Campanas. La Parroquia San Francisco de Asís de la Vicaría San Pedro estuvo de fiesta, el domingo 14 de agosto a las 10:00 horas, Mons. Estanislao Dowlaszewicz, OFM Conv, Obispo Auxiliar de Santa Cruz, presidido la misa de fiesta por el 1er. Aniversario de la Capilla dedicada a “San Maximiliano Kolbe”.
Esta Capilla tiene una significación especial para la comunidad de San Francisco de Asís, pues se logró construir durante el tiempo de la pandemia de Covid-19. En su mayoría esta construcción es una gran realidad gracias a la ayuda solidaria los hermanos católicos de Corea del Sur y otra pequeña parte, fue donada por amigos del padre Simón de Polonia. Está ubicada en el extenso barrio Roca y Coronado, entre 6to y 7mo anillo de la zona sur de la ciudad (entre Cañaverales y radial 13).
Para recordar. Mons. Sergio Gualberti bendijo la Capilla San Maximiliano Kolbe”, en la celebración Eucarística del sábado 14 de agosto del año 2021. Esta Capilla es forma parte de la Parroquia San Francisco de Asís, el Párroco es el Sacerdote polaco, P. Simón Zurek.
“San Maximiliano Kolbe”
San Maximiliano María Kolbe (1894-1941) fue un sacerdote y fraile franciscano conventual que murió voluntariamente en el campo de concentración de Auschwitz (en la Polonia ocupada por los nazis), cuando pidió ser intercambiado por un prisionero que iba a ser ejecutado. Gran parte de su vida se dedicó a promover de forma incansable la devoción al Inmaculado Corazón de María. También fue uno de los fundadores de la Ciudad de la Inmaculada (Niepokalanów), un complejo religioso construido cerca de Varsovia, que contaba con un seminario, un monasterio, una editorial y una estación de radio.
Maximiliano, cuyo nombre de pila fue Raimundo, nació el 8 de enero de 1894 en la ciudad de Zdunska Wola, Reino de Polonia (en ese momento parte del Imperio Ruso).
De acuerdo al relato de su madre -registrado después de la muerte del santo-, cuando Raimundo era niño, hizo una travesura que ella reprochó enérgicamente: “Niño mío, ¡quién sabe lo que será de ti!”. Tiempo después, la madre vio que el pequeño Raimundo había cambiado de actitud y que oraba llorando con frecuencia ante un pequeño altar que tenía entre dos roperos. La madre le pidió que le contara qué le sucedía. Entonces, con los ojos llenos de lágrimas, Raimundo contestó: “Mamá, cuando me reprochaste, pedí mucho a la Virgen que me dijera lo que sería de mí. Lo mismo en la Iglesia, le volví a rogar. Entonces se me apareció la Virgen, teniendo en las manos dos coronas: una blanca y otra roja. La blanca significaba que perseveraría en la pureza y la roja que sería mártir. Contesté que aceptaba las dos. Entonces la Virgen me miró con dulzura y desapareció”.
Este hecho marcó la vida de Maximiliano, quien se convirtió en un gran devoto de la Virgen Inmaculada.
De regreso a Polonia, publica la revista mensual “Caballero de la Inmaculada”. En 1929, fundó la “Ciudad de la Inmaculada” en Niepokalanów, a 40 kilómetros de Varsovia. Tiempo después, se ofrece como voluntario para ir como misionero a Asia. Estando en Japón, funda una nueva “Ciudad de la Inmaculada” (“Mugenzai No Sono”) y publica la revista “Caballero de la Inmaculada” en japonés.
Regresa a Polonia unos años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando el clima social y político ya estaba convulsionado. El “Caballero de la Inmaculada” -la publicación que fundó y dirigió- había perdido su línea estrictamente religiosa y había dado un giro hacia lo político. Maximiliano, no tuvo la oportunidad de enderezar lo que se había torcido. Más bien, se dedicó de lleno a su servicio sacerdotal. Por solidaridad con el pueblo judío, se negó a ser registrado en la lista de los “alemanes” -su padre era alemán, su madre polaca-, con lo que se hubiese librado de persecuciones y hostigamientos. Maximiliano tomó una postura contraria al nacionalsocialismo y por ello, luego de varios episodios de confrontación con sus partidarios, es apresado y enviado a los campos de concentración. Estando ya en Auschwitz, un día se escapó un prisionero y los alemanes, en represalia y como muestra de severidad, decidieron escoger a 10 prisioneros para que mueran de hambre en los calabozos. El décimo número le tocó al sargento Franciszek Gajowniczek, polaco también, quien exclamó: “Dios mío, yo tengo esposa e hijos”.
Ante esto, el P. Maximiliano ofrece intercambiarse por el condenado. El sacerdote es llevado a un subterráneo, donde alienta constantemente a los demás presos a seguir unidos en la oración. Después de varios días, sin comida ni agua, todos han muerto y solo él queda vivo. Al final, para desocupar el lugar, le aplicaron una inyección letal para acabar con su vida.
Su máximo deseo era: “Concédeme alabarte, Virgen santa, concédeme alabarte con mi sacrificio. Concédeme por ti, solo por ti, vivir, trabajar, sufrir, gastarme, morir…”