos seguir la travesía del desierto de la vida sin desfallecer y superando toda prueba en nuestro camino de fe hacia la vida sin fin.
El pan de Vida, no es inaccesible a nadie, por el contrario Jesús, con la institución de la Eucaristía, nos lo ha dejado al alcance de todos. La conciencia de haber sido privilegiados con este don tiene que despertar en nosotros sentimientos de alegría y gratitud y, al mismo tiempo, animarnos a acercarnos a la mesa del pan de vida y a entregar generosamente también nosotros nuestra vida para Dios y para los demás. Amén.
Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz