Campanas. Desde la Basilia Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti aseveró que “No estamos solos, Jesús está con nosotros en la misma barca y rema para calmar la tempestad del mal y hacernos cruzar a la otra orilla de la esperanza, del amor y de la vida nueva en Dios”
El Prelado recordó las palabras del Papa Francisco, el año pasado en la Plaza San Pedro, en la oración por la pandemia: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.
Así mismo nos pidió que, “No dudemos en remar juntos por un mundo más justo conforme a los valores del Evangelio”
En el Evangelio de hoy, acabamos de contemplar a Jesús que, después de haber anunciado y explicado el Reino de Dios en parábolas, calma la tempestad en el lago de Tiberíades, el primero de cuatro milagros, signos concretos de la presencia novedosa del plan de Dios, que la gente y los discípulos de Jesús no acababan de entender.
Los cristianos, con Jesús a la cabeza, cruzan el mundo para anunciar el Evangelio.
Había varias barcas a la orilla del lago, pero Jesús sube a una sola junto a todos sus discípulos. Esta única barca representa a la Iglesia donde los cristianos, con Jesús a la cabeza, cruzan el mundo para anunciar el Evangelio.
En la historia de la Iglesia se han dado y se dan muchos vendavales y tempestades
De pronto, se desencadena una “tempestad tan fuerte” que las olas irrumpen en la barca y amenazan con hundirla. En la historia de la Iglesia se han dado y se dan muchos vendavales y tempestades: caídas y pecados en su interior y ataques desde el exterior que pareciera poner en riesgo su misma existencia. Los discípulos se asustan, sin embargo, “Jesús duerme”; Él no se espanta porque tiene puesta su total confianza en el Padre y se abandona en sus manos.
La fe y el miedo se oponen entre sí: éste ahoga la esperanza mientras que la fe libera y abre nuestras vidas a la acción salvadora de Dios.
En realidad, quien duerme no es Jesús, sino la fe de los apóstoles metida a prueba por la tempestad. En todo ese trance, resalta fuertemente el contraste entre el miedo de los discípulos y la serenidad y calma de Jesús.
Por encima de las apariencias dominadoras del mal, representadas por las olas embravecidas, está el poder salvador del Señor.
Jesús cuestiona directamente a los discípulos: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿No tienen fe?”.
“Entonces quedaron atemorizados”: los discípulos ahora, más que miedo sienten sorpresa y estupor ante el poder de Jesús, un poder que sobrepasa las facultades humanas. Esto nos indica claramente que, por encima de las apariencias dominadoras del mal, representadas por las olas embravecidas, está el poder salvador del Señor. La potencia extraordinaria y misteriosa de Jesús, despierta en los discípulos el deseo de conocerlo más a fondo: “¿Quién es éste”? El miedo comienza a ceder el lugar a la fe en Jesús como verdadero Hijo de Dios, el inicio de un nuevo camino que los llevará a reconocer en Jesús la majestad de Dios y a confiar en su potestad para llevar a cumplimiento lo que sería imposible con las solas fuerzas humanas.
NO hay otro camino sino la fe para descubrir a Cristo presente en nuestra vida con la certeza de que Él está a nuestro lado, aunque estemos en medio de las pruebas y nos pueda parecer que esté durmiendo.
Jesús no ejerce su señorío a través de la opresión y el miedo, sino a través de su acción liberadora de todo mal. Por eso, de la misma manera que libera a los poseídos por el maligno, así el Señor libera a los discípulos del miedo e ilumina sus mentes y corazones para que puedan descubrir en Él el rostro del Padre.
Este milagro de Jesús encierra una gran enseñanza para cada uno de nosotros y para la Iglesia.
A lo largo de nuestra existencia, todos pasamos por tempestades en las que nuestros apoyos y seguridades parecen derrumbarse y donde Cristo parece dormir. Pensemos en la experiencia del dolor, las desgracias y enfermedades graves, la pérdida de seres queridos, las incomprensiones y las divisiones en el hogar, la humillación por injusticias, calumnias o falsedades, la pérdida del trabajo y tantos otros motivos.
Nuestra Iglesia también no es exenta de tempestades.
El papa Francisco lo ha repetido en distintas oportunidades: “no sólo de fuera vienen los ataques al Papa y a la Iglesia, sino que los sufrimientos de la Iglesia vienen justo del interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia”.
También hay tempestades que amenazan a la humanidad, como las guerras, la pobreza, las migraciones, las graves heridas a “la hermana madre tierra”.
También hay tempestades que amenazan a la humanidad, como las guerras en tantas regiones del mundo, la pobreza de millones de personas, las migraciones de pueblo enteros, las graves heridas a “la hermana madre tierra” con la deforestación y la contaminación del agua, el cambio climático con consecuencias trágicas por la vida humana, la biodiversidad y el medio ambiente. Como a los discípulos, la experiencia de las tempestades nos puede doler aún más porque parece que Dios calla, que está durmiendo o es lejano de nuestra angustia.
El Señor hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos.
No olvidemos que, de manera ordinaria, Dios no interviene directamente contra las iniquidades de los malos y quÉl “hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos”.
El Señor no aprueba el mal, pero toma en serio nuestra dignidad de personas, * nuestra libertad, con la esperanza que nosotros podamos convertirnos y cambiar de vida*.
No hay que perder la fe, porque Dios sabe lo que hace y el tiempo y la justicia está en sus manos de Padre.
La fe es lo único que puede dar una respuesta a nuestros interrogantes y miedos. Esta verdad nos anima a poner todos nuestros esfuerzos para ser fieles al Señor y al mismo tiempo dar testimonio de su presencia providente, amando y haciendo el bien al prójimo.