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martes 3 octubre 2023
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Acoger la misericordia en Santa Cruz, salvar la persona humana y renovar la sociedad, pide Monseñor Sergio

 “Es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad la que hay que renovar” dijo el Arzobispo Cruceño en su homilía por del “Te Deum” de acción de gracias celebrado este sábado 24 de septiembre en la Catedral Metropolitana.

El prelado invitó a todos los ciudadanos del departamento a acoger el Jubileo de la misericordia en todos los ámbitos de nuestra vida y a trabajar para que Santa Cruz “sea una casa acogedora donde haya campo para todos, una casa de hermanos y de personas libres que puedan pensar diferente, sin miedo a ser reprimidos y perseguidos” indicó.

El “Te Deum” de acción de gracias por Santa Cruz ha sido una celebración ecuménica, es decir, que se realizó en conjunto con las Iglesias que conforman el diálogo ecuménico en Santa Cruz Cruz, a saber: La Iglesia Copta Ortodoxa, La Iglesia Anglicana, Iglesia Metodista, La Iglesia Luterana y el Comité Central Menonita. La celebración contó también con la participación de todas las principales autoridades departamentales, municipales, cívicas, policiales y militares del departamento. Además de autoridades de Tarija y Cochabamba que generosamente participaron en los actos de la efeméride departamental.

Monseñor Sergio Gualberti escudriño el significado y las motivaciones del Papa Francisco para proclamar el Jubileo de la Misericordia y, como este acontecimiento convocado por el Papa Francisco puede aportar luces para la vida del departamento. En ese sentido afirmó que la misericordia, si bien es el corazón del evangelio “no se refiere solo y estrictamente a las relaciones de cada persona con Dios, sino que involucra a toda las gamas de las relaciones interpersonales, familiares, comunitarias, institucionales, sociales y políticas”.

El prelado indicó que nuestro mundo está necesitado y sediento de misericordia y que también en Bolivia”vivimos entre esperanzas y frustraciones “la esperanza por los logros significativos de la inclusión en la vida de la sociedad de los indígenas y sectores marginales, la disminución de la pobreza extrema, el crecimiento de la macro economía, pero por el otro la frustración por el constante recurso a la violencia y a la confrontación, la corrupción generalizada a nivel privado y público, la justicia amañada y servil y la violación de los derechos humanos, entre otros” señaló la autoridad religiosa.

En esta época de grandes transformaciones, lo esencial que está en juego “Es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad la que hay que renovar. Es el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad” dijo Monseñor.

El Arzobispo de Santa Cruz pidió a todos los ciudadanos acoger el jubileo de la misericordia en todos los ámbitos de nuestra vida “Llamados a ser como Jesús buenos samaritanos, testigos de la misericordia, a hacernos prójimo de los pobres y excluidos, a solidarizarnos y a aliviar el dolor de los que están medio muertos, tirados al borde del camino”.

  • Ser testigos de la misericordia en nuestra ciudad, departamento y país, para que sean una casa acogedora donde haya campo para todos, una casa de hermanos y de personas libres que puedan pensar diferente, sin miedo a ser reprimidos y perseguidos.
  • Ser testigos de la misericordia con el compromiso de buscar soluciones a los problemas a través del diálogo, con creatividad, coraje, equidad y solidaridad, en el respeto de la persona humana, por su dignidad y destino superior, y por el bien común.
  • Ser testigos de la misericordia, con señales concretas de querer “purificar la memoria”, crear cordialidad y dar pasos sinceros de “perdón” y reconciliación, dejando atrás los agravios del pasado y abriéndonos al amor y la

A tiempo de señalar que nuestro mundo está necesitado de y sediento de misericordia, dijo que “Estamos experimentando una fuerte tensión entre esperanzas y amenazas: por un lado, sentimientos de libertad, autosuficiencia y seguridad por los adelantos logrados en la ciencia, la tecnología y la cultura y por el otro, el creciente sentimiento de incertidumbre, miedo y desconcierto, a causa de las guerras civiles, el terrorismo internacional, las migraciones masivas, la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación ambiental y otros”.

 HOMILÍA COMPLETA DE MONSEÑOR SERGIO GUALBERTI, ARZOBISPO DE SANTA CRUZ

TE DEUM ECUMÉNICO POR SANTA CRUZ

BASÍLICA MENOR DE SAN LORENZO MÁRTIR

Con alegría estamos celebrando estas efemérides de nuestro Departamento y Ciudad en un año particular: el Año Santo del Jubileo de la Misericordia que el Papa Francisco ha instituido para toda la Iglesia. Al conocer la iniciativa, yo me preguntaba a qué objetivo miraba el Papa, que podía significar un jubileo de la misericordia para la Iglesia católica, las hermanas Iglesias cristianas y si también podía tener sentido para el mundo de hoy.

