Campanas. Desde la Catedral este domingo 07 de noviembre, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti pidió que el Dios de la vida apacigüe nuestros ánimos y nos colme de sus bendiciones, para que todos trabajemos para impulsar un sueño común de País, sobre los cimientos de la reconciliación, la justicia, la verdad y la paz.
Así mismo la Iglesia pide en nombre del Dios de la vida que la huelga, anunciada por el día de mañana, se desarrolle en paz, en el respeto de las leyes, de las personas y de los bienes privados y públicos, y que no haya provocaciones, actos violentos, enfrentamientos y vandalismos de parte de nadie.
De la misma manera Mons. Gualberti reiteró su pedido a las autoridades de escuchar el clamor de todos y que se trabaje para preservar la vida, el bienestar y la paz de todos los bolivianos.
Las instituciones estatales, llamadas por ley a defender la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, discriminan y promueven la muerte.
Esta es una tarea desafiante en nuestra sociedad donde hay corrientes violentas y pregoneras de muerte y donde instituciones estatales, llamadas por ley a defender la vida de todos indistintamente, desde la concepción hasta la muerte natural, discriminan y promueven la muerte.
Promover la vida es una misión que abarca todos los ámbitos de la persona y la sociedad
No debemos desanimarnos ni acobardarnos, porque es Dios que nos pide defender la vida
Este domingo la palabra de Dios nos presenta a las figuras encantadoras de dos mujeres pobres y sencillas que pertenecían a esa clase de personas que no contaban nada en la sociedad y que, sin embargo, nos han dejado un ejemplo de fe y de valor moral sorprendente también para nosotros hoy.
El relato del evangelio nos presenta a Jesús, en el templo de Jerusalén, dirigiendo unas duras críticas a los maestros de la ley porque, en todo su actuar, no buscaban la gloria de Dios, sino su propio prestigio e interés, aprovechando de su autoridad para despojar de sus bienes a los pobres y a las viudas desprotegidas.
Luego de esas advertencias, Jesús se sentó frente la sala del tesoro mirando a la gente que, al entrar, depositaba su limosna en alcancías de cobre adyacentes a las puertas. Él “se sentó”, a indicar cuán importante es darse un tiempo para observar lo que pasa a nuestro alrededor; no una mirada superficial que queda en la apariencia exterior, sino una mirada que, penetrando al interior de las personas, busca entrever lo que hay detrás de ciertas actitudes.
Muchos ricos, al entrar al templo, echaban en gran cantidad monedas de valor para que resonaran en las alcancías de cobre y así todo el mundo se diera cuenta de su generosidad. Entre ellos, llegó una viuda pobre que echó dos moneditas de muy escaso valor, gesto que, entre tanto trajinar de los peregrinos, seguramente pasó desapercibido de parte de todos, incluso para los discípulos de Jesús.
Pero Él se percató de ese gesto, convocó a los discípulos a su alrededor y les dijo: “Les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que cualquiera; porque todos han echado de lo que les sobra; pero esta, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir“.
Con estas palabras Jesús pone en evidencia que esa pobre viuda ya había entrado en el reino de Dios por la puerta grande de la bienaventuranza de los pobres que, teniendo el corazón vacío y libre de todas las cosas y de sí mismos, están disponibles por completo ante Dios: “Dichosos los que tienen espíritu de pobre, porque a ellos pertenece el Reino de los cielos”.
El evangelio del domingo pasado nos enseñaba que el centro de la vida cristiana es el amor, y hoy nos dice que el amor tiene que concretarse en el dar, más aún, en el darnos a nosotros mismos, en jugarnos la vida por Cristo y el Evangelio. Entregar nuestra vida por el Reino de Dios es la mejor manera de expresar nuestro amor.
Un amor sincero que se entrega a los últimos de la sociedad
Un amor que abra nuestro corazón a los demás, incluso a los desconocidos, como hizo la viuda de Sarepta con el profeta Elías, un extranjero para ella; un amor sincero que se entrega a los últimos de la sociedad, los pobres, los enfermos, los abandonados, los sufridos y tantos necesitados, que no faltan a nuestro alrededor.
La vida de cada persona es un don de Dios, por eso debemos ponerla al servicio de todos
Este hecho me recuerda una frase de un sacerdote de mi tierra natal, antes de ser asesinado en los lagers nazis durante la segunda guerra mundial: “Yo soy todo un don”. La vida de cada persona es un don de Dios, por eso debemos ponerla al servicio de todos, conscientes que, lo que hacemos en favor y en defensa de la vida, es parte de nuestra misión de bautizados.