Campanas. Siguiendo las medidas sanitarias por la cuarentena del Coronavirus, desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, presidió la Celebración Eucaristica del 5to. Domingo de Cuaresma. Concelebraron; el P. Hugo Ara, Rector de la Catedral y el P. Mario Ortuño.
Pidamos al Señor que nos mire con sus ojos misericordiosos de Padre, para que pronto cese la tempestad que se ha abatido sobre toda la humanidad, nos pide el Arzobispo de Santa Cruz.
Monseñor Sergio nos pide que actuemos con responsabilidad, cumpliendo con las medidas de orden público y las normas sanitarias, sabiendo que depende de cada uno de nosotros que se controle o que se extienda la pandemia.
El fuerte grito de Jesús «Lázaro, sal afuera… desátenlo» resuena también en nuestro corazón en esta situación de pandemia y *nos alienta a salir de la tumba y desatar las vendas del egoísmo y del miedo que paralizan y de la cobardía que hace reaccionar con irracionalidad y hostilidad ante los contagiados por el virus, dice Monseñor.
También el prelado nos exhortó a que intensifiquemos nuestras oraciones por los hermanos víctimas de la pandemia y sus familiares, por los operadores sanitarios y todos los servidores públicos en su delicada y abnegada tarea.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
5to. Domingo de Cuaresma – Catedral
La liturgia de la Palabra de este 5° domingo de Cuaresma, nos presenta la verdadera imagen de Dios, como el Dios de la Vida. Esta verdad consoladora cobra un valor particular en estos momentos de aislamiento forzoso en el combate al coronavirus. La certeza de que nuestro Dios ama la vida, nuestra vida, suscita en nuestros corazones sentimientos de serenidad y de esperanza, que no dejan campo al miedo y a la turbación.
Los signos del AGUA y de la LUZ, que la Palabra de Dios de los anteriores dos domingos nos ha presentado, encuentran hoy su sentido pleno en la victoria de la Vida sobre la muerte.
En la 1ª lectura, el profeta Ezequiel, en nombre de Dios, anima al pueblo elegido, deportado en Babilonia, con unas palabras cargadas de esperanza: “Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel… Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán””. Dios se solidariza con los sufrimientos y la situación de opresión y muerte de los exilados y anuncia que Él mismo los liberará de la esclavitud, los hará retornar a su propia tierra y les infundirá su espíritu de vida.
El Evangelio de San Juan nos presenta un momento central del ministerio de Jesús. Su amigo Lázaro cae gravemente enfermo y sus hermanas, María y Marta, mandan a avisar a Jesús. Él podría ir en ayuda del amigo y sanarlo, sin embargo, espera que la enfermedad y la muerte cumplan su ciclo. Jesús mira al futuro y retrasa su ida dos días, para revelar la gloria de Dios y demostrar claramente que Él es la fuente de vida y que tiene el poder salvador de Dios:
“Esta enfermedad no es mortal, es para gloria de Dios“. Jesús, además, actúa de esa manera para afianzar la fe de los discípulos y mostrar que Dios se hace presente para liberar a la humanidad de todo lo que la mortifica y oprime, y para guiar a la historia por las sendas seguras de la vida, a pesar de tantos signos de muerte.
Después de esa espera, Jesús se pone en camino hacia la casa del difunto y Marta, al enterarse de la llegada del maestro, corre a su encuentro. Sus primeras palabras con Jesús son de reproche, porque Él no ha venido en socorro de su amigo íntimo, «¡el que tú amas!». No obstante, ella sigue confiando que Jesús podrá hacer lo humanamente impensable: «Yo sé que aun ahora, Dios te concederá lo que le pidas».
En su respuesta Jesús, se revela a Marta como Dios, la fuente de la vida: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá». Gracias a Jesús la vida y no la muerte es nuestro destino definitivo. Desde la resurrección de Jesús,
la muerte, para nosotros cristianos, es como un sueño del que Él nos va a despertar un día, el umbral y el paso de nuestra vida terrenal limitada y frágil a la vida nueva y plena en Dios.
En seguida Jesús pone a Marta la pregunta clave: «¿Crees esto?», y ella responde con una clara profesión de fe: «Sí, Señor, creo que tu eres el hijo de Dios». El premio de la fe es ver la gloria de Dios y experimentar personalmente como Dios ayuda y salva. «Quien escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene la vida eterna».
Jesús luego se hace acompañar al sepulcro de Lázaro y allí «llora y… se conmueve profundamente». Su conmoción es más que un sentimiento humano de amigo verdadero, es expresión de su participación y solidaridad con la condición humana, marcada por la limitación y debilidad, el pecado y la muerte, situación de la que Él nos ha venido a rescatar y salvar.
Todavía conmovido Jesús, haciendo caso omiso de la advertencia de Marta, preocupada por el hedor que puede emanar el cuerpo de Lázaro, con un fuerte grito ordena: «Lázaro, sal afuera» – y salió con las manos y los pies con vendas. «Desátenlo». Es el grito de la vida, que reanima Lázaro y lo hace salir del sepulcro, aunque sigue atado por las vendas, por eso hay que liberarlo de los últimos vínculos con la muerte para que inicie el camino de la vida nueva.
Jesús, se ha enfrentado directamente con la muerte y de la muerte ha hecho brotar la vida. La resurrección de Lázaro es la expresión del poder de Jesús que tiene «palabras de vida eterna», prefiguración de su resurrección y signo de la resurrección, en el día final, de los que han creído en Él.
Jesús esta mañana nos repite la misma pregunta que hizo a Marta: «¿Crees esto?». Al dar nuestra respuesta sabemos que, quién da su adhesión a Cristo y cree en Él, vida y resurrección nuestra, se siente salvado, liberado del pecado y de la muerte. Liberación no de la muerte biológica, porque también Cristo murió, sino de la esclavitud opresora de la muerte, del miedo a la misma, y de una vida sin sentido que acaba en la nada.
El fuerte grito de Jesús «Lázaro, sal afuera… desátenlo» resuena también en nuestro corazón en esta situación de pandemia y nos alienta a salir de la tumba y desatar las vendas del egoísmo y del miedo que paralizan y de la cobardía que hace reaccionar con irracionalidad y hostilidad ante los contagiados por el virus.
Pidamos a Jesús que nos libere de estas vendas, para que actuemos con responsabilidad, cumpliendo con las medidas de orden público y las normas sanitarias, sabiendo que depende de cada uno de nosotros que se controle o que se extienda la pandemia.
De la misma manera intensifiquemos nuestras oraciones por los hermanos víctimas de la pandemia y sus familiares, por los operadores sanitarios y todos los servidores públicos en su delicada y abnegada tarea. Pidamos al Señor que nos mire con sus ojos misericordiosos de Padre, para que pronto cese la tempestad que se ha abatido sobre toda la humanidad.
Jesús nos llama esta mañana a dar signos de vida y liberación e iniciar un camino nuevo bajo el poder del Espíritu y la insignia del amor y de la esperanza y saborear, desde ya, la vida de Dios que nos espera en el día de la resurrección final. Amén
OFICINA DE PRENSA DE LA ARQUIDIOCESIS DE SANTA CRUZ DE LA SIERRA – BOLIVIA