Para encontrar una respuesta comencé a profundizar el sentido de las dos palabras: Jubileo y Misericordia, palabras que echan sus raíces en la Biblia, en la historia del pueblo de Israel y en el Evangelio.

“Jubileo”: era un año santo, que el pueblo de Israel celebraba cada cincuenta años, en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto, la constitución como pueblo libre y la toma de posesión de la tierra prometida. Era un año de gracia y misericordia, acogido con particular alegría por parte de los esclavos y los pobres, porque además de ser el tiempo del juicio sobre la fidelidad del pueblo elegido a la alianza con Dios, era también un año de remisión de todas las deudas y de liberación de la esclavitud. Era el momento oportuno para restaurar las relaciones con Dios y con los hermanos, tiempo de sanar las heridas y desterrar las injusticias y divisiones entre las personas e instituciones. Dios había donado la tierra a su pueblo en posesión, no en propiedad, para que fuera repartida en equidad entre todas las tribus y familias como tierra de hermanos.

La tierra, así entendida, era sinónimo de libertad y vida, consignada en la ley de Israel y el Jubileo era el instrumento concreto para impedir el surgir del latifundio y de la esclavitud. Por esa ley, si una persona, por cualquier motivo, perdía la tierra y tenía que poner su vida y la de su familia al servicio de otros, en el año del Jubileo recuperaba la libertad, su tierra y sus pertenencias y regresaba a su casa. “Quedará libre el año del jubileo el esclavo judío y sus hijos con él. Porque a mí es a quién pertenecen como siervos los israelitas, a quienes yo he sacado del país de Egipto” (Lev 25).

«Regresar a casa»: el esclavo regresaba a la vida de hombre libre, a la familia, a la comunidad y a la sociedad recobrando así su identidad y derechos de persona. Otro elemento significativo del Jubileo: era el año del cuidado de la tierra,  se la dejaba sin labrar ni sembrar, y solo se cosechaba lo que crecía espontáneamente, preservándola así de la sobreexplotación.

Pasamos a la segunda palabra: Misericordia. Este vocablo en su etimología latina une dos raíces: miser (miserable), cor-cordis, corazón: amor para los desdichados. Misericordia es el atributo propio de Dios, que revela su naturaleza como denotan las muchas citas bíblicas: “Dios paciente y misericordioso”, “Eterna es su misericordia” (Sal 136) « El Señor te corona de gracia y de misericordia » (Sal 103,4), “El Señor sana los corazones afligidos… y venda las heridas” (Sal 137). Santo Tomás de Aquino expresa magistralmente este concepto: «Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia ». 

El Papa Francisco en su carta apostólica Misericordiae Vultus  desentraña más el significado de esta palabra: “La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre… hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón”. (MV 6)

El testimonio vivo y rostro visible de la misericordia de Dios es Jesús, que toma el Jubileo como programa de su misión, no solo por un año, sino como el medio de liberación y misericordia. Así lo afirma en su primera predicación en la sinagoga de Nazaret, su pueblo natal:” El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dejar en libertad a los oprimidos, y a proclamar el año de gracia del Señor”.

Jesús cumplió plenamente este programa, pasó su vida haciendo el bien, con una entrega libre y entrañable a los pobres, a los desvalidos, los enfermos y los pecadores, entrega que encontró su culmen en la cruz. La parábola del buen Samaritano que hemos escuchado, es un ejemplo luminoso de la misericordia del Señor.

“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y fue atacado por ladrones dejándole medio muerto”. Un hombre, nada más, sin ningún adjetivo, uno como cualquier ser humano agredido, desamparado y necesitado de ayuda. Por ese camino cruzaron un sacerdote y un ayudante del templo de Jerusalén, al ver al herido pasaron de largo. Luego llegó un Samaritano, habitante de una región despreciada por los judíos porque no aceptaba toda la sagrada escritura. Este, ni bien vio al herido, se conmovió, se acercó, bajó del caballo, vació sus ampollas de aceite y vino, vendó las heridas, lo subió a su cabalgadura, lo llevó a la posada, lo cuidó, pagó y lo encomendó al dueño del albergue. Admirable la actuación del Samaritano que vuelca su corazón hacia ese desconocido que sufre, se hace prójimo, cercano y entabla relación con “el otro”, sea quien sea, y se deja tocar por su dolor y miseria.

