El Vicario General de Santa Cruz resumió la enseñanza de las tres lecturas dominicales en “Coherencia, Humildad y Responsabilidad” y refelxionó sobre el evangelio afirmando que pone el acento en arrepentimiento para volver a hacer la voluntad del Padre.
Al reflexionar en torno al evangelio que cuenta la parábola del padre y sus hijos, el que dice sí ante el pedido de su padre pero luego no cumple y el que dice no pero después recapacita y cumple con la petición de su padre, el Padre Crespo afirmó que “Con estos dos hijos nos descubrirnos en ambos casos, la incoherencia entre lo que decimos y hacemos. El primero recapacitó, volvió a pensar y medir la contestación que había dado al padre y actuó según sus deseos. El segundo pone de manifiesto la vaciedad de sus palabras, quien sólo está interesado en quedar bien, sin compromiso alguno. Lo que cuenta, podríamos decir, son las obras, el compromiso, recordando aquello que no basta decir ¡Señor, Señor!.
Para el Padre Crespo el acento de esta parábola está puesto en el arrepentimiento “Sabemos, no obstante, que los dos hijos corresponden a dos categorías de personas: las que siempre están hablando de lo religioso, de Dios, de la fe y en el fondo su corazón no cambia, no se inmutan, no se abren a la gracia. Probablemente tienen religión, pero no auténtica fe”.
“El acento está, justamente, en aquellos que habiéndose negado a la fe primeramente, se dejan llenar al final por la gracia de Dios, aunque esto sirve para desenmascarar a los que son como el hijo que dice que sí y después hace su propia voluntad, no la del padre”.
El Padre Crespo preció que el Evangelio escogió dos oficios denigrados y denigrantes (recaudadores de impuestos y prostitutas)….Pero para Dios no cuentan los oficios, ni lo que los otros piensen; lo que cuenta es que son capaces de volver, de convertirse” subrayó.
Al referirse a la humildad aseguró que las lecturas nos enseñan una lección muy grande “que la humildad es la virtud que consiste en conocer nuestras propias limitaciones y debilidades y actuar de acuerdo a tal conocimiento. La humildad es ausencia de todo tipo de soberbia, es característica de personas modestas que no se sienten importantes o mejores que los demás, independientemente de cuán lejos hayan llegado en la vida”
El Sacerdote puntualizó que la persona humilde es “alguien que no piensa que él o ella es mejor o más importante que otros, alguien que no se crea insustituible e irremplazable y arrogante” y en esa línea acoto que “Para el cristianismo la persona con mayor humildad fue Jesús que siendo el más rico de todos se hizo pobre y nació en un pesebre y, siendo el más importante murió en una cruz”.
HOMILÍA COMPLETA:
Domingo 26 del Tiempo Ordinario,
1 de Octubre de 2017
COHERENCIA- HUMILDAD – RESPONSABILIDAD.
La verdadera sabiduría en un cristiano es el de saber traducir las palabras de las sagradas escrituras en el vivir de cada día.
¿La entendemos y la vivimos? o se queda en palabras bonitas.
El reto nuestro es el hacer realidad estas lecturas en nuestras vidas, obras son amores y no buenas razones. Erradiquemos todo tipo de desamor, indolencias, mentiras, maldades e intrigas.
Quiero resumir las lecturas de este domingo en tres palabras: Coherencia, Humildad y Responsabilidad.
En la primera lectura estamos ante la teología de la responsabilidad personal, donde cada uno da cuenta a Dios de sus obras, en esa línea, que es un progreso con respecto a la moral anterior, según aquello de que no pueden “pagar justos por pecadores”. Es verdad que siempre existe una responsabilidad colectiva y solidaria, y también hay que contar con una «situación» social de injusticia y maldad que a unos afecta más que a otros. Pero la responsabilidad personal muestra que Dios nos ha hecho libres para decidir moralmente. Es verdad que la situación de la catástrofe del destierro de Babilonia fue responsabilidad de los antepasados, de los que no quisieron escuchar la palabra de Dios por medio de los profetas. Hay que asumir esa historia pasada con todas sus consecuencias de solidaridad. Pero mirando al presente, también cada uno de los que escuchan a Ezequiel tienen que ponerse la mano en el corazón: ahora se agudiza la responsabilidad personal. El futuro se construye desde esa opción personal para abrirse a Dios.
