Campanas. ¿Qué quieren los partidos y candidatos de las elecciones sub-nacionales, un plus a nivel electoral, el poder a cómo de lugar y la búsqueda de sus intereses, recurriendo incluso a ataques personales, descalificando a los antagonistas, difundiendo medias verdades y mentiras, o buscan servir al pueblo, una conducta política ética, la unidad de intentos en el cuidado de la salud, en la defensa de la vida y de la dignidad de cada persona y en la búsqueda del bien común y en el marco de la verdad, la justicia y la solidaridad?, interpeló el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti desde la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral, este domingo 17 de enero del 2021.
Así mismo nos preguntó “¿Qué Quieren?” El Señor repite esta pregunta a cada uno de nosotros. ¿Qué queremos y qué buscamos en nuestra vida y en estos días en los que el contagio del virus está prácticamente fuera de control? ¿Queremos la vida y salud para todos y estamos dispuestos a trabajar unidos, a respetar y asumir las medidas sanitarias y de prevención, a hacer sacrificios entre todos, o pensamos solo en nuestros intereses de personas y de grupos asumiendo actitudes que ponen en riesgo la vida de los demás?
La primera lectura y el evangelio de este domingo proponen el tema de la vocación respectivamente del profeta Samuel y de los primeros discípulos de Jesús: Andrés y Pedro.
Hemos de estar muy atentos y fijarnos más en el mensaje que en el mensajero o en el medio con el que nos habla
El prelado afirmó que escuchar, es la primera actitud que los creyente debemos tener, escuchar la Palabra de Dios guardada en la Biblia, para conocer más al Señor, su amor por nosotros y las responsabilidades que asumimos como discípulos suyos. Pero, también escuchar a Dios que nos habla por medio de personas, de acontecimientos concretos de cada día, felices o tristes. Por eso, hemos de estar muy atentos y fijarnos más en el mensaje que en el mensajero o en el medio con el que nos habla.
También el pasaje del evangelio de hoy nos presenta un relato de vocación. Juan el Bautista está con Andrés y otro discípulo y viendo pasar a Jesús exclama: ”Este es el Cordero de Dios”. En la religión Judía, el cordero se ofrecía en sacrificio a Dios a cambio del perdón de los pecados o de otros favores.
Así mismo el Arzobispo de Santa Cruz aseguró que la escucha de la Palabra es lo que marca también el inicio de la misión del profeta Samuel, a quien Dios encarga la tarea de guiar al pueblo de Israel en discernir la voluntad del Señor en una época de cambios grandes y decisivos en su historia: pasar de un régimen de coalición entre tribus, gobernadas a turno por un juez, a la unidad de un solo pueblo bajo el gobierno de un rey. Samuel asume esa tarea con total disponibilidad y fidelidad a la palabra de Dios y logra llevar a buen fin su mandado a pesar de las muchas resistencias y pruebas, porque: “El Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras”.
También el pasaje del evangelio de hoy nos presenta un relato de vocación. Juan el Bautista está con Andrés y otro discípulo y viendo pasar a Jesús exclama: ”Este es el Cordero de Dios”. En la religión Judía, el cordero se ofrecía en sacrificio a Dios a cambio del perdón de los pecados o de otros favores. El Bautista, bajo el influjo del Espíritu Santo, presenta a Jesús como el nuevo cordero de Dios, la víctima inocente que sustituye, de una vez por todas, los sacrificios de animales y libera del pecado y del mal a la humanidad entera.
Los dos discípulos del Bautista, al escuchar esas palabras, en seguida se ponen a caminar detrás de Jesús, aunque no saben bien lo que buscan. Jesús se da la vuelta, los mira y les pregunta: “¿Qué quieren?”. Su pregunta se dirige a lo más hondo del corazón de los dos, para que se aclaren a sí mismos por cuál motivo lo quieren seguir.
Esas palabras, “vengan y verán”, resuenan también para nosotros y para todos los que van en busca de la verdad y el bien
Jesús es ese bien que llena nuestra vida y nuestra sed de felicidad, de verdad, de amor y de paz. *Su mirada penetra en lo más íntimo de nosotros y su palabra nos invita a confiar en Él*, a hacer una experiencia de amistad y comunión con Él y a jugarnos nuestra vida por Él.
