
Sofía Lobos – Ciudad del Vaticano
El 15 de diciembre, tercer domingo de Adviento, también conocido como “domingo de la alegría”, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano, acompañado de miles de fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
En alusión al Evangelio del día que narra la duda planteada por Juan el Bautista desde la cárcel al haber oído las obras del Mesías, quien manda a preguntar a Jesús “si es Él quien ha de venir o si en su lugar tenemos que esperar a otro”; el Papa destaca la respuesta del Maestro: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí».
La salvación envuelve al hombre por completo
Esta descripción nos muestra -dice Francisco- que la salvación envuelve al hombre por completo y lo regenera. Se trata en definitiva de que para salvarnos y nacer a la vida eterna, es necesario que muera nuestro pecado.
El Adviento nos anima a volver a nacer
En este sentido, el Pontífice afirma que el tiempo de Adviento nos anima a volver a nacer, precisamente con la pregunta que Juan el Bautista le hace a Jesús: “¿Eres tú quien tiene que venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3).
Una pregunta totalmente natural teniendo en cuenta- explica el Papa- que durante toda la vida, “Juan ha estado esperando al Mesías; su estilo de vida, su propio cuerpo está plasmado por esta espera”.
Es necesario purificar la fe todos los días
“Esta es también la razón por la cual Jesús lo alaba con estas palabras: nadie es más grande que el que nació de una mujer (ver Mt 11,11). Y sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. Al igual que Juan, nosotros también estamos llamados a reconocer el rostro que Dios ha elegido asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso”, añade Francisco en su reflexión.