La coherencia con la que tenemos que vivir debe llevarnos a actitudes asumidas consecuentes de personas en relación con una postura asumida anteriormente. En este sentido, se es coherente, porque se verifica que existe correspondencia entre la forma de pensar y de actuar.
En la segunda lectura San Pablo nos manifiesta que el abajamiento “humaniza” al Señor y nos propone su ejemplo de Cristo, quien ha renunciado a su categoría para hacerse como uno de nosotros, llegando hasta la misma muerte. Con toda probabilidad, este «himno» a los Filipenses, Pablo lo ha tomado de una liturgia primitiva. A una comunidad dividida les pide que vivan unánimes “concordes en un mismo amor y en un mismo sentir”.
Ésta es la impresión que produce, entre otras cosas, por su estructura, por su ritmo, aunque él mismo le ha puesto un sello personal con el que se evoca la muerte en la Cruz de Cristo, ya que en la Cruz es donde se revela de verdad, el Señor de los Cristianos: porque sabe dar su vida por nosotros. Eso no lo hace ningún señor, ningún “dios” de este mundo. En el Señor es donde debe mirarse la comunidad como en un espejo.
Haría falta todo el espacio del que se dispone y mucho más para poder entrar de lleno en el “himno” de Filipenses. Porque la segunda lectura de hoy es una de las joyas del Nuevo Testamento. Solamente podemos asomarnos brevemente al contraste que quieren trazar estas dos estrofas fundamentales de que se compone esta pieza literaria y teológica: abajamiento y exaltación. La primera nos muestra cómo el Señor inicia un itinerario que muchos viven en su humanidad, en su indignidad, en su nada. Él ha emprendido ese destino también, como una opción irrenunciable, ¿por qué? Nunca se explicará suficientemente por el texto mismo, aunque usemos la palabra más adecuada: su solidaridad con la humanidad sufriente; por eso se despoja de sus derechos.
Muchos que han recorrido caminos contrarios a la humildad, los soberbios, los orgullos, los ególatras, que quieran experimentar el camino de Jesus, descubrirán el misterio de su gratuidad y de donación. Dios no puede querer la indignidad y la nada de los suyos. Y hablando en términos de alta cristología, no puede querer que su Hijo sea presa de lo más inhumano que existe en la historia. “Por eso” le dio un Nombre, una dignidad que está por encima de toda dignidad terrena. No como la de los “hombres divinizados”, que sin solidaridad y sin padecer ni sufrir quieren ser adorados como dioses. Esos están llenos de una autoestima patológica que los aleja de los hombres. Son insolidarios y no tienen corazón.
El himno, pues, pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos se expresaban en la liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de Dios, de Cristo, el Hijo: El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, el que quiso llegar más allá de nuestra propia debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz, que es la muerte más escandalosa de la historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo hace estéticamente, sino radicalmente.
Y aquí radica la gran paradoja: que quien no destacó en vida por gesta heroica alguna, quien no fue soberano ni tuvo el título de Señor, quien termina sus días crucificado por vil y subversivo a los ojos del Imperio y de su propia religión, es considerado «Señor» y Mesías. Y, la paradoja todavía mayor: el anuncio del Mesías crucificado se convierte en el núcleo de la predicación de Pablo y en el centro de la fe cristiana. Esto no podía por menos que chocar a la mentalidad helenista que, en sus cultos, aclamaba a los «señores» que habían tenido una existencia gloriosa. Tenía que sorprender igualmente al mundo judío, para quien el Mesías debía tener una existencia gloriosa, que ciertamente Jesús no tuvo. Por eso, dirá Pablo que el anuncio de un Mesías crucificado es «escándalo para los judíos, locura para los griegos»
Que lección mas grande la que nos enseña que la humildad es la virtud que consiste en conocer nuestras propias limitaciones y debilidades y actuar de acuerdo a tal conocimiento. La humildad es ausencia de todo tipo de soberbia, es característica de personas modestas que no se sienten importantes o mejores que los demás, independientemente de cuán lejos hayan llegado en la vida. Hay una línea muy delgada entre la soberbia y la humildad, por lo que requiere la observación de nuestro comportamiento para no caer en la división por méritos logrados que nos pueden llevar al orgullo y la vanagloria.
La humildad es una virtud moral contraria a la soberbia, que posee el ser humano en reconocer sus habilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo. La humildad permite a la persona ser digna de confianza, flexible y adaptable, en la medida en que uno se vuelve humilde adquiere grandeza en el corazón de los demás.
