Campanas. Este 4to. Domingo de Cuaresma desde la Catedral, el Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti afirmó que, Dios siempre está dispuesto a perdonarnos, por eso nuestro corazón se llena de gozo y nos mueve a acercarnos a Él y a dejarnos reconciliar con Él.
Así mismo el prelado aseveró que, el camino cuaresmal, nos anima a renovar nuestro propósito de conversión, dejando a un lado el pecado, para emprender una vida nueva en Cristo.
La Palabra de Dios, a la mitad de nuestro camino cuaresmal, nos anima a renovar con firmeza nuestro propósito de conversión. San Pablo, en su 2da carta a los cristianos de Corinto, nos dice que, para convertirnos, hay que dejar a un lado, en primer lugar, el pasado de esclavitud, del mal y del pecado, para emprender una vida nueva en Cristo: “El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha pasado, un ser nuevo se ha hecho presente”.
En el Evangelio, Jesús, a través de una de sus parábolas más entrañables, nos presenta un ejemplo concreto de conversión. Él se encuentra en medio de un público compuesto por dos bandos: por un lado, están “todos los publicanos y pecadores que se le acercaban para escuchar” sus palabras de compasión y aliento, y por el otro están los fariseos y los maestros de la ley que “murmuran… Este hombre recibe los pecadores y come con ellos”.
Este padre, aunque está consciente de que su hijo está dando un paso equivocado, en el respeto de su libertad, accede al pedido. “Pocos días después el hijo…se fue a un país lejano”. Ese joven solo busca emanciparse de la familia y gozar de la total libertad, por eso no duda en dejar la seguridad y la buena vida de su hogar para cumplir su sueño.
“Cumplir la voluntad de Dios no implica renunciar a la libertad, sino vivirla en plenitud”
Esta actitud se parece a la que nosotros asumimos cuando pecamos: dejamos la casa del Padre para buscar otros horizontes y vivir según nuestros gustos y antojos, olvidando su palabra, sus dones y, sobre todo, su amor. Esta es la gran equivocación; porque cumplir la voluntad de Dios no implica renunciar a la libertad, sino vivirla en plenitud, ya que nuestra libertad tiene un solo límite: el amor de nuestro Padre Dios.
Lejos de su hogar y con tanta plata a disposición, el joven se rodea de amigos de farra y mujeres de vida fácil. Como era previsible, pronto despilfarra todo el dinero y sus supuestos amigos se esfuman dejándolo sólo. Por colmo de la mala suerte, en ese país sobreviene una hambruna y él comienza a padecer hambre.
“El joven ha tocado el fondo: no solo ha perdido a su familia, sino que se ha perdido a sí mismo, su libertad y su identidad y dignidad de persona”
Busca trabajo, pero nadie se lo da, hasta que un hombre lo manda a cuidar cerdos. Pero, aun allí, para saciar su hambre, tiene que disputarse las bellotas con los chanchos. El joven ha tocado el fondo de su desdicha y humillación: no solo ha perdido todos sus bienes y su familia, sino que se ha perdido a sí mismo, su libertad y su identidad y dignidad de persona.
“El primer paso de la conversión es tener la valentía de sincerarnos con nuestra conciencia, y reconocer nuestras miserias y pecados”
Pero, cuando todo parece perdido, “entra en sí mismo” y piensa: “¡Cuántos jornaleros de mi Padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!” El primer paso de la conversión es entrar en nosotros mismos, tener la valentía de sincerarnos con nuestra conciencia y reconocer nuestras miserias y pecados.
“Reconocer nuestra necesidad la misericordia y el amor de Dios Padre, es el segundo paso a la conversión”
El segundo paso de la conversión es reconocer nuestra necesidad la misericordia y el amor de Dios Padre, seguida de la decisión de dejar cobijos malolientes y en ruina, y volver a la casa paterna. El joven, además, se prepara para el encuentro con su padre con una confesión sincera: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.”