Encontrar al Señor es el hecho más maravilloso que nos puede acaecer, el tesoro escondido que transforma nuestra vida y nos llena de felicidad
Como lo fue para Andrés que quedó tan cautivado por ese encuentro que buscó a su hermano Simón, le compartió su alegría y lo llevó donde Jesús:” Hemos encontrado al Mesías”. Andrés que fue llamado a ser discípulo de Jesús, se volvió el misionero que invitó y guió a su hermano por el camino del Señor.
El llamado de Dios no se dirige a una masa anónima, sino a cada uno por su nombre. Varían las circunstancias y modalidades en la vocación de cada persona, pero el camino pasa necesariamente por el encuentro personal con Jesús que toma siempre la delantera con su mirada de amor y su palabra cautivadora.
Mons. Sergio: Respondamos con generosidad y alegría al llamado del Señor, y seamos testigos de amor, solidaridad, justicia, unidad y paz
El encuentro con Cristo llenó de tanta alegría a los apóstoles Andrés y Pedro que los movió a compartir su vida con todo el mundo, a ser misioneros y a dar testimonio del Señor entregando toda su vida por él y por el Evangelio.
Esperemos que esto mismo pase con nosotros, que respondamos con generosidad y alegría al llamado del Señor, que estemos con Él y que seamos cada día testigos de amor, solidaridad, justicia, unidad y paz, en particular en estos duros tiempos que nos toca vivir, porque el Señor “no deja caer por tierra ninguna de sus palabras” y para que un día, junto al autor del salmo de hoy, podamos decir: “Proclamé gozosamente tu justicia, no mantuve cerrados mis labios”.
17/01/2021
La primera lectura y el evangelio de este domingo proponen el tema de la vocación respectivamente del profeta Samuel y de los primeros discípulos de Jesús: Andrés y Pedro.
Samuel, todavía niño, está cumpliendo su servicio en el templo de Silo. Una noche, una voz lo llama por su nombre despertándolo del sueño. Samuel, que no entiende que esa voz viene de Dios, porque “todavía la palabra del Señor no le había sido revelada”, se levanta rápido y se presenta al sacerdote Elí: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Este le responde que no lo ha llamado y lo manda a acostarse. Esta escena se repite por tres veces, finalmente Elí se da cuenta que es Dios quien llama a Samuel, por eso le dice que, al próximo llamado, responda: “Habla, que tu servidor escucha”.
Escuchar, es la primera actitud que todo creyente debemos tener, escuchar la Palabra de Dios guardada en la Biblia, para conocer más al Señor, su amor por nosotros y las responsabilidades que asumimos como discípulos suyos. Pero, también escuchar a Dios que nos habla por medio de personas, de acontecimientos concretos de cada día, felices o tristes. Por eso, hemos de estar muy atentos y fijarnos más en el mensaje que en el mensajero o en el medio con el que nos habla.
La escucha de la Palabra es lo que marca también el inicio de la misión del profeta Samuel, a quien Dios encarga la tarea de guiar al pueblo de Israel en discernir la voluntad del Señor en una época de cambios grandes y decisivos en su historia: pasar de un régimen de coalición entre tribus, gobernadas a turno por un juez, a la unidad de un solo pueblo bajo el gobierno de un rey. Samuel asume esa tarea con total disponibilidad y fidelidad a la palabra de Dios y logra llevar a buen fin su mandado a pesar de las muchas resistencias y pruebas, porque: “El Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras”.
También el pasaje del evangelio de hoy nos presenta un relato de vocación. Juan el Bautista está con Andrés y otro discípulo y viendo pasar a Jesús exclama: ”Este es el Cordero de Dios”. En la religión Judía, el cordero se ofrecía en sacrificio a Dios a cambio del perdón de los pecados o de otros favores. El Bautista, bajo el influjo del Espíritu Santo, presenta a Jesús como el nuevo cordero de Dios, la víctima inocente que sustituye, de una vez por todas, los sacrificios de animales y libera del pecado y del mal a la humanidad entera.
