Campanas. En la fiesta de la Epifanía del Señor, El Arzobispo de Santa Cruz, Monseñor Sergio Gualberti nos exhortó a pedir a los sabios que nos ayuden a recorrer el camino de la vida nueva, de la renovación de nuestra fe en el Dios verdadero, renovación de nuestra entrega, dedicación y servicio a su reinado de amor y de vida, misión que da sentido pleno a nuestra existencia y que nos colma de alegría al igual que los sabios magos que, “al ver la estrella, se llenaron de alegría… y regresaron a su tierra por otro camino”.
La liturgia de la palabra de esta solemnidad de la Epifanía nos presenta, con las imágenes contrapuestas de la oscuridad y la luz, el misterio del Niño Dios como “el Señor que resplandece sobre su pueblo”, el Salvador de la humanidad. Las naciones vendrán hacia su luz, hacia el resplandor de su amanecer, al igual que los sabios magos vieron el surgir de la estrella y la siguieron. Él Niño Dios es la luz de la vida y de la gracia que rasga las “tinieblas que cubren la tierra… y las naciones”, las oscuridades del pecado, del mal y de la muerte. En la carta a los cristianos de Éfeso, el Apóstol Pablo habla “del misterio de la salvación oculto a las anteriores generaciones…” revelado y hecho conocer a todas las naciones y pueblos.
Así mismo afirmó que, la adoración de los sabios marca un cambio decisivo en la historia de la salvación. El Niño Dios, rechazado por el pueblo elegido, es reconocido y adorado por paganos, a indicar que Jesús ha venido a salvar no solo a su pueblo, sino a todos los pueblos y naciones de la tierra. El Papa Francisco en la homilía de Epifanía del 2016 decía:
“Los sabios representan los hombres de todo rincón de la tierra, que son acogidos en la casa de Dios. Ante Jesús no existe ya ninguna división de raza, di lengua y de cultura: en aquel Niño toda la humanidad encuentra su unidad”.
De la misma manera el prelado aseguró que a A lo largo de la historia de la humanidad, han ido surgiendo varios ídolos, personas, ideologías, sistemas económicos, políticos y otros, en alternativa o en contraposición a Dios. Incluso se han vuelto ídolos a la ciencia y a la técnica, atribuyéndoles poderes ilimitados y reponiendo en ellas una esperanza incondicional para dar con todos los problemas de la humanidad, hasta con la muerte.
Así también el Arzobispo indicó que, esta situación es el resultado de un pensamiento que desconoce que la inteligencia y la ciencia humanas son dones de Dios y que, en cuanto dones, tienen que tomar como referencia a Dios y a la ley moral implantada en el corazón de todo ser humano y, en consecuencia, anteponer la vida y la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios, por encima de cualquier otro bien e ideología.
La ciencia iluminada por la fe, así como la entendieron y vivieron los sabios magos, es un camino certero que lleva a reconocer y encontrar el Salvador en el Niño pobre de Belén, la luz que disipa las tinieblas de la soberbia y de la autosuficiencia de nuestra mente y nos abre los ojos a la esperanza de alcanzar la felicidad y la realización armoniosa de nuestra vida personal, comunitaria y social.
El misterio de la Epifanía, que ha revelado a Cristo como el Salvador de la humanidad, nos pone ante dos caminos opuestos entre sí: el de Herodes y el de los sabios magos. A nosotros tomar posición y decidir, no hay neutralidad.
O bien optamos por el camino de Herodes, por las tinieblas del pecado y de una vida egoísta sin Dios y despreocupados por los demás, por una ciencia sin referencia ética y por un mundo que se rige por la lógica de los ídolos del poder, la fama y las riquezas; o bien optamos por el camino de los sabios astrólogos, detrás de la estrella, la luz que nos lleva a la vida, a la práctica de la justicia, al bien común, a la solidaridad, a la fraternidad, al amor y a la paz, en otras palabras, al Niño pobre de Belén, nuestro Salvador, dijo el prelado.
Fotografía: Carolina Terrazas
“Epifanía del Señor, Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
6/01/2022″
La liturgia de la palabra de esta solemnidad de la Epifanía nos presenta, con las imágenes contrapuestas de la oscuridad y la luz, el misterio del Niño Dios como “el Señor que resplandece sobre su pueblo”, el Salvador de la humanidad. Las naciones vendrán hacia su luz, hacia el resplandor de su amanecer, al igual que los sabios magos vieron el surgir de la estrella y la siguieron. Él Niño Dios es la luz de la vida y de la gracia que rasga las “tinieblas que cubren la tierra… y las naciones”, las oscuridades del pecado, del mal y de la muerte. En la carta a los cristianos de Éfeso, el Apóstol Pablo habla “del misterio de la salvación oculto a las anteriores generaciones…” revelado y hecho conocer a todas las naciones y pueblos.
En el pasaje del Evangelio de hoy, todos los personajes están en búsqueda de la luz, aunque solo los sabios magos, guiados por la estrella, verán la luz del Niño Dios. Los maestros de la ley y los sacerdotes no pueden ver la luz porque buscan al mesías, rey con de un estado con poder absoluto y tampoco el rey Herodes no encuentra al Niño Dios porque ve en él una amenaza a su reinado.