En el Buen Samaritano, nosotros reconocemos a Jesús que echa su mirada sobre nuestras miserias, debilidades, limitaciones e infidelidades, se compadece y sufre con nosotros y se agacha sobre nuestras heridas, con amor y misericordia. Pienso que todos nosotros hemos alguna vez hemos experimentado la misericordia de Dios en nuestra vida, hemos sido “misericordiados”.

Pero la misericordia, corazón del evangelio, no se refiere solo y estrictamente a las relaciones de cada persona con Dios, sino que involucra a toda las gamas de las relaciones interpersonales, familiares, comunitarias, institucionales, sociales y políticas.

Aquí puede surgir una pregunta: si la misericordia se vuelve paradigma de todas las relaciones, ¿En qué queda la justicia con los que delinquen? La justicia y misericordia dice el Papa Francisco “no son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor (MV 20)… La justicia es el primer paso, necesario e indispensable; no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa…” (MV 20). La misericordia es el horizonte y meta final a la que hay que tender.

En la misericordia como paradigma de las relaciones humanas, encuentro el motivo que ha movido al Papa Francisco a proclamar el Jubileo. Nuestro mundo, a pesar de las apariencias, es necesitado y sediento de misericordia. Estamos experimentando una fuerte tensión entre esperanzas y amenazas: por un lado, sentimientos de libertad, autosuficiencia y seguridad por los adelantos logrados en la ciencia, la tecnología y la cultura y por el otro, el creciente sentimiento de incertidumbre, miedo y desconcierto, a causa de las guerras civiles, el terrorismo internacional, las migraciones masivas, la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación ambiental y otros.

En nuestro país también vivimos entre esperanzas y frustraciones; la esperanza por los logros significativos de la inclusión en la vida de la sociedad de los indígenas y sectores marginales, la disminución de la pobreza extrema, el crecimiento de la macro economía, pero por el otro la frustración por el constante recurso a la violencia y a la confrontación, la corrupción generalizada a nivel privado y público, la justicia amañada y servil y la violación de los derechos humanos, entre otros.

En las épocas de grandes y vertiginosas transformaciones como la nuestra lo que está en juego es lo esencial, no lo accidental. “Es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad la que hay que renovar. Es el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad” (GS. 3)

¿De qué manera la misericordia podrá aportar para que el hombre de hoy no se pierda y por el contrario salga sanada y enriquecida en este mundo tan contradictorio? El lema del Jubileo nos lo indica: “Sean misericordiosos como el Padre”, en todos los ámbito en que se desempeña nuestra vida. Llamados a ser como Jesús buenos samaritanos, testigos de la misericordia, a hacernos prójimo de los pobres y excluidos, a solidarizarnos y a aliviar el dolor de los que están medio muertos, tirados al borde del camino.

Ser testigos de la misericordia en nuestra ciudad, departamento y país, para que sean una casa acogedora donde haya campo para todos, una casa de hermanos y de personas libres que puedan pensar diferente, sin miedo a ser reprimidos y perseguidos.

Ser testigos de la misericordia con el compromiso de buscar soluciones a los problemas a través del diálogo, con creatividad,  coraje, equidad y solidaridad, en el respeto de la persona humana, por su dignidad y destino superior, y por el bien común.

Ser testigos de la misericordia, con señales concretas de querer “purificar la memoria”, crear cordialidad y dar pasos sinceros de “perdón” y reconciliación, dejando atrás los agravios del pasado y abriéndonos al amor y la confianza.

Ser testigos de la misericordia, dando pasos concretos para “convertir” estrategias que encienden y alimentan confrontaciones, en instrumentos de solidaridad, equidad y paz.

La misericordia es un don a pedir Dios y una vía segura para construir la paz. Una paz que exige compromiso por el derecho, la justicia, la libertad, y la lucha en contra de la pobreza, la exclusión y la discriminación; paz auténtica fuente de esperanza  y de vida digna, armoniosa y fraterna para todos.

Cada uno de nosotros, de acuerdo a su oficio y  responsabilidad, acoja, no solo por este año sino por toda la vida, el desafío que nos plantea el Jubileo, de ser humildes y fieles testigos de la misericordia, ser buenos samaritanos y así escuchar un día las palabras de Jesús que nos colman de esperanza, consuelo, alegría y paz: « Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia ». Amén.

Oficina de prensa de la Arquidiócesis de Santa Cruz.

Encargado


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