Campanas. “¡Cristo ha Resucitado, Aleluya!” Él ha salido glorioso del sepulcro para no morir nunca más. ¡Está vivo y es nuestra esperanza! Queridos hermanos y hermanas, hoy celebramos la fiesta más solemne de la Iglesia, la fiesta de la vida y de la alegría porque Cristo ha vencido al maligno, la Gracia al pecado, la Verdad a la mentira, el Servicio a la arrogancia del poder, con esa invocación comenzó Monseñor Sergio Gualberti su homilía en la noche de la Vigilia Pascual que celebró este sábado Santo.
Fotografía: Ipa Ibáñez
Al inicio de la vigilia y desde fuera de la Catedral, el Prelado Cruceño bendijo el fuego que le dio luz al Cirio Pascual (luz de Cristo) y con esa luz entró en la Catedral a oscuras que fue iluminándose con la luz que, del cirio Pascual, tomaban las velas de los fieles. Vigilia Pascual . Concelebraron la celebraciòn; Monseñor Estanislao Dowlaszewicz, Monseñor René Leigue, el P. Hugo Ara, Vicario de Comunicación y Rector de la Catedral y el P. Mario Ortuño, Capellán de Palmasola.
Mons. Sergio Gualberti afirmó que, al igual que Pedro y los primeros cristianos nuestra vocación y misión consiste en ser testigos de “Cristo resucitado, ¡nuestra esperanza!“, como dice la secuencia de la liturgia de hoy. Ser testigos de esperanza y liberación, de reconciliación y paz en nuestro mundo sumido en tantas tinieblas: divisiones, violencias, opresiones, guerras, enfermedades, sufrimientos, amarguras y desesperanzas; en una palabra, todo lo que es negación de la vida y de la persona, con su dignidad y libertad.
El evangelio nos narra que el primer día de la semana, el domingo, los discípulos Pedro y Juan, alertados por María Magdalena, corren al sepulcro y lo encuentran vacío, tal como ella les había dicho. Ellos quedan desconcertados, no han comprendido todavía que Cristo debía resucitar de entre los muertos, a pesar de que Él se lo había dicho en varias oportunidades. En su camino de fe, les falta todavía el encuentro personal con el Resucitado, estar con Él, verlo, escucharlo, tocarlo y compartir la mesa juntos.
El prelado afirmó que, Gracias al Resucitado, las puertas del Cielo se han abierto, desde ya, a la humanidad entera hasta que, acabados el dolor y las lágrimas de nuestra peregrinación terrenal, podamos gozar de la vida gloriosa y eterna junto a Él.
Así también Mons. Gualberti aseveró que Gracias al Resucitado, nuestra muerte ya no existe, es solo un momento fugaz, es cruzar el umbral de las tinieblas y ver la luz que entra por todas las ventanas de la vida y encontrar la paz y la felicidad que tanto buscamos.
Este es el augurio que el Señor resucitado, en su primera aparición dirige a los discípulos: “La paz esté con ustedes“. No se trata de cualquier paz, sino su Paz, fruto de su amor y total entrega al designio de salvación del Padre.
“El Señor nos pide ser “operadores de paz”, en nuestro mundo, donde muchos países son sumidos en los horrores de la guerra”
El Señor solo espera que nosotros acojamos agradecidos el don de la paz y colaboremos con Él siendo “operadores de paz”, en todos los ámbitos personales y sociales. La paz verdadera que nos deja el Señor se fundamenta sobre los valores evangélicos de la justicia, la libertad, la verdad y el amor, como escribía el Papa San Juan XXIII en su Encíclica
“La Paz en la Tierra”. Paz más necesaria que nunca en estos días en nuestro mundo, donde muchos países son sumidos en los horrores de la guerra, como en Ucrania, donde las víctimas, en mayoría, son civiles, mujeres y niños inermes. La sangre inocente de esas víctimas y la de todos los conflictos llega hasta el Cielo e implora que callen las armas y se deje de sembrar muerte y destrucción.
Fotogrfìa: Ricardo Montero
El Arzobispo también señaló que, esta lógica de prepotencia y violencia está detrás de tantas actitudes nuestras y de la sociedad. A menudo, para solucionar controversias y problemas, se apuesta a la fuerza y a la violencia en vez que al diálogo y a la concertación.
“Ser operadores de paz, nos exige salir de los círculos de muerte y testimoniar con valentía la paz del Resucitado”
Ser operadores de paz en circunstancias como estas, nos exige salir de los círculos de muerte y testimoniar con valentía la paz del Resucitado, mirando hacia los nuevos horizontes de los bienes imperecederos, como nos pide San Pablo en su carta a los cristianos de Colosas:” Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios…”.
