Viernes Santo. “No hay religión cristiana sin la Cruz” subrayó Monseñor Sergio en su homilía de este Viernes Santo desde la Iglesia Catedral de Santa Cruz.
El Prelado cruceño llamó a contemplar a Cristo crucificado en la cruz a la que por medio de su entrega libre y amorosa ha transformado “de patíbulo en instrumento de salvación, liberando así a la humanidad de la esclavitud del pecado y de las sombras de muerte”.
El Prelado cruceño llamo a mirar la cruz como instrumento de amor y salvación: “Como vemos, elegir a la cruz es muy desafiante, en particular en nuestro mundo de hoy donde nadie quiere sufrir, ni siquiera por amor, incluso conocemos un grupo religioso que tiene como slogan “pare de sufrir”. Nosotros debemos de ser conscientes de que no hay religión cristiana sin la cruz, porque en ella está la prueba del amor sin límites de Jesús hacia nosotros y de nosotros hacia nuestro prójimo y porque la cruz es la garantía de en el Resucitado también nosotros tendremos la dicha de resucitar para la vida eterna”.
También destacó que “Jesús, era consciente que su palabra era subversiva del orden injusto de esa sociedad y había prevenido a sus discípulos: “Creen ustedes que he venido a poner paz en la tierra? ¡No! Les aseguro que he venido a poner división”. Jesús no ha venido a traer la paz universal entre las naciones, sino principalmente a redimir al ser humano enfrentándose a las tinieblas del mal y del pecado y a vencerlas en la cruz”.
Respecto a la cruz hay una antigua expresión muy iluminadora: “en medio de todos los vaivenes humanos sólo sigue en pie la Cruz“. Se puede entender esta frase de manera puramente humana: que a pesar de tantos progresos de la técnica y la ciencia, el hombre sigue crucificando al hombre, con luchas fratricidas, enfrentamientos y guerras. Pero, leídas con una mirada de fe, estas palabras significan que, en medio de tanta crucifixión del hombre por el hombre, sólo hay un punto fijo y seguro al que mirar estremecidos: el Dios Crucificado, en quién está la salvación y la vida” señaló Monseñor.
HOMILÍA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ.
VIERNES SANTO 2017
IGLESIA CATEDRAL.
Ante Cristo crucificado sentimos la necesidad de recogimiento y silencio. Nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón se quedan contemplando el rostro desfigurado y el cuerpo ensangrentado de Jesús.
Contemplación a la luz de la fe para entender lo que está pasando con Jesús en el Calvario. El autor de la vida que ha vencido a las enfermedades, al mal y a la muerte, ahora parece caer bajo la arremetida del odio, de la perversidad y de la muerte.
Jesús no reacciona ante los que lo crucifican ni responde a la provocación de la violencia. Su actitud nos desconcierta, es humanamente incomprensible dado que él, con el poder que el Padre ha puesto en sus manos, podría evitar esa ignominia. Pero si miramos con ojos de fe entendemos que Jesús no se guía por la lógica del poder y de la fuerza, sino por el amor y la misericordia. Por eso asume la violencia sobre sí, para evitar que la cadena de muerte envuelva a todos, llevando su amor hasta el sumo grado, hasta un límite impensable, hasta sus verdugos.
Contemplación que nos haga renovar nuestra fe en Cristo que nos ha salvado de una vez por siempre.
Contemplación que haga brotar el dolor sincero y el deseo de pedir perdón de todo corazón por nuestros pecados, que han contribuido a su muerte en la cruz.
Contemplación que haga surgir nuestro amor y gratitud hacia Jesús, que libremente y por amor se ha entregado a la cruz, transformándola de patíbulo en instrumento de salvación, liberando así a la humanidad de la esclavitud del pecado y de las sombras de muerte.
Contemplación que haga nacer en nosotros sentimientos de verdadera participación en los sufrimientos y dolores de una muerte degradante de un hombre justo, condenado como criminal por mentes diabólicas.
Nuestra contemplación de Cristo crucificado, sin embargo, no puede hacernos olvidar que desde el primer momento hasta el día de hoy, la cruz se ha vuelto signo de contradicción, entre los que la reconocen y aceptan como signo del amor de Dios y los que la rechazan y combaten porque ven en ella un peligro y un cuestionamiento a sus poderes e intereses.