Los dos discípulos del Bautista, al escuchar esas palabras, en seguida se ponen a caminar detrás de Jesús, aunque no saben bien lo que buscan. Jesús se da la vuelta, los mira y les pregunta: “¿Qué quieren?”. Su pregunta se dirige a lo más hondo del corazón de los dos, para que se aclaren a sí mismos por cuál motivo lo quieren seguir.
“¿Qué Quieren?” El Señor repite esta pregunta a cada uno de nosotros. ¿Qué queremos y qué buscamos en nuestra vida y en estos días en los que el contagio del virus está prácticamente fuera de control? ¿Queremos la vida y salud para todos y estamos dispuestos a trabajar unidos, a respetar y asumir las medidas sanitarias y de prevención, a hacer sacrificios entre todos, o pensamos solo en nuestros intereses de personas y de grupos asumiendo actitudes que ponen en riesgo la vida de los demás?
¿Qué quieren los partidos y candidatos de las elecciones sub-nacionales, un plus a nivel electoral, el poder a cómo de lugar y la búsqueda de sus intereses, recurriendo incluso a ataques personales, descalificando a los antagonistas, difundiendo medias verdades y mentiras, o buscan servir al pueblo, una conducta política ética, la unidad de intentos en el cuidado de la salud, en la defensa de la vida y de la dignidad de cada persona y en la búsqueda del bien común y en el marco de la verdad, la justicia y la solidaridad?
A esa pregunta tan directa de Jesús los dos discípulos contestan: ”Maestro, ¿dónde vives?… –Vengan y lo verán-”. Con estas dos palabras Jesús les hace una invitación, “vengan” y una promesa, “verán“. Lo que interesa no es conocer donde vive Jesús, de hecho no tiene ni siquiera un lugar donde reclinar su cabeza; lo importante es que ellos estén y compartan con Él, lo conozcan personalmente y así conocer la misión que Él les tiene reservada.
Esas palabras, “vengan y verán”, resuenan también para nosotros y para todos los que van en busca de la verdad y el bien. Jesús es ese bien que llena nuestra vida y nuestra sed de felicidad, de verdad, de amor y de paz. Su mirada penetra en lo más íntimo de nosotros y su palabra nos invita a confiar en Él, a hacer una experiencia de amistad y comunión con Él y a jugarnos nuestra vida por Él.
Andrés y el otro discípulo “fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día”. Los discípulos culminan así su bellísimo camino espiritual, evidenciado por los verbos “oyeron, fueron, vieron, se quedaron”. Es el mismo camino que nos propone el Señor para salir de nuestra rutina, de una vida sin rumbo y de una fe superficial, para encontrar el sentido verdadero de nuestra existencia, escuchar su Palabra, ir donde Él, conocer su manera de ser y actuar y quedarnos con Él en la intimidad de amigos.
Encontrar al Señor es el hecho más maravilloso que nos puede acaecer, el tesoro escondido que transforma nuestra vida y nos llena de felicidad, como lo fue para Andrés que quedó tan cautivado por ese encuentro que buscó a su hermano Simón, le compartió su alegría y lo llevó donde Jesús: ”Hemos encontrado al Mesías”. Andrés que fue llamado a ser discípulo de Jesús, se volvió el misionero que invitó y guió a su hermano por el camino del Señor.
“Jesús miró” a Simón. Este pasaje del evangelio de hoy se abre y se cierra con Jesús que mira a sus discípulos, no una mirada superficial y de pasada, sino un “fijar la mirada”, un “mirar dentro” el íntimo de los dos. Con esa mirada profunda Jesús reconoce en Simón un hombre sincero que lo quiere seguir con recta intención. Por eso Jesús le cambia el nombre: ”Tú… te llamarás Cefas, Pedro”. Desde ese momento Pedro cambia su nombre, su vida y su destino e inicia una nueva misión.
