Campanas. Desde la Catedral este domingo, Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz afirmó que, vivir el bautismo implica no tener miedo de dar testimonio público de nuestra fe, no con actitudes de superioridad o con la presunción de ser perfectos, sino con nuestro testimonio humilde y sencillo, y en el respeto de todos.
Hoy, domingo del Bautismo de Jesús, termina el tiempo de Navidad en el que con alegría y gratitud hemos celebrado y contemplado el misterio del amor del Hijo de Dios hecho hombre para que nosotros pudiéramos ser hijos de Dios.
En este tiempo de dolor y muerte por la pandemia, Iglesia pide defender la vida, cumpliendo las medidas de bioseguridad
En este tiempo de recrudecimiento de la pandemia, con su secuela de dolor y de muerte, tenemos la oportunidad de ser misioneros siendo solidarios con las personas solas, abandonadas y necesitadas de ayuda. De la misma manera, tenemos que defender la vida, dando el ejemplo cumpliendo las medidas de seguridad, porque al cuidar nuestra vida cuidamos la vida los demás.
Esta es también la manera de dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza en nuestro mundo, donde se constata una gran indiferencia a Dios y a la dimensión espiritual, y una ausencia de los valores humanos y cristianos, hechos que dejan el vació, el sin sentido y el desconcierto en el corazón.
“A ejemplo de Jesús, hay que dar testimonio de la alegría del Evangelio y trabajar en favor de la vida, la solidaridad, la justicia y la paz”
Vivir el bautismo, nos compromete además a compartir la misión de Jesús que vino, a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios a los pobres y a liberar a los cautivos y a los oprimidos por la injusticia humana. Por eso, siguiendo el ejemplo de Jesús, hay que salir a las periferias geográficas y existenciales, dar testimonio de la alegría del Evangelio y trabajar en favor de la vida, el bien común, la solidaridad, la justicia y la paz.
“No debemos olvidar que todos somos pecadores necesitados de la misericordia y del amor de Dios”
No debemos olvidar que todos somos pecadores necesitados de la misericordia y del amor de Dios, llamados a subir en la misma barca con Jesús y a remar juntos para que se vaya instaurando siempre más, en el mundo, el reinado de amor y de vida que vence a la muerte y al mal, pregustando así la felicitad y la vida eterna de Dios, nuestra meta definitiva.
“La palabra de Dios de esta fiesta del bautismo de Jesús, nos ha ayuda a revivir este don precioso del Señor que mueve nuestro corazón a abandonar nuestros males y pecados, a asumir las virtudes y valores del Reino de Dios”
La palabra de Dios de esta fiesta del bautismo de Jesús, nos ha ayudado a redescubrir y a revivir este don precioso del Señor que mueve nuestro corazón a abandonar nuestros males y pecados, a asumir las virtudes y valores del Reino de Dios y a experimentar la realidad de hombres nuevos en Cristo, que se rigen con los criterios del amor de Dios y del Evangelio de la mansedumbre y la fraternidad, del perdón y la reconciliación, de la justicia y la paz.
El Evangelio nos presenta a Jesús que, antes de iniciar su misión, se presenta al río Jordán, donde Juan el Bautista está predicando y sumergiendo en las aguas del río a las personas que acuden a escucharlo, como signo público de penitencia y de conversión por sus pecados.
“Los cristianos debemos reconocer que no sabemos vivir en plenitud el bautismo como el gran don de Dios que hay que valorar, acogerlo y testimoniarlo a través de nuestra existencia”
En esta escena maravillosa, podemos reconocer a Cristo como el nuevo Moisés que vino a inaugurar el nuevo y definitivo Éxodo, el plan divino de salvación y de liberación de la esclavitud del mal y del pecado. Sin embargo, los cristianos debemos reconocer que no sabemos vivir en plenitud el bautismo como el gran don de Dios que hay que valorar, acogerlo y testimoniarlo a través de nuestra existencia llevada conforme al Evangelio y a la voluntad de Dios.
“El bautismo no puede quedar como algo olvidado, sino como la gracia que marca nuestra vida de cada día, a partir de una nueva relación de amor filial con Dios emprendida con libertad y confianza, en respuesta a su amor de Padre”
Desde nuestra realidad de hijos de Dios, todos debemos relacionarnos entre nosotros como hermanos, reconociendo la igual dignidad entre todos, sin distinciones ni discriminaciones de ningún tipo, como dice San Pedro: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de persona, y que, en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él”.
“Vivir el bautismo exige participar como miembros activos en la vida de la Iglesia”
También, vivir el bautismo exige participar como miembros activos en la vida de la Iglesia, la casa de todos los bautizados y donde vivimos en comunión como hermanos, y donde encontramos los medios necesarios para vivir en la gracia de Dios y crecer en la fe, la esperanza y la caridad.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz/09/01/2022
Hoy, domingo del Bautismo de Jesús, termina el tiempo de Navidad en el que con alegría y gratitud hemos celebrado y contemplado el misterio del amor del Hijo de Dios hecho hombre para que nosotros pudiéramos ser hijos de Dios.
El Evangelio nos presenta a Jesús que, antes de iniciar su misión, se presenta al río Jordán, donde Juan el Bautista está predicando y sumergiendo en las aguas del río a las personas que acuden a escucharlo, como signo público de penitencia y de conversión por sus pecados.
Jesús, “Él sin pecado”, no necesita el bautismo, sin embargo, se pone en la fila de los penitentes, a indicar que se solidariza con nuestra condición humana y que asume sobre sí nuestras debilidades, nuestros males y límites.