“Tenemos que volver a la casa del Padre, confesar nuestros pecados y recibir el perdón por manos del ministro de la misericordia por la gracia de Dios”
No es suficiente reconocer en nuestro interior que hemos pecado ante Dios, también hay que expresarlo. A esto estamos llamados también nosotros: volver a la casa del Padre, acercarnos al sacramento de la penitencia, confesar nuestros pecados y recibir el perdón por manos del sacerdote, ministro de la misericordia por la gracia de Dios.
“Su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó”
“Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó”. El joven cumple su propósito y se pone en camino, pero, cuando todavía no ha llegado a la casa, el padre lo divisa. Él ha estado escrutando el camino, cada día, porque tiene la certeza de que, más temprano que tarde, su hijo va a volver. Es sabe que su hijo no encontrará en ningún lugar un corazón de padre y que, por esa amarga experiencia, va a recapacitar y apreciar su amor y el bienestar de la casa paterna.
Al ver a su hijo harapiento y demacrado, el padre corre a su encuentro, se conmueve entrañablemente, su corazón da un vuelco, lo abraza y lo besa, en señal de perdón. Él no hace ninguna referencia a sus sufrimientos por los errores del hijo, ni le hace el más mínimo reproche. A Él le basta haber recobrado a su hijo vivo y, sin más, manda a los servidores para que le traigan un vestido, le pongan el anillo al dedo y las sandalias a los pies, una señal clara de que le devuelve la dignidad y los derechos de hijo y de persona libre. Luego, lleno de alegría, manda matar al ternero gordo y da inicio a la gran fiesta: “porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”.
“En este encuentro, resalta el verdadero rostro de Dios, rostro de Padre que perdona, porque Él sólo sabe y quiere amar”
Pero no todos los de la casa participan de la fiesta. El hijo mayor, al regresar del campo, oye la música y los coros de la fiesta, se enoja y no quiere entrar. Con porte de creído, piensa que él, contrariamente a su hermano, ha hecho méritos suficientes para ganarse el amor y el trato privilegiado del padre porque no ha contradicho ni uno de sus mandatos.
“No pensemos que somos mejores de los demás porque cumplimos los mandamientos de Dios, esa actitud altanera nos impide ver la gratuidad del amor divino”
Tengamos cuidado, porque esto puede pasar también con nosotros y podemos creer que como somos mejores de los demás porque cumplimos los mandamientos de Dios, somos parte de la Iglesia y que por tanto merecemos su recompensa. Esa actitud altanera nos impide ver la gratuidad del amor divino que recibimos por su gracia y no como pago de nuestra buena conducta.
“El Padre busca despertar los sentimientos de humildad, misericordia y fraternidad que deben regir en las relaciones entre hermanos”
El Padre nuevamente toma la iniciativa y sale a rogarle para que entre, porque lo ama, a pesar de su rechazo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”. El Padre ama a ambos hijos por el solo hecho que son sus hijos, más allá de sus conductas. Así como ha perdonado al hijo menor, ahora busca despertar en el mayor los sentimientos de humildad, misericordia y fraternidad que deben regir en las relaciones entre hermanos.
“Dios siempre está dispuesto a perdonarnos, por eso nuestro corazón se llena de gozo y nos mueve a acercarnos a Él y a dejarnos reconciliar con Él”
El final festivo de la parábola nos da la certeza de que Dios siempre está dispuesto a perdonarnos, por eso nuestro corazón se llena de gozo y esperanza y nos mueve a acercarnos a Él y a dejarnos reconciliar con Él, como nos suplica San Pablo:” En nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios”. Devolvamos la primacía a la gracia del Señor, dejémonos amar por Él que nos perdona, nos quiere traer de vuelta a su casa y hacer una gran fiesta por habernos devueltos a la vida.
“Dios nos ofrece la posibilidad de reconciliarnos con Él y con los demás, e instaurar relaciones basadas en el amor, el perdón y la paz”
Hoy nos inundan sentimientos de alegría y de sincera gratitud, porque Dios nos ofrece la posibilidad de reconciliarnos con Él y con los demás y porque, gracias a Él, estamos en condición de instaurar, entre todos, nuevas relaciones basadas en el amor, la reconciliación, el perdón, la armonía y la paz: “Gusten y ven que bueno es el Señor”.