Campanas. Desde la Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti afirmó que, las circunstancias difíciles en las que nos toca actuar hoy a nivel de salud y a nivel social, representan un gran reto para hacer presenta la Palabra de vida y de unidad, pero no nos desanimamos porque Ella es nuestra fortaleza. Por eso, salgamos a anunciar y dar testimonio de la Palabra con alegría, sencillez y fidelidad. Esto es el mejor servicio que podemos prestar a la sociedad entera, para que sea más humanizada y todos vivamos conforme al designio eterno de vida y de amor de Dios, como decía San Agustín: “Dios se ha humanizado, para hacernos a nosotros divinos”.
En este 2do domingo de Navidad, la Palabra de Dios nos invita a una renovación personal y social, desde el misterio del Hijo de Dios hecho hombre para traernos la vida nueva. Esta es la gran noticia que sigue resonando en estos días en nuestro corazón y que nos anima a enfrentar con esperanza y valentía los tantos problemas que nos rodean.
“Así mismo el prelado aseguró que, nuestro desafío está en dar un testimonio creíble de la Palabra con nuestra actuación coherente y fiel en nuestro mundo necesitado de luz”
Un mundo amenazado por la oscuridad y la confusión de la indiferencia a Dios, por el egoísmo y la codicia del poder, por la tiranía de ideologías secularistas y relativistas y por la superficialidad y el apego a interés mundanos y pasajeros.
“Dios, asumió nuestra condición humana y estableció su morada en medio de nosotros”
Este es el gran regalo de Navidad que requiere de parte nuestra responsabilidad y apertura para acoger a la Sabiduría divina como guía, para valorar y dar sentido a nuestra vida y para establecer relaciones de amor filial con Dios y relaciones de hermandad con el prójimo, como camino a la vida sin fin en el encuentro definitivo con el Señor.
El ser “hijos de Dios” significa que Dios se ha fijado en nosotros haciéndonos objeto de su misericordia, haciendo posible nuestro acceso a la misma vida divina y al cumplimiento de nuestra vocación a la santidad. Esta esperanza tan excelsa, debe hacer brotar en nosotros sentimientos de gratitud y el compromiso de vivir siempre de acuerdo a la voluntad de Dios, como nos dice San Pablo: “Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos”.
“La Palabra eficaz, creadora y salvadora, fue por tanto en la raíz del ser del universo, de la historia humana y de la redención”
El Evangelio hoy nos presenta el designio de amor de Dios hacia la humanidad: “En el principio existía la Palabra y la Palabra era Dios“: En el principio, desde la eternidad y antes del tiempo ya existía la Palabra, es decir, el Hijo de Dios; Palabra que con su voz participó en la creación, Esta Palabra eficaz, creadora y salvadora, fue por tanto en la raíz del ser del universo, de la historia humana y de la redención. Es la Palabra de Dios que salió a nuestro encuentro proclamando: «Lo digo y lo hago». Palabra definitiva, absoluta e inmensa que sigue resonando sobre el universo entero y en todos los tiempos, hoy como ayer.
“De la Palabra divina; por Ella hemos sido creados, vivimos, somos juzgados y somos salvados”
Por eso, para los que creemos en Dios, la creación del universo no nació espontáneamente de la nada menos aún de una lucha entre dioses, como ilustraban antiguos mitos, sino de la Palabra divina; por Ella hemos sido creados, vivimos, somos juzgados y somos salvados. Es la Palabra que penetra en las situaciones y los acontecimientos de la vida. El testimonio escrito de la Palabra está en la Sagrada Escritura y, como nos dice el libro del Deuteronomio, está a nuestro alcance para que la hagamos vida “muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas en práctica».
La Palabra de Dios también tiene una casa; es la Iglesia, el pueblo de Dios fundado por Cristo, piedra fundamental, y cimentado sobre Pedro y los apóstoles.
