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miércoles 7 junio 2023
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Arzobispo: “Los brazos abiertos de Jesús nos mueven a abrir nuestros brazos a los pobres y nos animan a dar testimonio vivo del Evangelio del amor y la paz”

Campanas. Este domingo de Ramos, desde la Catedral el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti afirmó que, los brazos abiertos de Jesús nos mueven a abrir nuestros brazos a los pobres, los abandonados, los marginados, los que se han alejado de la fe y la de la comunidad eclesial, y nos animan a dar un testimonio vivo del Evangelio del amor, la fraternidad y la paz, en nuestra sociedad marcada por las divisiones, los miramientos y los conflictos (VIDEO).

La Misa de Domingo de Ramos se celebró en el atrio de la Catedral, después de dos años a causa de la pandemia, los fieles nuevamente pueden vivir y acompañar a nuestro Señor Jesucristo en su pasión y muerte. Los Obispos Auxiliares de la Arquidiócesis: Mons. Estanislao Dowlaszevicz, OFM Conv, y Mons. René Leigue, concelebraron la misa de Domingo de Ramos.

En la Plaza 24 de Septiembre se colocaron 800 sillas y una pantalla gigante para que los files puedan seguir esta celebración, que marca el inicio de la Semana Santa 2022, memoria viva de los misterios de nuestra redención. Semana “Santa” porque Jesús, por su muerte y resurrección, nos ha abierto el camino a la santidad. Amor, entrega y dolor son las palabras que resaltan en los relatos de los eventos que se subsiguen de manera rápida y traumática en estos días y que culminan con la muerte violenta de Jesús.

También durante su homilía Mons. Gualberti aseveró que, los brazos abiertos de Jesús nos perdonan y nos dan la fuerza para liberarnos de todo sentimiento de odio, rencor y venganza y, libres del mal, perdonar las ofensas recibidas.

“Jesús es proclamado rey, y lo es, pero no con el poder y riquezas de los grandes, sino con el poder salvador del amor que vence al mal”

El prelado añadió que, aún en los  momentos dramáticos, Jesús da testimonio del amor del Padre para con los pecadores, perdonando al ladrón arrepentido que lo reconoce como víctima inocente y  le pide recordarse de él: “Yo te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”.

En todas esas largas y terribles horas, desde el Getsemaní hasta la cruz, Jesús no actúa como víctima resignada e impotente, sino como protagonista que, libremente y por amor, enfrenta el sufrimiento y la muerte, consciente que el cumplimiento de la misión salvadora, confiada por el Padre, tiene que pasar por la cruz, dijo Monseñor.

El Arzobispo aseguró que, ante este entrañable misterio del Hijo de Dios que se entrega a la muerte para que la humanidad tuviera vida, es necesario hacer callar en nuestro interior tantas voces que distraen y mirar nuestra historia personal y la del mundo que nos rodea, para ver cuán efectivamente Cristo está presente y cuánto cuenta en nuestro caminar.

“La mirada de fe nos ayuda a valorar el gran amor de Jesús que siempre está dispuesto a perdonarnos”

Esta mirada de fe nos permite descubrir cuán lejos podemos estar del Crucificado, cuánta autosuficiencia y soberbia, desobediencias y pecados contradicen nuestra vida cristiana. También, la mirada de fe nos ayuda a valorar el gran amor de Jesús que siempre está dispuesto a perdonarnos y a establecer una relación personal con cada uno de nosotros, dando así cumplimiento al plan de salvación del Padre.

Esta verdad consoladora nos debería mover, siguiendo el ejemplo del buen ladrón, a reconocer nuestras culpas y pedir perdón por nuestros pecados, indicó Monseñor. Ante los brazos abiertos y acogedores del Crucificado, ¿cómo podemos dudar en profesar nuestra fe en Él, nuestro Señor y salvador? ¿Cómo tenemos miedo en cargar la cruz junto a él?

“Pidamos a Dios que nos acompañe y nos conceda la fortaleza para ser, en nuestra vida, testigos fieles de su Hijo crucificado”

Nos espera una tarea comprometedora; por eso, con las palabras del salmo, elevemos nuestra oración a Dios, con humildad y confianza, para que nos acompañe y nos conceda la fortaleza necesaria para ser, en nuestra vida de cada día, testigos fieles de su Hijo crucificado: “Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme”.

 

“Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz

Domingo de Ramos”

 

Hoy, “domingo de Ramos”, inicia la “Semana Santa”, memoria viva de los misterios de nuestra redención. Semana “Santa” porque Jesús, por su muerte y resurrección, nos ha abierto el camino a la santidad. Amor, entrega y dolor son las palabras que resaltan en los relatos de los eventos que se subsiguen de manera rápida y traumática en estos días y que culminan con la muerte violenta de Jesús.

El evangelio del inicio de la celebración, nos dice que, al momento de la entrada de Jesús en Jerusalén, los discípulos, los peregrinos y la gente humilde acogen a Jesús en un ambiente de fiesta y de alabanza a Dios: “bendito el rey que viene en el nombre del Señor. Nosotros, hemos compartido la alegría de esa gente con los ramos bendecidos y el canto. Pero también, hemos escuchado el evangelio de la Pasión, que nos ha sumido en los dolorosos eventos de las últimas horas de la vida terrenal de Jesús, la expresión más sublime del amor de Dios hacia la humanidad.

