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viernes 22 septiembre 2023
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Arzobispo: “María nos acompaña a vivir la navidad en profundidad, a abrir nuestro corazón y acoger al Niño Jesús”

Campanas. Este cuarto domingo de adviento desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti afirmó que “María nos acompaña a vivir la navidad en profundidad, a abrir nuestro corazón y acoger al Niño Jesús”.

La liturgia de la Palabra de este último domingo de Adviento nos invita a dejarnos guiar de la mano de la Virgen María para revivir con gozo y en profundidad la venida de Dios en nuestra carne y en nuestra historia personal y del mundo. Ella es la persona que, más que nadie, vivió con intensidad e ilusión la espera del Salvador, meditando y conservando en lo profundo de su ser el misterio que se hacía vida en ella.

Dios fue enviado en circunstancias difíciles y turbulentas de la historia de Israel, por los muchos problemas al interior del país y por estar dominado por una potencia extranjera. Miqueas, que desde lejos avizora la restauración del pueblo por obra del Mesías, hace un anuncio cargado de esperanza: “Tú, Belén, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti nacerá el que debe gobernar a Israel”.

El Mesías actuará como pastor, “se mantendrá de pie, apacentará con la fuerza del Señor” y restaurará la paz y la seguridad en el pueblo, pero sobre todo “¡Él mismo será la paz!”. Además, Él será la presencia viva de Dios más allá de las fronteras de Israel, “será grande hasta los confines de la tierra” y será el Salvador que se calará en la historia de la humanidad para liberarla de todas las esclavitudes y traer la paz. La paz verdadera y definitiva que sólo él puede ofrecer, que se fundamenta sobre la observancia de la voluntad de Dios y que conlleva nuevas relaciones humanas fraternas y solidarias, asentadas en la justicia, la libertad y la verdad.

“Gracias al Hijo de Dios hecho hombre, la humanidad ha podido estar nuevamente unida a Dios, tener acceso a la salvación “

Gracias al Hijo de Dios hecho hombre y entrado en nuestra historia ofreciendo todo su ser, la humanidad entera ha podido estar nuevamente unida a Dios, tener acceso a la salvación y gozar de la identidad, la dignidad y la vida de hijos de Dios.

Lo que nos asombra, es que este misterio de gracia no se hizo realidad en escenarios suntuosos y grandiosos de los poderosos del mundo, sino en la sencillez, humildad de María y José, y en la pobreza del establo de Belén, al igual que las protagonistas del texto del evangelio de hoy. Este relato presenta el encuentro entre dos primas hermanas, ambas esperando familia, en la montaña lejos de los centros de la fama y el poder. En el abrazo entre las dos mujeres, Isabel iluminada por el Espíritu Santo revela el gran misterio del próximo nacimiento del Salvador: ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?”. Isabel reconoce a María como “la madre de mi Señor”; es la primera de todos en reconocer a la criatura, que María lleva en el vientre, como “el Señor”.

 “María ha sido elegida como signo visible de la cercanía y el amor de Dios”

Y Jesús es el bendito por excelencia, la plenitud de la bondad, de la potestad y vida de Dios. A su vez, María su madre, es bendecida porque ha sido elegida como signo visible de la cercanía y el amor de Dios, la nueva arca de la alianza que lleva en su seno al Evangelio vivo, la Vida verdadera para todo el mundo.

Bendita entre las mujeres”, entre todas las madres que llevan la vida en su seno, que la cuidan y la donan para que brote y crezca como don del amor de Dios; bendita también entre todas las mujeres consagradas que se entregan con amor al servicio de Dios y de la vida de los demás, en particular de los pobres, los necesitados y sufridos.

“María acoge con humildad las alabanzas y la bendición de Isabel, y responde a su vez agradeciendo y ensalzando al Señor”

Ella no niega el designio misterioso de Dios, la gracia y la fuerza del Espíritu Santo sobre su persona, por el contrario, los confiesa abiertamente como testimonio para toda la humanidad: “Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque se fijó en la humildad de su servidora… porque obras grandes hizo en mí el Poderoso, su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.

