Campanas. En estos inicios de los nuevos Gobiernos Nacional y de Departamentales, el Señor nos llama a trabajar como hermanos, entre todos los bolivianos, para construir puentes de acercamiento, diálogo y encuentro, sobre la base de la verdad, la justicia, la libertad y poniendo al servicio del bien común los talentos que Él nos ha dado, afirmó Mons. Sergio Gualberti, Arzobipo de Santa Cruz, desde la Catedral este domingo 09 de mayo.
«Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor». Queridos hermanos y hermanas, con estas palabras Jesús nos invita a permanecer en el amor del Padre que ha entregado a su Hijo para nuestra salvación, el amor que ha movido a Jesús a ofrecer toda su vida hasta la muerte en cruz.
“Como Pedro nosotros también debemos dar fruto desterrando toda clase de prejuicios, discriminaciones y exclusiones”
«Dios no hace distinción de personas». Como Pedro nosotros también debemos dar fruto desterrando toda clase de prejuicios, discriminaciones y exclusiones, porque Dios nos ama a todos los seres humanos por igual, como hijos suyos. Por eso, sería bien hacer un examen de conciencia acerca de nuestras relaciones con los demás, tanto a nivel personal como social y, si fuera necesario, remover de nuestro corazón y de nuestra vida todo lo que nos divide: sospechas, desconfianzas, discriminaciones, intolerancias y actitudes racistas.
“El Señor nos llama a trabajar entre todos los bolivianos, para construir puentes de diálogo y encuentro, sobre la base de la verdad, la justicia, la libertad”
El «que teme a Dios y practica la justicia le es grato». Llama la atención como San Pedro pone en estrecha relación la fe en Dios con la práctica de la justicia, dos virtudes que deben estar presentes en la vida de todo cristiano.
Esto significa que para agradar a Dios hay que creer en Él y, al mismo tiempo, practicar la justicia con todos, en especial modo con los más vulnerables e desamparados.
“Practicar la justicia no es solo un acto humano, sino una virtud cristiana, expresión de nuestra fe en Dios”
Es el testimonio que nos da la Iglesia, esta mañana, con la beatificación de Rosario Livatino, un joven juez italiano que, fortalecido por su profunda fe en Dios, ha tenido el coraje de la libertad, no ha mancillado la justicia y no traicionado su vocación de juez al servicio de la verdad, pagando con su vida, asesinado por la mafia. Es el primer juez beato en la historia de la Iglesia, definido, por el Papa San Juan Pablo II, “Mártir por la justicia.
“No debemos callar ante las injusticias y el clamor en nuestro país ante tantas agresiones a la vida y ante una justicia servil que ha perdido toda credibilidad”
Esto es el motivo que nos debe impulsar a los cristianos a no callar ante las injusticias, y que nos impulsa como Iglesia a hacernos eco del clamor que se eleva en nuestro país ante tantas agresiones a la vida y, en especial, ante una justicia servil que ha perdido toda credibilidad. No puede haber reconciliación, armonía y paz, si no hay una justicia independiente e imparcial que esté al servicio de la verdad, que actúe con equidad y sin distinción alguna en cuanto a la posición social, económica, política y religiosa de las personas.
“Las autoridades están llamadas a servir a todos por igual”
Esta es una tarea urgente que se debe a nuestro pueblo y que exige la participación de todos y, en primer lugar, de las autoridades llamadas a servir a todos por igual, iluminados por las palabras de San Pedro:” Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia, es agradable a Él”. Agradecidos a Dios por el don de su amor, acojamos con sincera convicción esta verdad y pongámosla en práctica en todos los momentos y ambientes en los que nos toca vivir.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
09/05/2021
«Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor». Queridos hermanos y hermanas, con estas palabras Jesús nos invita a permanecer en el amor del Padre que ha entregado a su Hijo para nuestra salvación, el amor que ha movido a Jesús a ofrecer toda su vida hasta la muerte en cruz.
Es el «amor de comunión de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo», del que somos partícipes por iniciativa de Dios, el amor de profunda unión de voluntades, de correspondencia de intentos y de entrega recíproca y total. San Juan, en la 2da lectura que hemos escuchado, resume en dos palabras este misterio: “Dios es amor”, el Amor por excelencia y en sumo grado que se expresa en la verdad, el bien y la belleza.
Tan solo el hecho de saber que Dios nos ha dado este don, debería movernos a responder como personas enamoradas y amarlo con gratitud y alegría. Por eso, Jesús nos dice: «Permanezcan en mí amor». No tenemos que inventar ni buscar nada, porque ya estamos inmersos en el amor del Señor, sencillamente tenemos que estar arraigados en Él y no desprendernos jamás.
Pero, a veces nosotros somos ingratos, nos encerramos en nuestro yo egoísta y estéril o nos apegamos a amores y a bienes ilusorios y pasajeros que nos dejan vacíos e insatisfechos. Conocedor de nuestra debilidad, Jesús nos indica cómo hacer para no caer en esas tentaciones y para que nuestro amor a Dios no se quede en puro sentimiento, sino que se transforme en vida: «Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado». Jesús nos manda amar, pero al amor no se manda. Es cierto; pero, el mandato del que habla Jesús, no es al estilo de un precepto humano que se nos impone por una voluntad ajena, sino una orden que brota de nuestro corazón cautivado por el amor tan grande del Señor que nos hace felices de «deber» amar.