La humildad es una cualidad o característica humana que es atribuida a toda persona que se considere un ser pequeño e insignificante frente a lo trascendente de su existencia de Dios según si se habla en términos teológicos. Una persona humilde generalmente ha de ser sencilla, ha de ser modesta y vivir sin mayores pretensiones: alguien que no piensa que él o ella es mejor o más importante que otros, alguien que no se crea insustituible e irremplazable y arrogante.
Para el cristianismo la mayor persona humilde fue Jesús que siendo el más rico de todos se hizo pobre y nació en un pesebre y siendo el más importante murió en una cruz.
El evangelio de Mateo con la parábola del padre y los dos hijos, es provocativo, pero sigue en la misma tónica de los últimos domingos. Se quiere poner de manifiesto que el Reino de Dios acontece en el ámbito de la misericordia, por eso los pecadores pueden preceder a los beatos formalistas de siempre en lo que se refiere a la salvación.
Esta parábola nos pone en la pista de esta afirmación tan determinada, la de los dos hijos: uno dice que sí y después no va a trabajar a la viña; el otro dice que no, pero después recapacita sobre las palabras de su padre y va a trabajar. Nos invita a vivir en coherencia con nuestras palabras, y que nuestras palabras respondan a la exigencia de nuestra fe, al compromiso como discípulos de Jesús. Se dirige, de modo provocativo, a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo: “les aseguro que los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. Aquellos que están en disposición de creer.
Jesús se dirige para preguntarles sobre la verdad del amor. Con estos dos hijos nos descubrirnos en ambos casos, la incoherencia entre lo que decimos y hacemos. El primero recapacitó, volvió a pensar y medir la contestación que había dado al padre y actuó según sus deseos. El segundo pone de manifiesto la vaciedad de sus palabras, quien sólo está interesado en quedar bien, sin compromiso alguno. Lo que cuenta, podríamos decir, son las obras, el compromiso, recordando aquello que no basta decir ¡Señor, Señor!. El acento, pues, se pone sobre el arrepentimiento, e incluso si la parábola se hubiera contado de otra manera, en la que el primero hubiera dicho que sí y hubiera ido a lo que el padre le pedía, no cambiarían mucho las cosas, ya que lo importante para Jesús es llevar a cabo lo que se nos ha pedido.
Sabemos, no obstante, que los dos hijos corresponden a dos categorías de personas: las que siempre están hablando de lo religioso, de Dios, de la fe y en el fondo su corazón no cambia, no se inmutan, no se abren a la gracia. Probablemente tienen religión, pero no auténtica fe. Por eso, por ley de contrastes, la parábola está contada con toda intencionalidad y va dirigida, muy especialmente, contra los segundos.
El acento está, justamente, en aquellos que habiéndose negado a la fe primeramente, se dejan llenar al final por la gracia de Dios, aunque esto sirve para desenmascarar a los que son como el hijo que dice que sí y después hace su propia voluntad, no la del padre. Los verdaderos creyentes y religiosos, aunque sean publicanos y prostitutas, son los que tienen la iniciativa en el Reino de la salvación, porque están más abiertos a la gracia. El evangelio ha escogido dos oficios denigrados y denigrantes (recaudadores de impuestos y prostitutas); pero no olvidemos que el marco de los oyentes también es explícito: los Sumos sacerdotes y ancianos, que dirigían al pueblo. Pero para Dios no cuentan los oficios, ni lo que los otros piensen; lo que cuenta es que son capaces de volver, de convertirse.
El evangelio nos llama a vivir con responsabilidad a ser capaces de responder y corresponder con el otro, la responsabilidad nos invita al cumplimiento de nuestras obligaciones y al cuidado de lo que decimos y hacemos, implica el claro conocimiento de que los resultados de cumplir o no las obligaciones, recaen sobre uno mismo. Nos hace ver la conciencia acerca de las consecuencias que tiene todo lo que hacemos o dejamos de hacer sobre nosotros mismos o sobre los demás, hacer con diligencia, seriedad y prudencia porque sabemos que las cosas deben hacerse bien desde el principio hasta el final y que solo así se saca verdadera enseñanza y provecho de ellas, generando confianza y tranquilidad. El ser responsable reflexiona seriamente antes de tomar cualquier decisión, pensando en los resultados y efectos que pueda afectar la propia vida o la de otros; es capaz de sentir lo que otros sienten y entender las necesidades de los demás; reconoce los errores cometidos y se muestra dispuesto a repararlos.