“En la actitud de fe y de entrega de María al Señor, los cristianos estamos llamados a alegrarnos y reconocernos amados por Dios”

La verdadera humildad no está en desconocer los talentos que Dios nos ha dado, más bien está en sorprendernos por la gracia divina, y manifestar abiertamente las maravillas que Él ha obrado en nuestra vida, no para vanagloriarnos, sino para gloria de Dios., los cristianos estamos llamados a alegrarnos y reconocernos amados por Dios. Un signo concreto de su amor, es que también este año nos hace la gracia de revivir la venida de su Hijo Jesús, de renovarnos y de crecer en nuestra fe en Él, la luz sin ocaso, la guía y la fortaleza de nuestra vida cristiana.

“María nos acompaña a vivir la navidad en profundidad, a abrir nuestro corazón y acoger al Niño Jesús”

Y María se ofrece a caminar junto a nosotros en especial en estos últimos días hacia la Navidad, para que no nos quedemos en la exterioridad de las luces y de los regalos. Ella nos acompaña a vivirla en profundidad, a abrir nuestro corazón y acoger al Niño Jesús, el regalo más sublime que Dios nos ha dado. Ojalá nos dejemos llevar de su mano para que Jesús, el Evangelio y los valores humanos y cristianos que de él se desprenden, ocupen el lugar central de nuestra vida tanto personal y familiar, como en la comunidad eclesial y en la sociedad.

“Abramos nuestro corazón y acojamos con gozo al Señor que se hizo niño débil y necesitado en el corral de Belén, para liberarnos de la esclavitud y del mal”

Abramos nuestro corazón y acojamos con gozo al Señor que se hizo niño débil y necesitado en el corral de Belén, para liberarnos de la esclavitud del mal, para sumergirnos en la corriente de la gracia salvadora y para revestirnos de la inestimable dignidad de hijos de Dios. Expresemos ahora, con las palabras del salmo, nuestro ardiente deseo para que el Señor vuelva pronto a renacer en nuestra vida, nos colme de sus bendiciones y seamos fieles discípulos y misioneros de su amor en cada momento y circunstancia de nuestras jornadas: “Vuélvete Señor, ven a visitar tu viña… que nunca nos apartemos de ti… y devuélvenos la vida”. Amén  

Homilía del Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti/19/12/2021

La liturgia de la Palabra de este último domingo de Adviento nos invita a dejarnos guiar de la mano de la Virgen María para revivir con gozo y en profundidad la venida de Dios en nuestra carne y en nuestra historia personal y del mundo. Ella es la persona que, más que nadie, vivió con intensidad e ilusión la espera del Salvador, meditando y conservando en lo profundo de su ser el misterio que se hacía vida en ella.

Ese evento fue el punto culminante de una larga espera del Mesías por parte del pueblo de Israel, como atestiguan las palabras del profeta Miqueas que hemos escuchado en la 1era Lectura. Él fue enviado por Dios en circunstancias difíciles y turbulentas de la historia de Israel, por los muchos problemas al interior del país y por estar dominado por una potencia extranjera. Miqueas, que desde lejos avizora la restauración del pueblo por obra del Mesías, hace un anuncio cargado de esperanza: “Tú, Belén, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti nacerá el que debe gobernar a Israel”.

 El Mesías actuará como pastor, “se mantendrá de pie, apacentará con la fuerza del Señor” y restaurará la paz y la seguridad en el pueblo, pero sobre todo “¡Él mismo será la paz!. Además, Él será la presencia viva de Dios más allá de las fronteras de Israel, “será grande hasta los confines de la tierra” y será el Salvador que se calará en la historia de la humanidad para liberarla de todas las esclavitudes y traer la paz. La paz verdadera y definitiva que sólo él puede ofrecer, que se fundamenta sobre la observancia de la voluntad de Dios y que conlleva nuevas relaciones humanas fraternas y solidarias, asentadas en la justicia, la libertad y la verdad.

Este anuncio es la novedad más grande y trascendental de toda la historia humana: gracias al Hijo de Dios hecho hombre y entrado en nuestra historia ofreciendo todo su ser, la humanidad entera ha podido estar nuevamente unida a Dios, tener acceso a la salvación y gozar de la identidad, la dignidad y la vida de hijos de Dios.

