Campanas. Este segundo domingo de Adviento desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti, afirmó que la paz es una tarea urgente en nuestro país, para eso hace falta el compromiso de todos en desterrar rencores y venganzas, superar divisiones, evitar todo lo que amenaza disgregar nuestra sociedad y trabajar por la reconciliación, el diálogo y la unidad.
La misa dominical fue presidida por de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz y concelebrada por los Obispos Auxiliares, Mons. Estanislao Dowlaszewicz, Mons. René Leigue, P. Hugo Ara, Vicario de Comunicación y Rector de la Catedral y el P. Mario Ortuño, Capellán de Palmasola.
La paz construida sobre nuevas relaciones con Dios y con el prójimo, centradas en el amor, la paz que nos llama a vivir como hermanos, la paz que es mucho más que ausencia de guerras y conflictos, la paz que es el gozo de los bienes de Dios a compartir en equidad e igualdad entre todos. La paz es una tarea urgente en nuestro país, para eso hace falta el compromiso de todos en desterrar rencores y venganzas, superar divisiones, evitar todo lo que amenaza disgregar nuestra sociedad y trabajar por la reconciliación, el diálogo y la unidad.
Así mismo el prelado aseguró que en este tiempo de espera, la Virgen María, Juan el Bautista e Isaías, con su testimonio luminoso, nos invitan a que también nosotros, como ellos, digamos nuestro sí al llamado de Dios.
Estamos llamados a comprometernos a adelantarlos, como hombres nuevos en Cristo Hombre Nuevo, a asumir una conducta intachable y transparente para que en nuestra vida personal y de la sociedad, “habite la justicia”, la condición indispensable para que Dios nos encuentre en paz, dijo Monseñor.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz, segundo domingo de Adviento
Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral
La liturgia de la palabra hoy nos presenta a tres amigos de Dios que nos acompañan en nuestro camino de Adviento hacia la Navidad: el profeta Isaías, Juan el Bautista y la Virgen María.
La primera lectura del profeta Isaías inicia con palabras rebosantes compasión, esperanza y gozo: “Consuelen, consuelen a mi Pueblo… hablen al corazón, anuncien… la buena noticia a Sion”. El profeta, al mismo tiempo que anuncia a los israelitas la buena noticia del inminente regreso de su exilio en Babilonia, los incita con vehemencia, a preparase para ese acontecimiento: “Una voz que grita: preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! Qué se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas”. La vuelta del destierro implica necesariamente la participación de los desterrados que, con humildad, tienen que reconocer sus errores y pecados del pasado, pedir perdón al Señor, cambiar el rumbo de su destino y rellenar los valles de sus omisiones, desánimos y egoísmos y aplanen los montes del odio y del mal.
El mismo profeta es esa voz que grita desde una montaña elevada para que todos los exilados lo escuchen, reaviven su esperanza, reafirmen su fe y salgan de su postración porque Dios está con ellos y ha perdonado sus culpas. Él intervendrá con poder, los reunirá de todos los lugares donde han sido dispersados y los apacentará a todos, en particular a los más débiles e indefensos.
También el pasaje del Evangelio de Marcos, que hemos escuchado, nos presenta el comienzo de una Buena Noticia; la de Jesucristo que se sumerge en nuestra historia para salvarnos. La palabra “comienzo” no se refiere tanto al inicio del texto del Evangelio, sino al comienzo del reino de Dios puesto en marcha por Jesucristo en bien de la humanidad.
Es la Buena Noticia del Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado por la salvación de la humanidad, el núcleo central de nuestra fe, el principio que rige nuestra vida cristiana y que nos mueve a conocer y encontrar personalmente a Jesús, a ser sus discípulos misioneros y a abrirnos a la gozosa esperanza de tener acceso un día a la vida sin fin en Dios.
“Una voz grita en el desierto”. También esta Buena Noticia es gritada pero, esta vez, por Juan Bautista que recibe de Dios el encargo de anunciar y preparar al pueblo de Israel por la inminente llegada de Cristo. El Bautista hace ese anuncio en el desierto, el lugar de la tentación y de la prueba, el lugar del silencio, de las privaciones y de lo esencial, el lugar donde no hay distracciones de ningún tipo, el lugar de la conversión del corazón y del encuentro personal e íntimo con Dios.
