Campanas. La “Paz en la tierra” es el don que trae el Niño Dios, el Príncipe de la Paz, no cualquier paz sino la paz divina que trae serenidad y sosiego en nuestra vida y que nos hace capaces de relacionarnos con amor fraternal con las demás personas, porque también ellos son hijos amados de Dios. Este don nos compromete a seguir el ejemplo de Jesús, a convertirnos en “operadores de paz”, dejando a un lado odios, miramientos y discriminaciones, respetando la vida y la dignidad de las personas y siendo corresponsables de la vida de los demás, pidió el Arzobispo de Santa Cruz, Mos. Sergio Gualberti en la Misa de Gallo, celebrada en la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral.
El prelado afirmó que, este último compromiso personal y comunitario, asume toda su urgencia e importancia en el recrudecer de la pandemia en estos días. Por eso, hacerse vacunar y observar a las medidas sanitarias y de seguridad, no solo es el modo más seguro para preservar nuestra vida y la de los demás, sino también un gesto exquisito de caridad hacia el prójimo.
Así mimo el Arzobispo aseguró que, la luz de esta noche santa y admirable nos llama a salir de la cerrazón de nuestros planes e intereses y ponernos en camino detrás de la estrella para ir al encuentro del Señor, prestando nuestro servicio solidario a cuantos sufren y están marginados y en los cuales Él espera ser atendido.
La vida nueva que nos trae el Niño Dios nos pide un cambio profundo en nuestra manera de pensar y actuar, dejando a un lado la venganza y el odio, la mentira, la sed de poder y las luchas fratricidas que amenazan con disgregar a nuestra sociedad.
Mons. Gualberti nos exhortó a No tener miedo en abrir nuestro corazón al Niño Dios y pidámosle que nos haga experimentar el calor de su amor y cercanía y que, en particular, envuelva con su amor a los pobres, a los niños huérfanos y de la calle, a los ancianos abandonados y las personas solas, a las mujeres ultrajadas, a los enfermos tendidos en el lecho de dolor, a los migrantes, a los que están sin trabajo, a los privados de libertad y a todos los que están sumidos en el dolor y la postración.
A todos ustedes aquí presentes y a los que nos acompañan a través de los medios sociales, les deseo de todo corazón mis sentidos y mejores augurios de Santa Navidad con el canto de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por él”, dijo el prelado al finalizar su Homilía.
La tradicional misa de gallo fue presidida por Mons. Sergio Gualberti y concelebrada por Mons. Estanislao Dowlaszewicz, Obispo Auxiliar, el Vicario de Comunicación y Rector de la Catedral, P. Hugo Ara y el Capellán de Palmasola, P. Mario Ortuño, hoy 24 de diciembre a las 20:00 horas.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz/24/12/2021
“El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz… Tú has multiplicado la alegría”. Hermanos y hermanas, estas son las palabras de esperanza y alegría que el profeta Isaías dirige al pueblo de Israel sumido en las tinieblas de desventura, sufrimiento y miseria por la devastación de la guerra. Esta noticia se hará realidad con el nacimiento de un niño llamado por Dios a liberar al país del yugo extranjero y a traer la paz, actuando con sabiduría y fortaleza, y restaurando la justicia y el derecho al interior de la sociedad.
Y nosotros estamos celebrando el cumplimiento pleno de esta promesa al revivir el alumbramiento de la Virgen María que da a luz al Niño Dios y, en un sentido más profundo, al renovar, esta noche, el otro alumbramiento más universal por el cual el Señor, a través de su Hijo nacido en Belén, hace que surja la luz de en medio de las tinieblas a causa de un mundo indiferente y hostil a Dios, a causa de la injusticia, la pobreza y el hambre, a causa del orgullo, la ambición de poder y de dominio y a causa de la opresión de unos hermanos sobre otros.
El Evangelio que acabamos de escuchar nos dice que esta es la buena Noticia que anuncia el Ángel a unos pobres pastores de Belén:” Les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”. Este anuncio de esperanza y gozo es la novedad más grande y trascendental de toda la historia humana, pues, gracias al Hijo de Dios hecho hombre, la humanidad entera puede estar nuevamente unida a Dios, tener acceso a la salvación y gozar de la identidad, la dignidad y la vida de hijos de Dios.
“Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Este evento tan asombroso no se revela a través de un niño nacido en una mansión lujosa de poderosos, sino por un niño pobre, envuelto en pañales y acostado en un establo. Este hecho nos manifiesta la manera de actuar de Dios que hace grandes cosas en la humildad y en las personas que no cuentan para el mundo, una intervención que solo pueden reconocer quienes tienen un corazón sencillo y dócil, como los pastores de Belén.