Lo que nos asombra, es que este misterio de gracia no se hizo realidad en escenarios suntuosos y grandiosos de los poderosos del mundo, sino en la sencillez, humildad de María y José, y en la pobreza del establo de Belén, al igual que las protagonistas del texto del evangelio de hoy. Este relato presenta el encuentro entre dos primas hermanas, ambas esperando familia, en la montaña lejos de los centros de la fama y el poder. En el abrazo entre las dos mujeres, Isabel iluminada por el Espíritu Santo revela el gran misterio del próximo nacimiento del Salvador: ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?”.

Isabel reconoce a María como “la madre de mi Señor”; es la primera de todos en reconocer a la criatura, que María lleva en el vientre, como “el Señor”. Además, acompaña su saludo con una bendición: “¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!…”. Palabras hermosas de Isabel que nosotros repetimos cuando rezamos la oración tan querida: “Dios te salve oh María”.

Y Jesús es el bendito por excelencia, la plenitud de la bondad, de la potestad y vida de Dios. A su vez, María su madre, es bendecida porque ha sido elegida como signo visible de la cercanía y el amor de Dios, la nueva arca de la alianza que lleva en su seno al Evangelio vivo, la Vida verdadera para todo el mundo.

Bendita entre las mujeres”, entre todas las madres que llevan la vida en su seno, que la cuidan y la donan para que brote y crezca como don del amor de Dios; bendita también entre todas las mujeres consagradas que se entregan con amor al servicio de Dios y de la vida de los demás, en particular de los pobres, los necesitados y sufridos. Como vemos, pedir y recibir la bendición es una tradición que tiene sus raíces en la Palabra de Dios y que hay que conservar, porque es signo de su presencia que nos dona la vida, la paz y la salvación.

Las últimas palabras de Isabel proclaman bienaventurada a María: “¡Feliz de ti por haber creído!.  María es dichosa, porque ha puesto su fe y ha dicho sí a Dios, por eso es digna de llevar en su seno al Salvador. Feliz también por ser la primera bienaventurada de una multitud de pobres y humildes que han creído y creen que el Hijo de Dios, nuestro Señor, es el hijo de María.

María acoge con humildad las alabanzas y la bendición de Isabel, y responde a su vez agradeciendo y ensalzando al Señor. Ella no niega el designio misterioso de Dios, la gracia y la fuerza del Espíritu Santo sobre su persona, por el contrario los confiesa abiertamente como testimonio para toda la humanidad: “Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque se fijó en la humildad de su servidora… porque obras grandes hizo en mí el Poderoso, su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.

La verdadera humildad no está en desconocer los talentos que Dios nos ha dado, más bien está en sorprendernos por la gracia divina, y manifestar abiertamente las maravillas que Él ha obrado en nuestra vida, no para vanagloriarnos, sino para gloria de Dios. En la actitud de fe y de entrega de la Virgen María al Señor, los cristianos estamos llamados a alegrarnos y reconocernos amados por Dios. Un signo concreto de su amor, es que también este año nos hace la gracia de revivir la venida de su Hijo Jesús, de renovarnos y de crecer en nuestra fe en Él, la luz sin ocaso, la guía y la fortaleza de nuestra vida cristiana.

Y María se ofrece a caminar junto a nosotros en especial en estos últimos días hacia la Navidad, para que no nos quedemos en la exterioridad de las luces y de los regalos. Ella nos acompaña a vivirla en profundidad, a abrir nuestro corazón y acoger al Niño Jesús, el regalo más sublime que Dios nos ha dado. Ojalá nos dejemos llevar de su mano para que Jesús, el Evangelio y los valores humanos y cristianos que de él se desprenden, ocupen el lugar central de nuestra vida tanto personal y familiar, como en la comunidad eclesial y en la sociedad.

Abramos nuestro corazón y acojamos con gozo al Señor que se hizo niño débil y necesitado en el corral de Belén, para liberarnos de la esclavitud del mal, para sumergirnos en la corriente de la gracia salvadora y para revestirnos de la inestimable dignidad de hijos de Dios. Expresemos ahora, con las palabras del salmo, nuestro ardiente deseo para que el Señor vuelva pronto a renacer en nuestra vida, nos colme de sus bendiciones y seamos fieles discípulos y misioneros de su amor en cada momento y circunstancia de nuestras jornadas: “Vuélvete Señor, ven a visitar tu viña… que nunca nos apartemos de ti… y devuélvenos la vida”. Amén  

Graciela Arandia de Hidalgo



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