En este caso, sí, podemos hablar de mandamiento del amor, el mandamiento de la auténtica libertad.
“Ámense los unos a los otros”, Jesús no nos pide simplemente “amar a los demás”, sino de amarnos recíprocamente, un amor de dar y de recibir, fuente de la felicidad plena. “Como yo los he amado”. Amarnos como Él nos ha amado gratuita y libremente, Él que por amor se ha hecho servidor de todos, que ha privilegiado a los pobres y descartados de la sociedad, que ha buscado a la oveja descarriada y que ha perdonado a todos, incluso a los que lo estaban crucificando.
Jesucristo nos ama, no por nuestros méritos ni por esperar una recompensa, sino para que podamos ser sus amigos: “Ya no los llamo siervos… Yo los llamo amigos”. Su amistad con nosotros es de par en par, como entre dos amigos, donde no hay alguien que manda y el otro cumple. Jesús quiere ser nuestro amigo sincero y fiel y, como máxima prueba de amor, entrega su vida y comparte con nosotros todo lo que el Padre le ha dado a conocer sin ocultarnos nada. « Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre».
Y todo esto para que nosotros seamos felices, “Para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto”, no cualquier gozo sino el suyo: “mi gozo, gozo perfecto”. Cuando vivimos una existencia feliz y serena, es signo que estamos avanzando por el buen camino y que estamos preparados para dar frutos de bien y de amor, siguiendo su ejemplo y amando con los hechos y no de palabras.
La 1ªa lectura presenta un ejemplo de estos frutos: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace distinción de persona, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato”.
El apóstol Pedro que, inicialmente, se había dedicado a anunciar el Evangelio solo en medio del pueblo judío, movido por el Espíritu del Señor, se convierte, se libera de la normativa del judaísmo que prohibía cualquier contacto con los paganos y entra en la casa del capitán romano Cornelio. Mientras Pedro está anunciando a Cornelio la buena noticia de Jesús, el Espíritu Santo desciende sobre él y toda su familia allí reunida, hecho que mueve al apóstol a bautizarlos a todos, dando así un paso decisivo para que la Iglesia abra sus puertas a la humanidad entera.
«Dios no hace distinción de personas». Como Pedro nosotros también debemos dar fruto desterrando toda clase de prejuicios, discriminaciones y exclusiones, porque Dios nos ama a todos los seres humanos por igual, como hijos suyos. Por eso, sería bien hacer un examen de conciencia acerca de nuestras relaciones con los demás, tanto a nivel personal como social y, si fuera necesario, remover de nuestro corazón y de nuestra vida todo lo que nos divide: sospechas, desconfianzas, discriminaciones, intolerancias y actitudes racistas.
Pero, sobre todo, en estos inicios de los nuevos Gobiernos Nacional y de Departamentales, el Señor nos llama a trabajar como hermanos, entre todos los bolivianos, para construir puentes de acercamiento, diálogo y encuentro, sobre la base de la verdad, la justicia, la libertad y poniendo al servicio del bien común los talentos que Él nos ha dado. El «que teme a Dios y practica la justicia le es grato». Llama la atención como San Pedro pone en estrecha relación la fe en Dios con la práctica de la justicia, dos virtudes que deben estar presentes en la vida de todo cristiano.
Esto significa que para agradar a Dios hay que creer en Él y, al mismo tiempo, practicar la justicia con todos, en especial modo con los más vulnerables e desamparados.
Desde esta óptica, practicar la justicia no es solo un acto humano, sino una virtud cristiana, expresión de nuestra fe en Dios.
Es el testimonio que nos da la Iglesia, esta mañana, con la beatificación de Rosario Livatino, un joven juez italiano que, fortalecido por su profunda fe en Dios, ha tenido el coraje de la libertad, no ha mancillado la justicia y no traicionado su vocación de juez al servicio de la verdad, pagando con su vida, asesinado por la mafia. Es el primer juez beato en la historia de la Iglesia, definido, por el Papa San Juan Pablo II, “Mártir por la justicia”.
Esto es el motivo que nos debe impulsar a los cristianos a no callar ante las injusticias, y que nos impulsa como Iglesia a hacernos eco del clamor que se eleva en nuestro país ante tantas agresiones a la vida y, en especial, ante una justicia servil que ha perdido toda credibilidad. No puede haber reconciliación, armonía y paz, si no hay una justicia independiente e imparcial que esté al servicio de la verdad, que actúe con equidad y sin distinción alguna en cuanto a la posición social, económica, política y religiosa de las personas.
Esta es una tarea urgente que se debe a nuestro pueblo y que exige la participación de todos y, en primer lugar, de las autoridades llamadas a servir a todos por igual, iluminados por las palabras de San Pedro: ”Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia, es agradable a Él”. Agradecidos a Dios por el don de su amor, acojamos con sincera convicción esta verdad y pongámosla en práctica en todos los momentos y ambientes en los que nos toca vivir. Amén