El llamado de Dios no se dirige a una masa anónima, sino a cada uno por su nombre. Varían las circunstancias y modalidades en la vocación de cada persona, pero el camino pasa necesariamente por el encuentro personal con Jesús que toma siempre la delantera con su mirada de amor y su palabra cautivadora.
El encuentro con Cristo llenó de tanta alegría a los apóstoles Andrés y Pedro que los movió a compartir su vida con todo el mundo, a ser misioneros y a dar testimonio del Señor entregando toda su vida por él y por el Evangelio. Esperemos que esto mismo pase con nosotros, que respondamos con generosidad y alegría al llamado del Señor, que estemos con Él y que seamos cada día testigos de amor, solidaridad, justicia, unidad y paz, en particular en estos duros tiempos que nos toca vivir, porque el Señor “no deja caer por tierra ninguna de sus palabras” y para que un día, junto al autor del salmo de hoy, podamos decir: “Proclamé gozosamente tu justicia, no mantuve cerrados mis labios”. Amén
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
17/01/2021
La primera lectura y el evangelio de este domingo proponen el tema de la vocación respectivamente del profeta Samuel y de los primeros discípulos de Jesús: Andrés y Pedro.
Samuel, todavía niño, está cumpliendo su servicio en el templo de Silo. Una noche, una voz lo llama por su nombre despertándolo del sueño. Samuel, que no entiende que esa voz viene de Dios, porque “todavía la palabra del Señor no le había sido revelada”, se levanta rápido y se presenta al sacerdote Elí: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Este le responde que no lo ha llamado y lo manda a acostarse. Esta escena se repite por tres veces, finalmente Elí se da cuenta que es Dios quien llama a Samuel, por eso le dice que, al próximo llamado, responda: “Habla, que tu servidor escucha”.
Escuchar, es la primera actitud que todo creyente debemos tener, escuchar la Palabra de Dios guardada en la Biblia, para conocer más al Señor, su amor por nosotros y las responsabilidades que asumimos como discípulos suyos. Pero, también escuchar a Dios que nos habla por medio de personas, de acontecimientos concretos de cada día, felices o tristes. Por eso, hemos de estar muy atentos y fijarnos más en el mensaje que en el mensajero o en el medio con el que nos habla.
La escucha de la Palabra es lo que marca también el inicio de la misión del profeta Samuel, a quien Dios encarga la tarea de guiar al pueblo de Israel en discernir la voluntad del Señor en una época de cambios grandes y decisivos en su historia: pasar de un régimen de coalición entre tribus, gobernadas a turno por un juez, a la unidad de un solo pueblo bajo el gobierno de un rey. Samuel asume esa tarea con total disponibilidad y fidelidad a la palabra de Dios y logra llevar a buen fin su mandado a pesar de las muchas resistencias y pruebas, porque: “El Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras”.
También el pasaje del evangelio de hoy nos presenta un relato de vocación. Juan el Bautista está con Andrés y otro discípulo y viendo pasar a Jesús exclama: ”Este es el Cordero de Dios”. En la religión Judía, el cordero se ofrecía en sacrificio a Dios a cambio del perdón de los pecados o de otros favores. El Bautista, bajo el influjo del Espíritu Santo, presenta a Jesús como el nuevo cordero de Dios, la víctima inocente que sustituye, de una vez por todas, los sacrificios de animales y libera del pecado y del mal a la humanidad entera.
Los dos discípulos del Bautista, al escuchar esas palabras, en seguida se ponen a caminar detrás de Jesús, aunque no saben bien lo que buscan. Jesús se da la vuelta, los mira y les pregunta: “¿Qué quieren?”. Su pregunta se dirige a lo más hondo del corazón de los dos, para que se aclaren a sí mismos por cuál motivo lo quieren seguir.
“¿Qué Quieren?” El Señor repite esta pregunta a cada uno de nosotros. ¿Qué queremos y qué buscamos en nuestra vida y en estos días en los que el contagio del virus está prácticamente fuera de control? ¿Queremos la vida y salud para todos y estamos dispuestos a trabajar unidos, a respetar y asumir las medidas sanitarias y de prevención, a hacer sacrificios entre todos, o pensamos solo en nuestros intereses de personas y de grupos asumiendo actitudes que ponen en riesgo la vida de los demás?