Ese Niño pobre y acostado en el pesebre, que convierte la noche en luz, el miedo en esperanza, el odio en amor y la muerte en vida para toda la humanidad, nos extiende sus manos, al igual que a los pastores, para ser acogido en nuestra vida y así podamos mirar de un modo nuevo las realidades de cada día, gustar la fuerza del amor y la gracia del perdón y amar a los hermanos débiles y sufridos.
Dios ha optado por hacerse débil y necesitado de nuestro amor para que su grandeza no nos atemorice y para que podamos acogerlo y darle amor, pues, ante un niño recién nacido, nadie puede tener miedo, sólo puede amarlo.
Acostado en la pobreza y humildad del corral el Niño nos une en familia a su alrededor, nos ayuda a reconocer su rostro en el los que nos necesitan, los desamparados, los que sufren y todas las personas y nos hace descubrir que no hay amor más grande, que el amor que se agacha y se hace dependiente. En Belén nadie es excluido; reyes magos y pastores pobres se arrodillan de la misma manera para adorar al Niño Dios, escenario que no sería posible en los palacios de los poderosos, donde solo entran los que son importantes a los ojos del mundo.
En el Niño Dios, cada uno de nosotros se siente amado y único a los ojos del Padre, un amor que nos hace hermanos entre todos en una tierra santificada por su presencia, aunque todavía persisten inequidades e injusticias, muros físicos y morales, rencores y prejuicios, conflictos y divisiones. El testimonio de Belén es claro: sólo el amor hace surgir la luz de las tinieblas, derriba los muros del odio y la indiferencia y construye puentes de encuentro.
En los corazones cerrados el odio deja al mundo en la oscuridad y el amor de Dios no encuentra resquicio alguno por donde entrar: “No había lugar para ellos”. Y sin embargo, el Niño depuesto en el corral es el Emanuel, el Dios con nosotros que ha asumido nuestra fragilidad humana para establecer su morada entre nosotros y para que el mundo sea la casa común de todos, donde nadie sea extranjero y donde todos merezcan el mismo respeto y disfruten de una vida digna y fraterna.
“Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por él…”. “Gloria a Dios”, es el canto de alegría y asombro de los ángeles que hacemos nuestro esta noche, para agradecer la acción de Dios a nuestro favor. Asombro y alegría por el misterio de amor y de misericordia de Dios hacia todos nosotros sus hijos ya que en esa noche nos ha hecho el don de la gracia que nos salva.
La “Paz en la tierra” es el don que trae el Niño Dios, el Príncipe de la Paz, no cualquier paz sino la paz divina que trae serenidad y sosiego en nuestra vida y que nos hace capaces de relacionarnos con amor fraternal con las demás personas, porque también ellos son hijos amados de Dios. Este don nos compromete a seguir el ejemplo de Jesús, a convertirnos en “operadores de paz”, dejando a un lado odios, miramientos y discriminaciones, respetando la vida y la dignidad de las personas y siendo corresponsables de la vida de los demás.
Este último compromiso personal y comunitario, asume toda su urgencia e importancia en el recrudecer de la pandemia en estos días. Por eso, hacerse vacunar y observar a las medidas sanitarias y de seguridad, no solo es el modo más seguro para preservar nuestra vida y la de los demás, sino también un gesto exquisito de caridad hacia el prójimo.
La luz de esta noche santa y admirable nos llama a salir de la cerrazón de nuestros planes e intereses y ponernos en camino detrás de la estrella para ir al encuentro del Señor, prestando nuestro servicio solidario a cuantos sufren y están marginados y en los cuales Él espera ser atendido. La vida nueva que nos trae el Niño Dios nos pide un cambio profundo en nuestra manera de pensar y actuar, dejando a un lado la venganza y el odio, la mentira, la sed de poder y las luchas fratricidas que amenazan con disgregar a nuestra sociedad.
No tengamos miedo en abrir nuestro corazón al Niño Dios y pidámosle que nos haga experimentar el calor de su amor y cercanía y que, en particular, envuelva con su amor a los pobres, a los niños huérfanos y de la calle, a los ancianos abandonados y las personas solas, a las mujeres ultrajadas, a los enfermos tendidos en el lecho de dolor, a los migrantes, a los que están sin trabajo, a los privados de libertad y a todos los que están sumidos en el dolor y la postración. A todos ustedes aquí presentes y a los que nos acompañan a través delos medios sociales, les deseo de todo corazón mis sentidos y mejores augurios de Santa Navidad con el canto de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por él”. Amén