“Como casa, la Iglesia tiene la misión de custodiar, interpretar, animar y predicar la Palabra”
Como casa, la Iglesia tiene la misión de custodiar, interpretar, animar y predicar la Palabra, como atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles: «todos (los primeros cristianos) se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan, y en las oraciones».
“La Palabra ha sido, es y será la luz y la vida, por eso tenemos que acudir a ella, conocerla y hacerla nuestra”
Luego el evangelio indica con claridad la misión de la Palabra en la vida de la humanidad: “En la Palabra estaba la vida y la vida era la luz de los hombres“. La Palabra ha sido, es y será la luz y la vida, por eso tenemos que acudir a ella, conocerla y hacerla nuestra, para que sea la luz que nos oriente en nuestro caminar personal y como pueblo de Dios y que nos ayude a ordenar nuestra vida, para que sea agradable al Señor y viva en plenitud la gracia de Dios.
“La Palabra de Dios, no es un don reservado solo para nosotros cristianos, sino que es un don para toda la humanidad”
Por eso debemos darla a conocer a los que todavía no la conocen; misión que debemos realizar «con delicadeza y respeto, y con tranquilidad de conciencia», como nos dice la 1era carta de Pedro.
Pero, también, tenemos que estar preparados a encontrar los muros de la indiferencia, del rechazo y, tal vez, de la persecución, como lo fue por Jesús. “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Un rechazo que inició en Belén y encontró su punto más álgido con la muerte en cruz, porque su pueblo prefirió las tinieblas a la luz.
“Iglesia pide salir a anunciar y dar testimonio de la Palabra con alegría, sencillez y fidelidad”
“Homilía del Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti
02/01/2022″
En este 2do domingo de Navidad, la Palabra de Dios nos invita a una renovación personal y social, desde el misterio del Hijo de Dios hecho hombre para traernos la vida nueva.Esta es la gran noticia que sigue resonando en estos días en nuestro corazón y que nos anima a enfrentar con esperanza y valentía los tantos problemas que nos rodean.
El libro del Eclesiástico, nos introduce en esta reflexión presentando la obra de la Sabiduría divina a lo largo de la historia del pueblo Israel, como preparación a su venida definitiva en medio de la humanidad, hecho que aconteció “al cumplirse el tiempo establecido”, cuando el mismo Hijo de Dios, asumió nuestra condición humana y estableció su morada en medio de nosotros.
Este es el gran regalo de Navidad que requiere de parte nuestra responsabilidad y apertura para acoger a la Sabiduría divina como guía, para valorar y dar sentido a nuestra vida y para establecer relaciones de amor filial con Dios y relaciones de hermandad con el prójimo, como camino a la vida sin fin en el encuentro definitivo con el Señor.
La 2da lectura de la Carta de Pablo a los Efesios, es un hermoso himno litúrgico sobre este misterio esperanzador: Dios libremente y por amor nos eligió para que fuéramos hijos suyos en la persona de Cristo. Escuchamos tan a menudo estas palabras: “somos hijos de Dios”, que se corre el riesgo de volverlas rutinarias y de perder su sentido vital y profundo. El ser “hijos de Dios” significa que Dios se ha fijado en nosotros haciéndonos objeto de su misericordia, haciendo posible nuestro acceso a la misma vida divina y al cumplimiento de nuestra vocación a la santidad. Esta esperanza tan excelsa, debe hacer brotar en nosotros sentimientos de gratitud y el compromiso de vivir siempre de acuerdo a la voluntad de Dios, como nos dice San Pablo: “Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos”.
El Evangelio hoy nos presenta el designio de amor de Dios hacia la humanidad: “En el principio existía la Palabra y la Palabra era Dios“: En el principio, desde la eternidad y antes del tiempo ya existía la Palabra, es decir, el Hijo de Dios; Palabra que con su voz participó en la creación, Esta Palabra eficaz, creadora y salvadora, fue por tanto en la raíz del ser del universo, de la historia humana y de la redención. Es la Palabra de Dios que salió a nuestro encuentro proclamando: «Lo digo y lo hago». Palabra definitiva, absoluta e inmensa que sigue resonando sobre el universo entero y en todos los tiempos, hoy como ayer.