El Bautista, con su palabra profética y su testimonio de fe y de vida austera, despierta gran expectativa en la gente: “Todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías”. Ante esa inquietud el responde con firmeza: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias”.
Juan tiene bien claro que él no es el Mesías prometido por los profetas, ni tampoco pretende serlo, y que su misión es de preparar el camino a Jesús, el enviado del Padre para salvar a la humanidad. Por eso, presenta a Jesús a la gente que se reúne a su alrededor, como Aquel que “los bautizará en el Espíritu Santo y el fuego”, y que llevará en sus manos el poder de Dios, no un poder político para encabezar una revuelta en contra del imperio opresor, sino un poder espiritual que purifica del pecado y del mal y que concede el don del Espíritu Santo.
Llegado su turno, Jesús se hace bautizar y “apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo”. En las Sagradas Escrituras, el cielo representa la morada exclusiva de Dios, el lugar que, a causa del pecado de los orígenes, se había cerrado al ser humano, imposibilitando así su relación con el Señor. Al abrirse el cielo, se reabre la comunicación de Dios con la humanidad entera, se reaviva la esperanza y renace la alegría del acceso a la vida divina.
“Y vio al Espíritu Santo bajar hacia él como una paloma”; es el Espíritu de la creación del mundo que interviene ahora en la nueva creación y simbolizado por la paloma; Espíritu que desciende sobre Jesús y que lo habilita públicamente como el enviado por el Padre a instaurar el reino de Dios. En esta escena, se manifiestan los dos elementos fundamentales de la misión de Jesús: la fidelidad a la voluntad del Padre y la solidaridad con la humanidad.
“Se oyó una voz desde el cielo: – Tu eres mi Hijo amado, en ti mi predilecto”. Es la voz de Dios Padre que presenta a Jesús como su Hijo muy querido y en quién ha puesto todo su amor, el Primogénito de una gran multitud de hermanos y el Hombre Nuevo que nos ha traído la salvación y que nos ha hecho partícipes de la vida divina.
En esta escena maravillosa, podemos reconocer a Cristo como el nuevo Moisés que vino a inaugurar el nuevo y definitivo Éxodo, el plan divino de salvación y de liberación de la esclavitud del mal y del pecado. Por eso, desde sus inicios, la Iglesia reconoció y asumió el bautismo como sacramento, el don que nos libera del pecado, nos da la gracia y nos hace hijos adoptivos de Dios, discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia.
Sin embargo, los cristianos debemos reconocer que no sabemos vivir en plenitud el bautismo como el gran don de Dios que hay que valorar, acogerlo y testimoniarlo a través de nuestra existencia llevada conforme al Evangelio y a la voluntad de Dios.
El bautismo no puede quedar como algo olvidado, sino como la gracia que marca nuestra vida de cada día, a partir de una nueva relación de amor filial con Dios emprendida con libertad y confianza, en respuesta a su amor de Padre. Desde nuestra realidad de hijos de Dios, todos debemos relacionarnos entre nosotros como hermanos, reconociendo la igual dignidad entre todos, sin distinciones ni discriminaciones de ningún tipo, como dice San Pedro: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de persona, y que, en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él”.
También, vivir el bautismo exige participar como miembros activos en la vida de la Iglesia, la casa de todos los bautizados y donde vivimos en comunión como hermanos, y donde encontramos los medios necesarios para vivir en la gracia de Dios y crecer en la fe, la esperanza y la caridad.
Vivir el bautismo, nos compromete además a compartir la misión de Jesús que vino, a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios a los pobres y a liberar a los cautivos y a los oprimidos por la injusticia humana. Por eso, siguiendo el ejemplo de Jesús, hay que salir a las periferias geográficas y existenciales, dar testimonio de la alegría del Evangelio y trabajar en favor de la vida, el bien común, la solidaridad, la justicia y la paz. En este tiempo de recrudecimiento de la pandemia, con su secuela de dolor y de muerte, tenemos la oportunidad de ser misioneros siendo solidarios con las personas solas, abandonadas y necesitadas de ayuda. De la misma manera, tenemos que defender la vida, dando el ejemplo cumpliendo las medidas de seguridad, porque al cuidar nuestra vida cuidamos la vida los demás.
Esta es también la manera de dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza en nuestro mundo, donde se constata una gran indiferencia a Dios y a la dimensión espiritual, y una ausencia de los valores humanos y cristianos, hechos que dejan el vació, el sin sentido y el desconcierto en el corazón.
Vivir el bautismo implica no tener miedo de dar testimonio público de nuestra fe, no con actitudes de superioridad o con la presunción de ser perfectos, sino con nuestro testimonio humilde y sencillo, y en el respeto de todos.
No debemos olvidar que todos somos pecadores necesitados de la misericordia y del amor de Dios, llamados a subir en la misma barca con Jesús y a remar juntos para que se vaya instaurando siempre más, en el mundo, el reinado de amor y de vida que vence a la muerte y al mal, pregustando así la felicitad y la vida eterna de Dios, nuestra meta definitiva.
La palabra de Dios de esta fiesta del bautismo de Jesús, nos ha ayudado a redescubrir y a revivir este don precioso del Señor que mueve nuestro corazón a abandonar nuestros males y pecados, a asumir las virtudes y valores del Reino de Dios y a experimentar la realidad de hombres nuevos en Cristo, que se rigen con los criterios del amor de Dios y del Evangelio de la mansedumbre y la fraternidad, del perdón y la reconciliación, de la justicia y la paz, Amén.