Jesús fue eliminado porque considerado un peligro para la nación: “¿No se dan cuenta? Es mejor que muera un solo hombre por el pueblo, y no que sea destruida toda la nación” dijo Caifás. El obrar de Jesús ponía en riesgo la autoridad de los grupos poderosos de Israel, porque era capaz de decirle al pueblo que no se dejaran engañar por aquellos que hablaban muchas veces de Dios, pero que su vida estaba centrada en los ídolos del dinero y del poder.
Esto es lo que molestaba a los grandes del mundo en esa época y esto es lo que sigue molestando hoy a los que se hacen grandes a costa del prójimo, reduciéndolo a la nada, destruyendo su dignidad humana, dominándolo y convirtiéndolo en un mero valor de cambio. Jesús, era consciente que su palabra era subversiva del orden injusto de esa sociedad y había prevenido a sus discípulos: “Creen ustedes que he venido a poner paz en la tierra? ¡No! Les aseguro que he venido a poner división”. Jesús no ha venido a traer la paz universal entre las naciones, sino principalmente a redimir al ser humano enfrentándose a las tinieblas del mal y del pecado y a vencerlas en la cruz.
El crucificado no deja indiferente a nadie, porque Jesús no es una teoría, una idea, una fantasía, un cuento sino el verdadero Hijo de Dios que involucra a la persona en su totalidad. Creer en la cruz conlleva optar a Dios como criterio fundamental y central de la vida, como dice San Agustín: “Toda la vida del cristiano que vive de acuerdo con el Evangelio, implica cargar su cruz y sufrimientos.”
Por tanto, ante la cruz, no podemos actuar como si no la conociéramos, debemos tomar una posición con absoluta libertad. No es cuestión de pasividad o neutralidad; si fuera así no habría conflicto alguno por su causa. Seguir a Jesús y guardar su palabra implica escoger el bien, la verdad y la justicia, y enfrentarse con las tinieblas del odio, la injusticia y la mentira.
Elegir a la cruz es poner todo en las manos de Dios, nuestras desgracias o sufrimientos, nuestros dolores y pruebas, nuestros problemas personales y familiares, y nuestras debilidades. No con resignación y pasividad, ni con conformismo sino con una actitud de confianza absoluta en su amor providente de Padre.
Elegir a la cruz es cumplir el mandato de Jesús a Juan de acoger en su casa a María como a su Madre: “ahí tienes a tu madre” y en ella a toda la humanidad herida y angustiada. Acoger y solidarizarnos con las personas condenadas injustamente por una justicia corrupta y servil, con tantos hermanos necesitados, desamparados y abandonados con los que nos cruzamos día a día: ancianos, discapacitados, niños de la calle que viven en condiciones infrahumanas, víctimas de una sociedad excluyente en la que cuentan solo los que producen.
Como vemos, elegir a la cruz es muy desafiante, en particular en nuestro mundo de hoy donde nadie quiere sufrir, ni siquiera por amor, incluso conocemos un grupo religioso que tiene como slogan “pare de sufrir”. Nosotros debemos de ser conscientes de que no hay religión cristiana sin la cruz, porque en ella está la prueba del amor sin límites de Jesús hacia nosotros y de nosotros hacia nuestro prójimo y porque la cruz es la garantía de en el Resucitado también nosotros tendremos la dicha de resucitar para la vida eterna.
Respecto a la cruz hay una antigua expresión muy iluminadora: “en medio de todos los vaivenes humanos sólo sigue en pie la Cruz“. Se puede entender esta frase de manera puramente humana: que a pesar de tantos progresos de la técnica y la ciencia, el hombre sigue crucificando al hombre, con luchas fratricidas, enfrentamientos y guerras. Pero, leídas con una mirada de fe, estas palabras significan que, en medio de tanta crucifixión del hombre por el hombre, sólo hay un punto fijo y seguro al que mirar estremecidos: el Dios Crucificado, en quién está la salvación y la vida.
Ambas miradas se dan en el mundo pero, para los que creemos, en verdad la cruz hoy irrumpe en nuestra vida como el gran don de amor, de vida y de esperanza que nos ha dado el Señor. Abramos nuestro corazón para que vaya permeando cada momento de nuestra existencia y nos abra el camino que nos lleva hacia la luz de la Pascua y a la alegría del Resucitado que ha vuelto a la vida y vive para siempre en la Gloria del Padre. Amén.