¿Qué quieren los partidos y candidatos de las elecciones sub-nacionales, un plus a nivel electoral, el poder a cómo de lugar y la búsqueda de sus intereses, recurriendo incluso a ataques personales, descalificando a los antagonistas, difundiendo medias verdades y mentiras, o buscan servir al pueblo, una conducta política ética, la unidad de intentos en el cuidado de la salud, en la defensa de la vida y de la dignidad de cada persona y en la búsqueda del bien común y en el marco de la verdad, la justicia y la solidaridad?
A esa pregunta tan directa de Jesús los dos discípulos contestan: ”Maestro, ¿dónde vives?… –Vengan y lo verán-”. Con estas dos palabras Jesús les hace una invitación, “vengan” y una promesa, “verán“. Lo que interesa no es conocer donde vive Jesús, de hecho no tiene ni siquiera un lugar donde reclinar su cabeza; lo importante es que ellos estén y compartan con Él, lo conozcan personalmente y así conocer la misión que Él les tiene reservada.
Esas palabras, “vengan y verán”, resuenan también para nosotros y para todos los que van en busca de la verdad y el bien. Jesús es ese bien que llena nuestra vida y nuestra sed de felicidad, de verdad, de amor y de paz. Su mirada penetra en lo más íntimo de nosotros y su palabra nos invita a confiar en Él, a hacer una experiencia de amistad y comunión con Él y a jugarnos nuestra vida por Él.
Andrés y el otro discípulo “fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día”. Los discípulos culminan así su bellísimo camino espiritual, evidenciado por los verbos “oyeron, fueron, vieron, se quedaron”. Es el mismo camino que nos propone el Señor para salir de nuestra rutina, de una vida sin rumbo y de una fe superficial, para encontrar el sentido verdadero de nuestra existencia, escuchar su Palabra, ir donde Él, conocer su manera de ser y actuar y quedarnos con Él en la intimidad de amigos.
Encontrar al Señor es el hecho más maravilloso que nos puede acaecer, el tesoro escondido que transforma nuestra vida y nos llena de felicidad, como lo fue para Andrés que quedó tan cautivado por ese encuentro que buscó a su hermano Simón, le compartió su alegría y lo llevó donde Jesús: ”Hemos encontrado al Mesías”. Andrés que fue llamado a ser discípulo de Jesús, se volvió el misionero que invitó y guió a su hermano por el camino del Señor.
“Jesús miró” a Simón. Este pasaje del evangelio de hoy se abre y se cierra con Jesús que mira a sus discípulos, no una mirada superficial y de pasada, sino un “fijar la mirada”, un “mirar dentro” el íntimo de los dos. Con esa mirada profunda Jesús reconoce en Simón un hombre sincero que lo quiere seguir con recta intención. Por eso Jesús le cambia el nombre: ”Tú… te llamarás Cefas, Pedro”. Desde ese momento Pedro cambia su nombre, su vida y su destino e inicia una nueva misión.
El llamado de Dios no se dirige a una masa anónima, sino a cada uno por su nombre. Varían las circunstancias y modalidades en la vocación de cada persona, pero el camino pasa necesariamente por el encuentro personal con Jesús que toma siempre la delantera con su mirada de amor y su palabra cautivadora.
El encuentro con Cristo llenó de tanta alegría a los apóstoles Andrés y Pedro que los movió a compartir su vida con todo el mundo, a ser misioneros y a dar testimonio del Señor entregando toda su vida por él y por el Evangelio. Esperemos que esto mismo pase con nosotros, que respondamos con generosidad y alegría al llamado del Señor, que estemos con Él y que seamos cada día testigos de amor, solidaridad, justicia, unidad y paz, en particular en estos duros tiempos que nos toca vivir, porque el Señor “no deja caer por tierra ninguna de sus palabras” y para que un día, junto al autor del salmo de hoy, podamos decir: “Proclamé gozosamente tu justicia, no mantuve cerrados mis labios”. Amén