Campanas. Desde la Catedral este domingo 04 de julio, y ante los índices más altos de violencia y feminicidios en nuestro País, Monseñor Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz de la Sierra pidió que cesen esos delitos que son pecados gravísimos a los ojos de Dios
Se ha conocido, esta semana, una noticia que merece una reflexión a la luz de la Palabra de Dios dijo el Prelado: nuestro País tiene los índices más altos de violencia doméstica y de feminicidios en América Latina. Es un dato espantoso que nos debe cuestionar y comprometer a todos ciudadanos e instituciones, en especial a los diversos niveles del Estado, para que cesen esos delitos que son también pecados gravísimos a los ojos de Dios.
“Se deben implementar políticas públicas de prevención, para que desde la niñez se respete la sacralidad de la vida y la dignidad de toda persona”
Además de exigir que la justicia actúe con todo el rigor de la ley, hace falta implementar políticas públicas de prevención, entre otras, a través del sistema educativo, para que, desde la niñez, se aprenda a rechazar toda actitud machista y violenta, y a respetar la sacralidad de la vida y la dignidad de toda persona.
Arzobispo exhorta a Los medios de comunicación a evitar el sensacionalismo y la morbosidad, priorizando programas que promuevan los valores humanos
En esta tarea juegan un rol significativo también los medios de comunicación llamados a presentar de manera clara e imparcial los hechos, evitando el sensacionalismo y la morbosidad, priorizando programas que promuevan los valores humanos y ayuden a las personas a distinguir el bien del mal y a optar por una convivencia fraterna y pacífica.
“Unamos esfuerzos para no lamentar más víctimas de la violencia y pidamos al Señor que nos dé la valentía de dar testimonio del mandamiento del amor que Él nos ha dejado”
Esta situación nos desafía a todos. Unamos nuestros esfuerzos para que no se deba lamentar más víctimas inocentes de la violencia ciega y pidamos al Señor que nos dé la valentía de dar un testimonio vivo del mandamiento nuevo del amor que Él nos ha dejado: “Ámense los uno a los otros, como yo los he amado”.
La palabra de Dios hoy nos habla de la misión de los profetas y de Jesús, así como de las dificultades y rechazos que enfrentaron en el cumplimiento de la misma. En la 1era lectura tenemos el testimonio del profeta Ezequiel, quien fue enviado por Dios a su pueblo elegido, pero “rebelde… obstinado, de corazón duro” y sublevado en contra de Él, para anunciar la inminente ruina del País, a causa de su infidelidad a la alianza, de las luchas fratricidas y del sistema injusto y opresor establecido en el país.
Ante tanta terquedad e incredulidad, Jesús reacciona con firmeza: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo”. El rechazo que su propia gente ha reservado a Jesús y a su palabra es el ejemplo más claro de la persecución que sufrieron todos los profetas, como testimoniado en la Biblia, y al mismo tiempo es un signo premonitor de la muerte en cruz que le espera.
Semejante actitud lo entristece y turba: “Y él se asombraba de su falta de fe… y no pudo hacer allí ningún milagro”. Jesús, ha venido a sanar la integridad del ser humano y liberarlo del pecado y de toda clase de esclavitudes, pero sin la fe y la apertura de corazón, no puede hacer milagros, porque estos son, a la vez, una respuesta y un llamado a la fe.
Hoy como ayer, también nosotros cristianos podemos experimentar el rechazo ya que, por el bautismo, hemos sido hechos partícipes de la misión profética de Jesús y llamados a dar testimonio de Él como Hijo de Dios y anunciar el Evangelio. Esto puede pasar en especial cuando anunciamos el Evangelio del amor y de la vida, enseñamos la Doctrina de la Iglesia en los ámbitos de la moral personal y social y cuando denunciamos todo lo que se opone a la vida, la verdad, la libertad, la justicia y la paz.
“Jesús nos ha llamado a ser signo del amor y la misericordia del Padre, a pesar de nuestras limitaciones”
Ante esas dificultades, no debemos acobardarnos, ni tampoco por nuestras debilidades y pecados, que expresan el rostro humano de la Iglesia, porque Jesús nos ha llamado a ser signo del amor y la misericordia del Padre, a pesar de nuestras limitaciones. La Iglesia no está conformada por ángeles, sino por pecadores necesitados del perdón y de la salvación de Dios.
Por eso, debemos ser fieles a nuestra vocación y misión, anunciar y testimoniar la Buena Noticia de Jesús nuestro único Salvador, en todo momento y ocasión.
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz/04/07/2021
La palabra de Dios hoy nos habla de la misión de los profetas y de Jesús, así como de las dificultades y rechazos que enfrentaron en el cumplimiento de la misma. En la 1era lectura tenemos el testimonio del profeta Ezequiel, quien fue enviado por Dios a su pueblo elegido, pero “rebelde… obstinado, de corazón duro” y sublevado en contra de Él, para anunciar la inminente ruina del País, a causa de su infidelidad a la alianza, de las luchas fratricidas y del sistema injusto y opresor establecido en el país.
Por eso, Dios pide al profeta que lleve a término su misión a como de lugar, “escuchen o no escuchen” su palabra, así “sabrán que en medio de ellos hay un profeta” y no podrán quejarse de no haber sido prevenidos. El Señor, en su infinita misericordia, espera que con esa advertencia, el pueblo recapacite y que se convierta.