Por eso, para los que creemos en Dios, la creación del universo no nació espontáneamente de la nada menos aún de una lucha entre dioses, como ilustraban antiguos mitos, sino de la Palabra divina; por Ella hemos sido creados, vivimos, somos juzgados y somos salvados. Es la Palabra que penetra en las situaciones y los acontecimientos de la vida. El testimonio escrito de la Palabra está en la Sagrada Escritura y, como nos dice el libro del Deuteronomio, está a nuestro alcance para que la hagamos vida “muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas en práctica».
Pero la Palabra eterna y divina no solo tiene voz, sino que tiene un rostro humano, el rostro que Jesucristo asumió al entrar en el espacio y en el tiempo. En los cuatro Evangelios, encontramos el testimonio vivo de la gente y de los discípulos que tuvieron el privilegio de conocer a Jesús, el rostro de la Palabra, de estar con Él y compartir su vida con Él, imagen del Dios invisible y primogénito de toda la creación.
Al igual que la Sabiduría divina, en el Antiguo Testamento, había edificado su casa en medio del pueblo de Israel, la Palabra de Dios también tiene una casa; es la Iglesia, el pueblo de Dios fundado por Cristo, piedra fundamental, y cimentado sobre Pedro y los apóstoles.
Como casa, la Iglesia tiene la misión de custodiar, interpretar, animar y predicar la Palabra, como atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles: «todos (los primeros cristianos) se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan, y en las oraciones».
La Palabra ha sido, es y será la luz y la vida, por eso tenemos que acudir a ella, conocerla y hacerla nuestra, para que sea la luz que nos oriente en nuestro caminar personal y como pueblo de Dios y que nos ayude a ordenar nuestra vida, para que sea agradable al Señor y viva en plenitud la gracia de Dios.
Luego el evangelio indica con claridad la misión de la Palabra en la vida de la humanidad: “En la Palabra estaba la vida y la vida era la luz de los hombres“. La Palabra ha sido, es y será la luz y la vida, por eso tenemos que acudir a ella, conocerla y hacerla nuestra, para que sea la luz que nos oriente en nuestro caminar personal y como pueblo de Dios y que nos ayude a ordenar nuestra vida, para que sea agradable al Señor y viva en plenitud la gracia de Dios. Nuestro desafío está en dar un testimonio creíble de la Palabra con nuestra actuación coherente y fiel en nuestro mundo necesitado de luz; mundo amenazado por la oscuridad y la confusión de la indiferencia a Dios, por el egoísmo y la codicia del poder, por la tiranía de ideologías secularistas y relativistas y por la superficialidad y el apego a interés mundanos y pasajeros.
La Palabra de Dios, no es un don reservado solo para nosotros cristianos, sino que es un don para toda la humanidad, por eso debemos darla a conocer a los que todavía no la conocen; misión que debemos realizar «con delicadeza y respeto, y con tranquilidad de conciencia», como nos dice la 1era carta de Pedro.
Pero, también, tenemos que estar preparados a encontrar los muros de la indiferencia, del rechazo y, tal vez, de la persecución, como lo fue por Jesús. “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Un rechazo que inició en Belén y encontró su punto más álgido con la muerte en cruz, porque su pueblo prefirió las tinieblas a la luz.
Las circunstancias difíciles en las que nos toca actuar hoy a nivel de salud y a nivel social, representan un gran reto para hacer presenta la Palabra de vida y de unidad, pero no nos desanimamos porque Ella es nuestra fortaleza. Por eso, salgamos a anunciar y dar testimonio de la Palabra con alegría, sencillez y fidelidad. Esto es el mejor servicio que podemos prestar a la sociedad entera, para que sea más humanizada y todos vivamos conforme al designio eterno de vida y de amor de Dios, como decía San Agustín: “Dios se ha humanizado, para hacernos a nosotros divinos”. Amén