“Ser operadores de paz implica también vencer la indiferencia, despertar de la pasividad y emprender con decisión el camino de la conversión radical, del cambio de mentalidad, de corazón y de conducta”.
No gastemos la vida por los ídolos de la soberbia, el orgullo, la codicia y el poder que dividen, enfrentan y siembran muerte y, por el contrario, revistámonos de los sentimientos de Cristo: el amor, la reconciliación, la fraternidad universal, la armonía y la paz, expresó Monseñor Gualberti.
Abramos nuestro corazón a Cristo resucitado, Palabra definitiva del Padre y Señor de la Paz, y salgamos a anunciar y testimoniar con alegría la noticia más extraordinaria de toda la historia de la humanidad: “Cristo ha Resucitado… ¡Vive el Señor de veras!”. Aleluya.
Sábado Santo celebramos la Vigilia Pascual, que recuerda el triunfo de Cristo ante la muerte, pues resucitó y salió glorioso del Santo Sepulcro. Así Cristo celebra una Pascua Nueva, es decir, el paso de la muerte a la Vida Eterna.
Es la noche alegre y dichosa en que Cristo venció a la muerte. Debemos recordar que debido a que los judíos no podían trabajar el sábado porque para ellos era día de descanso, las mujeres tuvieron que esperar hasta las primeras horas del domingo para acudir a embalsamar el cuerpo de Jesús.
En la celebración de la Vigilia Pascual en Sábado Santo se proclaman siete lecturas del Antiguo Testamento que tienen finalidad de que todos los cristianos recordemos que Dios cumplió todas sus promesas y las seguirá cumpliendo.
Los símbolos de la Vigilia Pascual
Además de las lecturas, la celebración está llena de signos, aquí te los explicamos uno a uno:
El Fuego Nuevo
El primer signo es la Bendición del Fuego Nuevo, con el que se enciende el Cirio Pascual, que es signo de Cristo resucitado que vence la oscuridad del pecado y la muerte. El cirio que se enciende esta noche se llama “cirio pascual” y se tendrá que encender también durante todo el año en las celebraciones del Bautismo, para indicar que el bautizado está iluminado por Cristo, y también en las misas de difuntos para recordar que para ellos brilla la luz eterna.
El Pregón Pascual
El segundo signo es de la Vigilia Pascual es el Pregón Pascual como se nombra a un hermoso canto con el que se anuncia solemnemente la Resurrección de Cristo. Este pregón lo canta el sacerdote o un diácono cuando ya todos tienen su cirio encendido.La Bendición del Agua
Hay que recordar que en la antigüedad sólo había un día para los bautismos, ese era el día de la resurrección de Cristo. Se bautizaba en ese día porque así se comprendía mejor que quien se bautiza se une a Cristo muerto y resucitado. Quien se bautiza no morirá para siempre sino que resucitara por el poder de Cristo.
Por esa razón se quedó la costumbre de bendecir el agua y se le llama “agua de gloria” porque Cristo abrió la gloria el día de la Pascua. Si en la celebración hay bautismos se hace con esa agua, pero si no hay, entonces se rocía con el agua a todas las personas para que recuerden su Bautismo.
Antes de rociarlos se les pide que renueven las promesas de su bautismo y vuelvan a renunciar al mal.
La pila bautismal
El agua de la pila bautismal se bendice con un gesto muy significativo: se introduce en ella el cirio, para significar que Cristo la penetra y la fecunda para que dé abundantes hijos de Dios.
GALERÍA FOTOGRÁFICA: Sábado Santo: “Vigilia Pascual”
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
Sábado Santo/16/04/2022
“Cristo ha Resucitado ¡Aleluya, alegría! ¡Vive el Señor de veras! …”. Hermanos y hermanos, esto acabamos de proclamar con júbilo y alegría. El sepulcro está vacío, Jesús vive: “¿Por qué buscan entre los muertos, al que está vivo?” A los pregoneros de muerte que gritaron “crucifícalo” y a los poderosos que querían callar para siempre a Jesús haciéndolo crucificar, el Padre responde resucitándolo.
Cristo Resucitado es el centro y el culmen de la historia de la salvación, la que, esta noche, hemos recorrido a través de la Palabra de Dios. Ha sido una larga caminata de la humanidad por distintas etapas: la creación del mundo y del ser humano, la irrupción del pecado y de la muerte como rechazo del plan amoroso de Dios, la elección de Abrahán y los patriarcas, la liberación de la esclavitud de Egipto, la entrega de la ley a Moisés, la Alianza con el pueblo de Israel y la palabra de tantos profetas que mantuvo viva la fe en Dios y la espera del Mesías.