El Bautista, además de incitar a la gente a que cambien con prontitud su conducta y asuman un nuevo estilo de vida, sumerge a los pecadores en las aguas del río Jordán. “Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo”. Hay un salto cualitativo entre el bautismo con agua de Juan, un simple signo de penitencia, y el bautismo de Jesús que infunde el Espíritu Santo, el sacramento que borra el pecado y que nos sumerge en la gracia y la vida misma de Dios.
El Bautista tiene la conciencia clara de su identidad y misión como hombre al servicio de Jesucristo, llamado a preparar su venida en el mundo y lo afirma explícitamente para que el pueblo no lo confunda con el Señor, él único que tiene el poder de salvar: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo”.
A los dos personajes de Isaías y Juan Bautista, se acompaña la Virgen María, figura central del Adviento.
Pasado mañana celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el misterio de la Virgen María que desde su concepción fue preservada por Dios de toda mancha de pecado, en vista a ser la Madre de Jesucristo. En nuestra Iglesia de Santa Cruz tenemos la dicha de tenerla como patrona con la advocación de la Purísima Concepción de María o la Mamita de Cotoca, de contar con su amor y protección, de agradecerla con alegría y afecto, de venerarla y de elevarle nuestras oraciones; ella es la Virgen llena de gracia, “la Purísima” y la «toda bella» como le canta la liturgia.
Con mucho acierto la Iglesia ha fijado esta fiesta en el tiempo de Adviento, el tiempo de la espera del Salvador, porque, ¿quién más que María, esperó con cariño, cuidado y gozo el nacimiento del Hijo de Dios que llevaba en su seno? Por eso en la Iglesia se venera también a María como la Virgen de la esperanza, el ejemplo luminoso que nos anima y acompaña en la preparación a acoger al Señor.
En este tiempo de espera, la Virgen María, Juan el Bautista e Isaías, con su testimonio luminoso, nos invitan a que también nosotros, como ellos, digamos nuestro sí al llamado de Dios. Concretamente ellos nos piden trazar, en nuestra vida, el camino de Jesucristo, a aplanar las montañas de nuestro orgullo y arrogancias, y a rellenar los valles de los vacíos y de tantos sin sentidos de nuestra vida.
Haciéndose eco de este pensamiento, la exhortación de la segunda carta de San Pedro nos pide que, mientras esperamos la nueva y definitiva realidad, seamos vigilantes y trabajemos para acelerar la venida del Señor, el Hombre Nuevo: “Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y tierra nueva donde habite la justicia. Por tanto,… mientras esperan estos acontecimientos, procuren que Dios los encuentre en paz con él, sin mancha e irreprochables”.
La promesa de “los cielos nuevos y tierras nuevas” no nos aliena de nuestras responsabilidades y tareas en nuestra historia. Por el contrario, estamos llamados a comprometernos a adelantarlos, como hombres nuevos en Cristo Hombre Nuevo, a asumir una conducta intachable y transparente para que en nuestra vida personal y de la sociedad, “habite la justicia”, la condición indispensable para que Dios nos encuentre en paz.
La paz construida sobre nuevas relaciones con Dios y con el prójimo, centradas en el amor, la paz que nos llama a vivir como hermanos, la paz que es mucho más que ausencia de guerras y conflictos, la paz que es el gozo de los bienes de Dios a compartir en equidad e igualdad entre todos. La paz es una tarea urgente en nuestro país, para eso hace falta el compromiso de todos en desterrar rencores y venganzas, superar divisiones, evitar todo lo que amenaza disgregar nuestra sociedad y trabajar por la reconciliación, el diálogo y la unidad.
Ante de terminar, les invito cordialmente a participar, el próximo miércoles 9 de diciembre, en la Eucaristía del 5º aniversario de la partida a la casa del Padre de nuestro querido Cardenal Julio Terrazas. Su ejemplo de pastor “servidor de todos”, de defensor incansable de los pobres y descartados de la sociedad y de pregonero de los valores humanos y cristianos de la justicia y de la libertad, de la dignidad de todos, nos motive a seguir su ejemplo y a ser testigos de la vida, la esperanza, la justicia y la paz, que el Hijo de Dios, nos ha traído al encarnarse en nuestra historia. Amén.