Campanas. Bajo el lema: “Dejen que los niños vengan a mi” (Mc. 10,14), las Hermanas Sacramentinas de Bégamo invitan a los niños de 7 a 14 años de edad a ser parte de la grandiosa experiencia de la “Adoración Eucarística”, todos los sábado de 15:00 a 16:00 horas, en la Capilla Cristo Resucitado, la misma está ubicada en el 4to. Anillo, Radial 26 y Canal Isuto.
San Agustín, al escribir sobre la Eucaristía, decía: Nadie coma de esta carne sin antes adorarla. La importancia de la adoración eucarística nos hace comprender lo importante que es enseñar a los niños a rezar ante el Santísimo Sacramento correctamente, con plena conciencia.
Historia
La adoración eucarística tal como la conocemos se remonta a 1226, cuando, por voluntad del rey Luis VII de Francia, que quería celebrar la victoria contra los cátaros, la Eucaristía se exhibió en la catedral de la Santa Cruz de Orleans para que los numerosos fieles reunidos pudieran adorarla. La iniciativa tuvo tantos seguidores que se decidió hacer una cita regular. Anteriormente, la celebración eucarística no preveía una adoración de los fieles. Con el tiempo, la importancia de la adoración eucarística aumentó cada vez más, hasta la afirmación de la llamada adoración perpetua de la eucaristía, en capillas siempre abiertas para cualquiera que quiera ir allí a cualquier hora del día o de la noche. Pero también hay órdenes religiosas que se han dedicado ininterrumpidamente a esta práctica devocional durante más de cien años.
¿Qué es la Adoración al Santísimo?
Aún hoy, nos hacemos la pregunta: ¿Qué es la Adoración al Santísimo Sacramento? o también conocida como la Adoración Eucarística y la respuesta nos sorprende, porque muchos lo desconocen. Por este motivo, vamos a intentar responder a la misma, partiendo de que la Hostia Santa, es la Presencia divina real del Señor.
Él está presente entre nosotros en la Custodia, es el mismo cuerpo que ha sido ofrecido por nosotros en el sacrificio de la Redención, resucitado y glorificado.
Por tanto, la Adoración Eucarística, ha de tener forma de comunión espiritual, de ofrenda permanente también de nuestra vida.
Juan Pablo II decía al respecto: «…no es lícito ni en el pensamiento ni en la vida ni en la acción, quitar a este Sacramento, verdaderamente santísimo, su dimensión plena y su significado esencial. Es al mismo tiempo Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia.» (Redemptor hominis 20).
Cuando adoramos entramos en una relación íntima con el Señor que está presente en el Santísimo Sacramento. Es nuestra respuesta de fe y de amor hacia Él, que siendo Dios se hizo hombre, demostrándonos con su entrega, su amor por nosotros hasta la eternidad.
Adorándole, estamos reconociendo su misericordia, eligiendo esta forma para quedarse con nosotros, y a su vez, también reconocemos su majestad, que Él es Dios, confesando de este modo su presencia real y verdadera y substancialmente.
«…En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por consiguiente, Cristo entero…» (CEC 1374)
Los adoradores rezan ante Él, intercediendo por otros, por sus propias necesidades y agradeciendo al mismo tiempo todos los beneficios dados.
Cuando adoramos, le estamos acompañando con sentimientos también de reparación por los pecados nuestros y de toda la humanidad, ponemos ante Él, nuestros esfuerzos y nuestra voluntad, para responder a su gracia buscando así la santidad a la que estamos llamados.
Cuando nos acercamos a Jesús Sacramentado, no nos olvidemos de hacerlo también con el espíritu de la Virgen María en humildad, ella elegida como primera custodia.
Pío XII explica: «Los adoradores cristianos, con absoluta fe y confianza, piden al Salvador, presente en la Eucaristía, por sí mismos, por el mundo, por la Iglesia. En la presencia real del Señor de la gloria, le confían sus peticiones, sabiendo con certeza que «tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo, el Justo. Él es la víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1Jn 2,1-2).»
Origen de la Adoración al Santísimo
Partimos de la Eucaristía, que sabemos que es el centro, la fuente y culmen de la vida de la Iglesia. Jesús se ha quedado con nosotros bajo la especie del pan.
En los primeros siglos, las especies eucarísticas se conservaban de forma privada, hoy nos parece extraño, pero era debido a las persecuciones que había y éstas se les daba solo a los enfermos, presos y ausentes. A medida que iban cediendo las persecuciones, se le va dando forma a como la conocemos hoy.
Sobre el año 400 d.C., las Constituciones apostólicas disponen, que después de dar la comunión, sean llevadas las especies a un sacrarium.
Posteriormente, fue en el Sínodo de Verdún (s. VI), donde se decide guardar la Eucaristía «en un lugar eminente y honesto, y si los recursos lo permiten, debe tener una lámpara permanentemente encendida» ya que antiguamente se guardaba en píxides (eran cajitas preciosas donde se guardaba el pan eucarístico).
Es sorprendente, pero aún la reserva eucarística solo tenía el fin de la comunión, pero no el culto a la presencia real.
Dentro de la celebración de la Misa, se va viendo la adoración por parte de los fieles al Cuerpo de Cristo, especialmente antes de la comunión.
El Papa emérito Benedicto XVI nos dice en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis cuando cita a san Agustín: “nadie coma de esta carne sin antes adorarla…pecaríamos si no la adoráramos” (SC 66).
También la elevación de la hostia, y más tarde del cáliz, después de la consagración, suscita en los fieles adoración interior y exterior. Se va extendiendo poco a poco esta adoración, y cabe mencionar que en 1906, San Pío X, «el Papa de la Eucaristía» como le llamaban, concedió indulgencias a quienes piadosamente miraran la hostia elevada, diciendo lo que ha llegado hasta nuestro días «Señor mío y Dios mío».
Será a partir del s. IX cuando la adoración de la presencia real se irá configurándose fuera de la Misa. Tras varios contratiempos, avanza considerablemente la devoción eucarística.
Aquí mencionamos el testimonio de San Francisco de Asís, que poco antes de morir, pide en su Testamento a sus hermanos, que participen de esta veneración que él profesa hacia la Eucaristía:
«Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos»
(10-11; +Admoniciones 1: El Cuerpo del Señor).
Es curioso, cómo esta devoción tan profunda en el mundo franciscano, marcó una huella que dura hasta hoy en la espiritualidad de las clarisas.
En el siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo era «in cristallo», de ahí irán tomando forma las custodias. (Extraído de; librerias.paulinas.es)