El punto final de ese largo recorrido es el Resucitado que ha liberado definitivamente a la humanidad del pecado y de la muerte, ha estrechado la Nueva Alianza y ha abierto las puertas de la vida nueva. Y nosotros, por el bautismo, también tenemos la gracia de gozar de esos dones y hacer parte de la Iglesia, el Pueblo de Dios de la nueva Alianza.
Cristo Resucitado ha sembrado en la humanidad el germen de vida eterna que se va abriendo paso firmemente en el tiempo y a lo largo de la historia hasta llegar a su plenitud en la última venida del Señor al final de la historia. Este horizonte esperanzador nos colma de felicidad y nos hace proclamar con convicción: “¡Vive el Señor de veras!” “Él es nuestra vida”.
Nosotros creemos en la resurrección de Jesús porque es un hecho real, comprobado por los apóstoles y las mujeres discípulas de Jesús, a quienes se les apareció el Resucitado. Ellas junto a María, su madre, el viernes en la tarde han estado a los pies de la cruz desconsoladas y tristes, y, dado que Jesús fue sepultado apuradamente porque era la víspera de la Pascua judía, el primer día de la semana, van al sepulcro para embalsamar al cuerpo de Jesús. Pero ahí se encuentran con la sorpresa del sepulcro vacío y de la aparición de los ángeles que les dan el gran anuncio: “¡Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí ha resucitado”.
A esta noticia, las mujeres que seguían desconcertadas y afligidas, se alegran y dejan el sepulcro. Mientras están caminando, Jesús resucitado sale a su encuentro, las saluda, las anima y las envía a dar ese anuncio gozoso a los apóstoles y discípulos. Desde ese día hay hoy, el anuncio de Cristo Resucitado es el mandato fundamental de la misión de toda la Iglesia. Así los primeros cristianos fueron en verdad “Testigos del Resucitado”, no dudando ante el rechazo, la persecución y el martirio.
Esta es también la misión de la Iglesia y de todos los cristianos hoy: ser testigos de Jesús resucitado en nuestro mundo, con sus gozos y esperanzas, tristezas y angustias. Testigos de la vida nueva y de la paz, frutos de la Pascua: “La paz esté con ustedes” es el primer saludo a sus discípulos de parte del Resucitado, consagrado “Señor de la paz” por su pasión, muerte y resurrección. La Paz es el fruto de la Pascua, sin embargo, el mundo se obstina en rechazarla y sigue poniendo su confianza en la fuerza, la violencia y la guerra.
Un muy triste y trágico ejemplo es la invasión armada de Rusia a Ucrania, con tantos heridos y muertos inocentes entre la población civil y destrucciones de viviendas, colegios y hospitales.
También en nuestro país, persisten las viejas prácticas de las amenazas, los bloqueos, los enfrentamientos y el recurso a la violencia como medios para solucionar los problemas, prácticas que, además de dejar puntualmente insatisfechas a las partes, dejan tras de sí enemistades, rencores, odios y hasta sangre y muerte.
¡No hagamos que Cristo haya resucitado en vano! Salgamos de los sepulcros de la violencia y del desencuentro y resucitemos a la fuerza del amor, el perdón y la reconciliación. El Resucitado es la esperanza de un mundo nuevo, la luz que nos indica el camino a recorrer para construir juntos una sociedad fraterna, justa y pacífica que se enriquece con la cultura y los valores de cada pueblo y nación de ayer y de hoy.
San Pablo nos insta a que nos apuremos a dar este paso: “Ya es hora de despertarnos del sueño… despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de la luz” (Rom. 13,11). Ya es hora de dejar la indiferencia y la pasividad, que salgamos del anonimato, indiferencia y cobardía, para revestirnos de la luz del Resucitado, dando testimonio alegre y valiente de nuestra fe y siendo operadores de la verdad, la justicia y la paz en la familia, el trabajo y la sociedad, allí donde el Señor nos ha puesto.
Toda la liturgia de esta noche es un himno a la la mejor manera de representar al Resucitado y manifestada en tantos signos exteriores y en los versos del Pregón Pascual: «Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mí gozo».
Es la Luz del fuego encendido a la puerta de la catedral, las luces del altar y del templo, la luz de la humilde llama del Cirio Pascual, luz que quedará encendida durante todo el tiempo pascual hasta la fiesta de Pentecostés.
Es la Luz que “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”. La Luz que nos restituye a la gracia, nos da la vida nueva y nos agrega a los santos.
Gracias al Resucitado, que ha trazado el puente entre la humanidad y Dios, ya no hay distancias insuperables entre el cielo y la tierra, sino un abrazo de reconciliación y paz.
Con la invocación final del Pregón Pascual deseo a todos ustedes mis felicitaciones para que la luz del Resucitado brille en su corazón a la largo de toda su vida: “Que el lucero matinal encuentre ardiendo este cirio, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos”. Amén