La infidelidad a la Alianza, se repitió en Israel, con distintos grados y en varios momentos de su historia hasta el tiempo de Jesús, como acabamos de escuchar en el Evangelio que nos habla del mal comienzo de su misión profética. Hacía poco tiempo que Jesús había iniciado su ministerio público y su fama rápidamente se había expandido por toda la región de Galilea, en particular por la predicación, los prodigios y las sanaciones obradas en Cafarnaúm. En su caminar misionero, Jesús llega a Nazareth, la aldea donde se había criado.
El sábado, día sagrado dedicado a Dios, Jesús va a la sinagoga y comienza a enseñar ante la atención y el asombro de los presentes: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es ésa que le ha sido dada y esos milagros que se realizan por sus manos?”. En verdad, su sorpresa parece más curiosidad que deseo de conocer la Buena Noticia del reino de Dios y el poder de Jesús de liberar al hombre del mal corporal, moral y espiritual, de devolver la dignidad de persona a los marginados y excluidos y reintroducirlos en la comunidad religiosa, la sociedad y la dinámica de la salvación. Todos estos signos manifiestan que Jesús es el Mesías enviado por el Padre para reinstaurar su señorío de amor y de vida, rechazado desde los inicios por el orgullo de la humanidad.
Sin embargo, los paisanos de Jesús, encerrados en su tradición religiosa, según la cual el Mesías tenía orígenes desconocidas y debía actuar, a ejemplo de David, como un rey con poder político y militar, se escandalizan. Jesús, en cambio, es uno de ellos, conocen sus orígenes, su trabajo de carpintero, su madre y sus familiares: “No es acaso el carpintero, el hijo de María… y sus parientes no están aquí entre nosotros? – Y Jesús era para ellos motivo de escándalo”.
La raíz verdadera del escándalo y la incredulidad radica en la incapacidad de aceptar el aspecto central del Evangelio, el misterio de la Encarnación, del Hijo de Dios hecho hombre en la persona de Jesús. Él se encuentra entre testigos que miran y no ven, que oyen y no entienden.
Para ellos, es imposible imaginar que Dios se manifieste en las limitaciones humanas y en la humildad y sencillez de lo ordinario de cada día porque esto, no condice con la gloria y la majestad de Dios. La visión limitada y la falta de fe de los habitantes de Nazareth les impiden descubrir el misterio de Dios que se oculta detrás de la persona Jesús.
Ante tanta terquedad e incredulidad, Jesús reacciona con firmeza: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo”. El rechazo que su propia gente ha reservado a Jesús y a su palabra es el ejemplo más claro de la persecución que sufrieron todos los profetas, como testimoniado en la Biblia, y al mismo tiempo es un signo premonitor de la muerte en cruz que le espera.
Semejante actitud lo entristece y turba: “Y él se asombraba de su falta de fe… y no pudo hacer allí ningún milagro”. Jesús, ha venido a sanar la integridad del ser humano y liberarlo del pecado y de toda clase de esclavitudes, pero sin la fe y la apertura de corazón, no puede hacer milagros, porque estos son, a la vez, una respuesta y un llamado a la fe.
Hoy como ayer, también nosotros cristianos podemos experimentar el rechazo ya que, por el bautismo, hemos sido hechos partícipes de la misión profética de Jesús y llamados a dar testimonio de Él como Hijo de Dios y anunciar el Evangelio. Esto puede pasar en especial cuando anunciamos el Evangelio del amor y de la vida, enseñamos la Doctrina de la Iglesia en los ámbitos de la moral personal y social y cuando denunciamos todo lo que se opone a la vida, la verdad, la libertad, la justicia y la paz.
Ante esas dificultades, no debemos acobardarnos, ni tampoco por nuestras debilidades y pecados, que expresan el rostro humano de la Iglesia, porque Jesús nos ha llamado a ser signo del amor y la misericordia del Padre, a pesar de nuestras limitaciones. La Iglesia no está conformada por ángeles, sino por pecadores necesitados del perdón y de la salvación de Dios.
Por eso, debemos ser fieles a nuestra vocación y misión, anunciar y testimoniar la Buena Noticia de Jesús nuestro único Salvador, en todo momento y ocasión.
En el marco de esta misión, se ha conocido, esta semana, una noticia que merece una reflexión a la luz de la Palabra de Dios: nuestro País tiene los índices más altos de violencia doméstica y de feminicidios en América Latina. Es un dato espantoso que nos debe cuestionar y comprometer a todos ciudadanos e instituciones, en especial a los diversos niveles del Estado, para que cesen esos delitos que son también pecados gravísimos a los ojos de Dios.
Además de exigir que la justicia actúe con todo el rigor de la ley, hace falta implementar políticas públicas de prevención, entre otras, a través del sistema educativo, para que desde la niñez, se aprenda a rechazar toda actitud machista y violenta, y a respetar la sacralidad de la vida y la dignidad de toda persona. En esta tarea juegan un rol significativo también los medios de comunicación llamados a presentar de manera clara e imparcial los hechos, evitando el sensacionalismo y la morbosidad, priorizando programas que promuevan los valores humanos y ayuden a las personas a distinguir el bien del mal y a optar por una convivencia fraterna y pacífica.
Esta situación nos desafía a todos. Unamos nuestros esfuerzos para que no se deba lamentar mas víctimas inocentes de la violencia ciega y pidamos al Señor que nos de la valentía de dar un testimonio vivo del mandamiento nuevo del amor que Él nos ha dejado: “Ámense los uno a los otros, como yo los he amèn.