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miércoles 29 noviembre 2023
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Que el Niño Dios les traiga a todos, consuelo, serenidad, alegría y paz, pide arzobispo en el Saludo Navideño

Campanas. La Iglesia católica de Santa Cruz celebró su tradicional saludo navideño, y desde la Catedral el Arzobispo de Santa Cruz  pidió, “Que el Niño Dios les traiga a todos, consuelo, serenidad, alegría y paz.

Así mismo el prelado  afirmó que el Niño acostado en la pobreza y humildad del pesebre nos hace descubrir que no hay amor más grande, que el amor que desciende, se agacha y se hace dependiente. Dios ha optado por hacerse niño, débil y necesitado de nuestro amor a fin de que su grandeza no nos atemorice. Ante un niño no podemos tener miedo, sólo podemos amarlo.

El saludo navideño fue dirigido por  Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz, y acompañaron los Obispos Auxiliares; Mons. Estanislao Dowlaszewicz y  Mons. René Leigue.

En el establo de Belén aparece la gran luz que el mundo espera y que nunca se ha apagado. A nosotros acoger esa luz para que encienda en nuestro corazón la llama de la bondad de Dios y que, con nuestro amor, llevemos la luz al mundo, dijo Monseñor.

Reconocemos la oscuridad de un mundo cerrado que se nos muestra sin duda en la realidad cotidiana, pero Dios no se deja encerrar afuera. Él encuentra un espacio y aunque entre por el establo, hay hombres que ven su luz, la transmiten y que se esfuerzan para disipar tanta justicia y remover el velo que oscurece y empaña la verdad, y que es fuente de sufrimientos y angustias para tantos inocentes.

Sólo si cambiamos nosotros, cambiamos la sociedad, pero para cambiar, necesitamos la luz de Dios, esa luz que de modo tan inesperado ha entrado en nuestra noche.

 Mons. Gualberti aseveró que  como a los pastores y a los sabios magos, la luz nos llama a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros planes e intereses mezquinos para ir al encuentro del Señor, contemplarlo y adorarlo; adorarlo abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

El Niño Dios se nos da y nos da su paz, no cualquier paz. Nos hace el don de la paz para llevarla en lo más hondo de nuestro ser y comunicarla a los demás; siendo artífices de paz y contribuyendo así a la paz en nuestra familia y en nuestra sociedad tan dividida y enemistada.

Así también el prelado  pidió que  con nuestro compromiso hagamos que donde hay discordia nazca la paz; donde reina el odio surja el amor y donde dominan las tinieblas brote la luz. Donde está el Señor, allí hay paz.

El Arzobispo cruceño nos exhortó a no olvidar los hermanos y hermanas que van a pasar la Navidad en la tristeza y la soledad, en la enfermedad y en el sufrimiento. Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en la Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso nuestra vida y la del mundo, a menudo inmersa en la tristeza y el vació de la sociedad consumista.

Contemplando al Niño Dios con estos sentimientos de alegría y con el canto de los Ángeles quiero expresar mis agradecimientos más sentidos, mis felicitaciones de Santa Navidad y mis augurios de un Año Nuevo bendecido por el Niño Dios a todos y cada uno de ustedes aquí presentes: a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos, a la vida consagrada, a los seminaristas, a los agentes de pastoral, a los laicos y laicas comprometidos en nuestras instituciones, a las parroquias, a las Comunidades Eclesiales de Base, a los Movimientos Apostólicos, a las familias y a todos los fieles de nuestra querida Iglesia de Santa Cruz, dijo Monseñor en su mensaje navideño.

Mons. Sergio pidió Una oración y recuerdo muy particular al Niño Dios por los pobres, los enfermos tanto los que están en sus casas como los que están en hospitales y clínicas, los niños y las personas en situación de calle, los ancianos desamparados, los que han sido despedidos de su trabajo, los migrantes y los prófugos, las víctima de la mentira y de la injusticia, los privados de libertad y todos los hermanos y hermanas sufridos, solos y abandonados.