Los protagonistas de esa escena del Evangelio son los reyes magos o sabios astrólogos, de una región de oriental del mundo entonces conocido, que interpretaban a los sueños y estudiaban a las estrellas, consideradas expresiones visibles del influjo de los dioses sobre el destino humano. Esos sabios, al ver surgir una nueva estrella desde el Oriente, donde sale el sol, la interpretan como un signo del nacimiento de un futuro rey, y se ponen en camino detrás de la misma buscando a ese niño hasta llegar a Jerusalén. Pero allí la estrella desaparece, por eso preguntan: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?”.
El rey Herodes, alarmado por esa noticia, consulta a los maestros de la ley y estos le responden con una cita del profeta Miqueas: “De ti (Belén) surgirá un jefe que será el pastor de mi pueblo, Israel“. Herodes, ocultando su intención de matar al Niño, pide a los sabios que, una vez encontrado al niño, lo avisen para que él también vaya a rendirle homenaje.
Con esa referencia, los sabios abandonan el palacio de Herodes y de pronto vuelve a aparecer la estrella que los guía hasta el portal de Belén. El hecho de la desaparición de la estrella cuando los magos llegaron al palacio de Herodes y reaparezca cuando se alejan de allí, es signo de que Dios rechaza todo poder despótico, injusto y violento, como el de Herodes, porque el poder tiene que estar al servicio de la vida, los derechos y el bienestar de las personas, del bien común y de la paz.
Llegados a Belén, la estrella se para encima del establo; allí los sabios encuentran al niño Dios en brazos de María, su madre. Ellos, a pesar de ese ambiente de gran pobreza, reconocen en ese niño al rey que buscaban, por eso se postran, lo adoran y le ofrecen oro, incienso y mirra. Estos dones son signo de su entrega total de a Dios, así nos dice San Pedro Crisólogo: “con el incienso reconocen que Jesús es Dios, con el oro lo aceptan como rey y con la mirra expresan su fe en aquel que moriría”
La adoración de los sabios marca un cambio decisivo en la historia de la salvación. El Niño Dios, rechazado por el pueblo elegido, es reconocido y adorado por paganos, a indicar que Jesús ha venido a salvar no solo a su pueblo, sino a todos los pueblos y naciones de la tierra. El Papa Francisco en la homilía de Epifanía del 2016 decía:
“Los sabios representan los hombres de todo rincón de la tierra, que son acogidos en la casa de Dios. Ante Jesús no existe ya ninguna división de raza, di lengua y de cultura: en aquel Niño toda la humanidad encuentra su unidad”.
Luego los sabios se preparan para regresar a su país, pero en sueño, reciben la advertencia de no regresar donde Herodes y entonces emprenden otro camino. El encuentro con el Señor, provoca una conversión total en la vida de las personas, un cambio de dirección que las impulsa a dejar a un lado las tinieblas del pasado y recorrer el camino de la estrella, de la búsqueda sincera y perseverante de Dios.
Como primer paso, el cambio implica no volver donde el rey Herodes, no sustituir a Dios por el poder y las riquezas, no engreírse y elevarse a dueños del destino propio y de los demás, no ser egoístas, no caer las tinieblas de la mentira y de los ídolos mundanos que embrutecen y que ahogan en la falta de ideales y del sentido de la vida.
A lo largo de la historia de la humanidad, han ido surgiendo varios ídolos, personas, ideologías, sistemas económicos, políticos y otros, en alternativa o en contraposición a Dios. Incluso se han vuelto ídolos a la ciencia y a la técnica, atribuyéndoles poderes ilimitados y reponiendo en ellas una esperanza incondicional para dar con todos los problemas de la humanidad, hasta con la muerte.
Esta situación es el resultado de un pensamiento que desconoce que la inteligencia y la ciencia humanas son dones de Dios y que, en cuanto dones, tienen que tomar como referencia a Dios y a la ley moral implantada en el corazón de todo ser humano y, en consecuencia, anteponer la vida y la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios, por encima de cualquier otro bien e ideología.
La ciencia iluminada por la fe, así como la entendieron y vivieron los sabios magos, es un camino certero que lleva a reconocer y encontrar el Salvador en el Niño pobre de Belén, la luz que disipa las tinieblas de la soberbia y de la autosuficiencia de nuestra mente y nos abre los ojos a la esperanza de alcanzar la felicidad y la realización armoniosa de nuestra vida personal, comunitaria y social.
El misterio de la Epifanía, que ha revelado a Cristo como el Salvador de la humanidad, nos pone ante dos caminos opuestos entre sí: el de Herodes y el de los sabios magos. A nosotros tomar posición y decidir, no hay neutralidad.
O bien optamos por el camino de Herodes, por las tinieblas del pecado y de una vida egoísta sin Dios y despreocupados por los demás, por una ciencia sin referencia ética y por un mundo que se rige por la lógica de los ídolos del poder, la fama y las riquezas; o bien optamos por el camino de los sabios astrólogos, detrás de la estrella, la luz que nos lleva a la vida, a la práctica de la justicia, al bien común, a la solidaridad, a la fraternidad, al amor y a la paz, en otras palabras, al Niño pobre de Belén, nuestro Salvador.
Esta mañana, pidamos a los sabios que nos ayuden a recorrer el camino de la vida nueva, de la renovación de nuestra fe en el Dios verdadero, renovación de nuestra entrega, dedicación y servicio a su reinado de amor y de vida, misión que da sentido pleno a nuestra existencia y que nos colma de alegría al igual que los sabios magos que, “al ver la estrella, se llenaron de alegría… y regresaron a su tierra por otro camino”. Amén