A pesar del aparente contrasto, hay una estrecha relación entre los dos eventos: Jesús es proclamado rey, y lo es, pero no con el poder y riquezas de los grandes, sino con el poder salvador del amor que vence al mal. Él entra en Jerusalén como rey justo humilde y pacífico que no opone resistencia a los que lo ultrajan.

Las autoridades religiosas y políticas no participan de la fiesta del pueblo, ellos no reconocen en Jesús al Mesías enviado de Dios, Él no actúa conforme a su ideal mesiánico y está de lado de los pobres y pecadores que lo alaban y lo siguen. Pero, sobre todo, ellos están enfurecidos porque Jesús es un peligro para ellos, Él ha denunciado en público sus abusos y atropellos en contra de los pobres y su instrumentalización de la religión y del culto del Templo para enriquecerse y mantenerse en el poder.

El lugar mismo donde acontece esta escena es signo de esa confrontación. Jesús se encuentra en el monte de los Olivos situado al frente al templo, en cuyo nombre las autoridades legitiman sus privilegios y poderío. Al contrario, Jesús, el Mesías justo e inocente, desde el frente, encarna el poder de la humildad, del servicio y del amor, significado también por el humilde burrito que cabalga.

Este hecho es seguido por un momento muy intenso: “Cuando Jesús… vio la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si conocieras hoy lo que te trae la paz, pero ya está oculto a tu mirada!”. Jesús se conmueve y llora no por la muerte que le espera, sino por la ciudad que no lo ha reconocido como el enviado de Dios.

El rechazo de parte de las autoridades judías es la causa histórica de la condena a muerte de Jesús, pero el motivo verdadero es el amor y la misericordia de Dios, que no ha reparado en entregar a su Hijo al mundo para liberarlo del mal, el pecado y la muerte.

En los días siguientes a la entrada de Jesús en Jerusalén, su situación precipita por la persecución de las autoridades. La gente, asustada, lo abandona y, en la noche de su detención, huyen también los apóstoles, entre ellos, Pedro que, además, lo niega tres veces.

Esa soledad abrumadora se manifestará, con todo su peso, al momento de la crucifixión. Allí Jesús, entre los enemigos que lo insultan y ejecutan la condena, es acompañado solo por su madre, algunas mujeres y Juan, el discípulo amado, testigos mudos y angustiados de sus sufrimientos.

Aún en ese momento dramático, Jesús da testimonio del amor del Padre para con los pecadores, perdonando al ladrón arrepentido que lo reconoce como víctima inocente y  le pide recordarse de él: “Yo te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Esa soledad extrema se vuelve el grito último de Jesús hacia el único en quien puede todavía confiar:” ¡Padre en tus manos entrego mi espíritu!” y expira. En ese preciso momento un pagano, el oficial romano encargado de darle muerte, reconoce públicamente la inocencia de Jesús: “¡Verdaderamente este hombre era justo!”

En todas esas largas y terribles horas, desde el Getsemaní hasta la cruz, Jesús no actúa como víctima resignada e impotente, sino como protagonista que, libremente y por amor, enfrenta el sufrimiento y la muerte, consciente que el cumplimiento de la misión salvadora, confiada por el Padre, tiene que pasar por la cruz.

Ante este entrañable misterio del Hijo de Dios que se entrega a la muerte para que la humanidad tuviera vida, es necesario hacer callar en nuestro interior tantas voces que distraen y mirar nuestra historia personal y la del mundo que nos rodea, para ver cuán efectivamente Cristo está presente y cuánto cuenta en nuestro caminar.

Esta mirada de fe nos permite descubrir cuán lejos podemos estar del Crucificado, cuánta autosuficiencia y soberbia, desobediencias y pecados contradicen nuestra vida cristiana. También, la mirada de fe nos ayuda a valorar el gran amor de Jesús que siempre está dispuesto a perdonarnos y a establecer una relación personal con cada uno de nosotros, dando así cumplimiento al plan de salvación del Padre.

Esta verdad consoladora nos debería mover, siguiendo el ejemplo del buen ladrón, a reconocer nuestras culpas y pedir perdón por nuestros pecados.

Ante los brazos abiertos y acogedores del Crucificado, ¿cómo podemos dudar en profesar nuestra fe en Él, nuestro Señor y salvador? ¿Cómo tenemos miedo en cargar la cruz junto a él?

Los brazos abiertos de Jesús nos perdonan y nos dan la fuerza para liberarnos de todo sentimiento de odio, rencor y venganza y, libres del mal, perdonar las ofensas recibidas.

Los brazos abiertos de Jesús nos mueven a abrir nuestros brazos a los pobres, los abandonados, los marginados, los que se han alejado de la fe y la de la comunidad eclesial, y nos animan a dar un testimonio vivo del Evangelio del amor, la fraternidad y la paz, en nuestra sociedad marcada por las divisiones, los miramientos y los conflictos.

Nos espera una tarea comprometedora; por eso, con las palabras del salmo, elevemos nuestra oración a Dios, con humildad y confianza, para que nos acompañe y nos conceda la fortaleza necesaria para ser, en nuestra vida de cada día, testigos fieles de su Hijo crucificado: “Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme”. Amén

Graciela Arandia de Hidalgo



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