La Navidad no es un simple hecho histórico, sino algo que se prolonga hasta el final de la historia, signo de nuestro misterioso renacer a la vida divina; y este nacimiento nos hace hombres nuevos, que debemos sentir, pensar, amar y obrar de manera nueva. Dios, viene hasta nosotros en un pobre  pesebre, para que comprendamos que, en la pequeñez, está el camino y la puerta para llegar y encontrarse con Él.

Este año nuevamente en medio de esta realidad sufriente de la pandemia del Covid 19  y con la responsabilidad de cuidar la vida de todos, este encuentro eclesial se  realizó con el 50% de aforo. Participaron de este encuentro eclesial Sacerdotes, Religiosas, Religiosos y Agentes de Pastoral. Así mismo esta celebración fue trasmitida por las plataformas digitales: Campanas,  y Diakonia.edu.bo

Después de la reflexión del Arzobispo, un grupo de niñas del Hogar  Sagrados Corazones realizaron la escenificación del nacimiento del niño Dios.

Luego del canto de los villancicos a cargo del coro del Hogar Sagrados Corazones, el Arzobispo Mons. Sergio Gualberti realizó la bendición final.

Hemos de anunciarlo a todo el mundo. Dios se ha hecho hombre y está entre nosotros. Jesús es el mensajero de paz,  estamos alegres porque nos ha nacido un Niño, se nos ha dado un Salvador. ¡Feliz Navidad! a todos y que el Niño Jesús nos traiga alegría y esperanza! Y que además seamos capaces de comunicar estos gozos a nuestros hermanos.

 

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“Saludo Navideño del Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Gualberti”

 NOCHE DE NAVIDAD

Desde siempre la noche y las tinieblas, en el imaginario humano, han sido consideradas como signos de la inseguridad, el miedo, el mal y la muerte y en la Biblia se han vuelto la expresión del pecado y de la ausencia de Dios.

NOCHE DE AMOR

En las tinieblas de la noche y en el silencio profundo de la campiña de Belén, entre el estupor de los pastores, aparece la luz del Niño pobre y acostado en el pesebre que convierte la noche en luz, el miedo en esperanza, el odio en amor y la muerte en vida. En ese Niño débil y vulnerable Dios muestra todo su amor, despojándose de toda grandeza y seguridad, y dándose a sí mismo como don para conducirnos por el camino del amor.

El Niño Dios “envuelto en pañales” y acostado “en un pesebre” (cf. Lc 2, 12), al igual que fue acogido por los pastores, nos pide también a nosotros ser acogido en nuestro corazón, para que miremos de un modo nuevo las realidades de cada día, gustemos la fuerza de su amor y de la gracia del perdón de Dios y amemos a los hermanos débiles y a los que sufren.

Solo el amor hace surgir la luz en el mundo; el odio deja el mundo en la oscuridad. En los corazones cerrados, el amor de Dios no encuentra resquicio alguno por donde entrar: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Como en esa noche, hoy la Palabra encarnada, por quien fue creado el universo entra en el mundo, no se la escucha, no se la acoge y de la misma manera tantos hermanos y hermanas necesitados no encuentran un lugar porque ocupado por el egoísmo, la codicia y la ambición de poder de unos pocos. Pero el Niño Dios desiste de llamarnos a acogerlo y a colaborar para que en el silencio y la humildad, crezca el reino de Dios, desde el establo, la nueva familia y el mundo nuevo. Él es el primogénito de nosotros sus hermanos que nos une en familia a su alrededor y nos ayuda a reconocer su rostro en el los que nos necesitan, los desamparados, los que sufren y todas las personas. El Niño acostado en la pobreza y humildad del pesebre nos hace descubrir que no hay amor más grande, que el amor que desciende, se agacha y se hace dependiente. Dios ha optado por hacerse niño, débil y necesitado de nuestro amor a fin de que su grandeza no nos atemorice. Ante un niño no podemos tener miedo, sólo podemos amarlo.

NOCHE DE LUZ

Esa noche ha sido la primera Epifanía, la “manifestación” e irrupción de la luz divina en el mundo lleno de oscuridad y de problemas sin resolver. La revelación de la gloria de Dios, ha difundido en el mundo la luz, como nos dice san Juan: “Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5).

La luz es conocimiento y verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia y es la fuente de vida que nos hace vivir y nos indica el camino. En el establo de Belén aparece la gran luz que el mundo espera y que nunca se ha apagado. A nosotros acoger esa luz para que encienda en nuestro corazón la llama de la bondad de Dios y que, con nuestro amor, llevemos la luz al mundo.

Reconocemos la oscuridad de un mundo cerrado que se nos muestra sin duda en la realidad cotidiana, pero Dios no se deja encerrar afuera. Él encuentra un espacio y aunque entre por el establo, hay hombres que ven su luz, la transmiten y que se esfuerzan para disipar tanta justicia y remover el velo que oscurece y empaña la verdad, y que es fuente de sufrimientos y angustias para tantos inocentes. Como a los pastores y a los sabios magos, la luz nos llama a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros planes e intereses mezquinos para ir al encuentro del Señor, contemplarlo y adorarlo; adorarlo abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.

Sólo si cambiamos nosotros, cambiamos la sociedad, pero para cambiar, necesitamos la luz de Dios, esa luz que de modo tan inesperado ha entrado en nuestra noche.

NOCHE DE PAZ

“Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por él”. El Niño Dios se nos da y nos da su paz, no cualquier paz. Nos hace el don de la paz para llevarla en lo más hondo de nuestro ser y comunicarla a los demás; siendo artífices de paz y contribuyendo así a la paz en nuestra familia y en nuestra sociedad tan dividida y enemistada. Él nos ama para que nosotros nos convirtamos en personas que aman junto con Él y así haya paz en ella.

Con nuestro compromiso hagamos que donde hay discordia nazca la paz; donde reina el odio surja el amor y donde dominan las tinieblas brote la luz. Donde está el Señor, allí hay paz.

NOCHE DE ALEGRÍA

De pronto se unió al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios”. Las alabanzas y el canto de los ángeles son la expresión de la alegría porque el cielo y la tierra se encuentran nuevamente unidos; porque nosotros nos hemos unido nuevamente a Dios.

Solo en el recogimiento interior del silencio de los sentidos y distracciones podemos gustar la alegría profunda que trae el nacimiento del Redentor, sin olvidar los hermanos y hermanas que van a pasar la Navidad en la tristeza y la soledad, en la enfermedad y en el sufrimiento. Con la humildad de los pastores, pongámonos en camino, en la Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y hará más luminoso nuestra vida y la del mundo, a menudo inmersa en la tristeza y el vació de la sociedad consumista. Sólo el corazón vigilante es capaz de creer en el mensaje y el canto nuevo de los ángeles se convierte en el canto de los hombres: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por él». La alegría forma parte de la noche santa por la cercanía de Dios, por la belleza, por la grandeza y por la bondad, que en esta Noche Santa se nos manifiestan. Por eso, el canto de los ángeles se ha convertido en un nuevo canto de amor y alegría, un canto de los que aman y quieren amar.

NOCHE DE GRATITUD

En esta tarde, nosotros nos unimos llenos de gratitud a este cantar de todos los siglos, que une cielo y tierra, ángeles y hombres. Sí, te damos gracias Dios por tu gloria inmensa y por tu amor.

Contemplando al Niño Dios con estos sentimientos de alegría y con el canto de los Ángeles quiero expresar mis agradecimientos más sentidos, mis felicitaciones de Santa Navidad y mis augurios de un Año Nuevo bendecido por el Niño Dios a todos y cada uno de ustedes aquí presentes: a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos, a la vida consagrada, a los seminaristas, a los agentes de pastoral, a los laicos y laicas comprometidos en nuestras instituciones, a las parroquias, a las Comunidades Eclesiales de Base, a los Movimientos Apostólicos, a las familias y a todos los fieles de nuestra querida Iglesia de Santa Cruz.

Una oración y recuerdo muy particular al Niño Dios por los pobres, los enfermos tanto los que están en sus casas como los que están en hospitales y clínicas, los niños y las personas en situación de calle, los ancianos desamparados, los que han sido despedidos de su trabajo, los migrantes y los prófugos, las víctima de la mentira y de la injusticia, los privados de libertad y todos los hermanos y hermanas sufridos, solos y abandonados. Que el Niño Dios les traiga a todos, consuelo, serenidad, alegría y paz. «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por él». Amén.

Graciela Arandia de Hidalgo



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