Campanas. En su homilía el Arzobispo, Mons. Sergio Gualberti, desde la Catedral asegura que el Señor nos pide, como a sus discípulos, ser testigos de la Resurrección a través de la atención y gestos cotidianos de amor y entrega en el hogar, a través de la solidaridad hacia los necesitados y a través de nuestro sentido de responsabilidad acatando las medidas dispuestas por las autoridades, conscientes que la salud nuestra y de los demás depende de cada uno de nosotros.
El Arzobispo de Santa Cruz, Mons. Sergio Alfredo Gualberti Calandrina, ha celebrado en este II Domingo de Pascua, día de la Divina Misericordia, la Santa Misa en la Basílica Menor de San Lorenzo Mártir – Catedral. Concelebraron los Obispo Auxiliarles de nuestra Arquidiócesis; Mons. Estanislao Dowlaszewicz y Mons. René Leigue.
Así mismo el Prelado afirma que la misión de la Iglesia primitiva es la misión de toda la Iglesia y de cada uno de nosotros: anunciar y ser testigos de la Resurrección del Señor en todos los tiempos y lugares hasta el día de hoy.
Como el Resucitado se apareció a sus discípulos, de la misma manera se aparece en nuestra vida de cristianos. En este tiempo en el que nosotros, como los apóstoles, estamos a puertas cerradas a causa de la pandemia, Jesús Resucitado se hace presente en nuestros hogares dando testimonio del amor y la misericordia de Dios trayendo serenidad, dando vigor a nuestra esperanza, fortaleciendo nuestra debilidad, disipando nuestras incertidumbres y miedos y sustentándonos en la dura experiencia de la cuarentena, dijo el Arzobispo.
Él se hace presente en nuestras familias en particular a través de su Palabra, las celebraciones, las oraciones y tantos buenos mensajes y palabras de aliento que se transmiten por los medios digitales, pero también a través de las personas que, con generosidad y dedicación arriesgan el contagio, estando en primera línea en la lucha en contra de la pandemia, dice Mons. Sergio.
A cada uno de nosotros que hemos encontrado al Señor, Él nos pide, como a sus discípulos, ser testigos de la Resurrección a través de la atención y gestos cotidianos de amor y entrega en el hogar, a través de la solidaridad hacia los necesitados y a través de nuestro sentido de responsabilidad acatando las medidas dispuestas por las autoridades, conscientes que la salud nuestra y de los demás depende de cada uno de nosotros.
Confiados en la palabra y testimonio del Resucitado que nos ha revelado el rostro misericordioso de Dios, le pedimos que nos haga ser dichosos y generosos “testigos de la Resurrección” con la esperanza de “tener vida en su nombre” y escuchar un día las palabras consoladoras: “¡Felices los que creen sin haber visto!”
Homilía de Mons. Sergio Gualberti, Arzobispo de Santa Cruz
II Domingo de Pascua- “Día de la Divina Misericordia”
Amados hermanos y hermanas que, desde sus hogares, participan en esta celebración, el Evangelio de este Domingo, dedicado a la Divina Misericordia, nos presenta dos apariciones del Resucitado a sus discípulos ambas el 1er día de la semana, una el día mismo de la Resurrección del Señor y la otra a los ocho días. A partir de la Resurrección de Jesús, acontecimiento central de nuestra fe cristiana, el primer día de la semana se ha vuelto el “Domingo”, día del Señor y de la comunidad cristiana.
Todos los discípulos, menos Tomás, están reunidos en un lugar a puertas cerradas, traumados por la muerte violenta de Jesús y con miedo a los judíos. Ni la tumba vacía ni el testimonio de María Magdalena, que les había dicho que el Señor estaba vivo y que lo había encontrado, es suficiente para que ellos venzan sus dudas y temores.
De pronto, el Resucitado se hace presente en medio de ellos con el saludo: “La paz esté con Ustedes“. Son las primeras palabras del Resucitado, el saludo pascual del “Señor de la Paz”, don prometido a los discípulos en su discurso de adiós en la última cena: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”. No la paz del mundo, sino su paz, don del Espíritu, la paz de las nuevas relaciones con Dios y entre nosotros, fundadas sobre el amor, la fraternidad, la solidaridad y la armonía.
“Los discípulos se alegraron”. La aparición del Resucitado libera el corazón de los discípulos de la tristeza y del dolor de la despedida de la última cena, de la pasión y de la crucifixión de Jesús y los colma de alegría. A los ocho días de ese primer encuentro, Jesús vuelve a aparecer a los discípulos y, esta vez, está presente también Tomás que se rehusaba en creer que Jesús había resucitado.
El Señor, luego de saludar con el mismo augurio: “La paz esté con ustedes”, se dirige a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado”. Jesús muestra las heridas de la pasión, las heridas del amor, signos indelebles que no se borran ni con la resurrección. Ante las marcas patentes de la pasión, prueba indiscutible de que Él es el mismo Jesús que estuvo clavado en la cruz, Tomás hace su sincera profesión de fe:” Señor mío y Dios mío.
Como hemos visto, tanto Tomás como los discípulos, en un primer momento, no reconocen a Jesús Resucitado, dudan, temen y se muestran reacios a creer. Su actitud puede hacer surgir en nosotros una pregunta ¿Por qué dudan si lo ven presente en medio de ellos y si ya lo conocían de años de convivencia? Porque la figura corpórea de Cristo no es la misma que la de antes de su resurrección. El Resucitado posee ahora un cuerpo real, pues no es un fantasma; pero su cuerpo ya no es material sino glorioso; “cuerpo espiritual“, como dice san Pablo, un cuerpo capaz de atravesar los muros y las puertas cerradas.
Por eso los discípulos reconocen que Jesús ha Resucitado solo después que les Él les muestra las llagas de la crucifixión, comparte con ellos la comida y les enseña su palabra, disipa sus dudas y temores y les da la certeza de que ¡Jesús vive! Luego el Resucitado, soplando sobre los discípulos, les otorga el otro don prometido en la última cena: “Reciban el Espíritu Santo”, el Espíritu que el crucificado encomendó en las manos del Padre.
Es el mismo Espíritu de la creación que hace vivir la nueva humanidad redimida y salvada y que transforma los discípulos, asustados y miedosos, en testigos valientes de Jesús Resucitado y que los habilita para la misión: “Cómo el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”.
El Señor les confía su propia misión y los envía, con la fuerza y el dinamismo del Espíritu, a anunciar a todo el mundo la buena noticia: Jesús, el Mesías, ha resucitado. Por eso pueden proclamar: “Nosotros hemos visto y somos testigos”. Los discípulos son enviados no a predicar una doctrina, sino a compartir su experiencia de “testigos de la resurrección” hasta el martirio.
La primera lectura nos presenta el impacto que provocó el primer anuncio de la Resurrección de Jesús acompañado del testimonio de los discípulos: el surgimiento de la Iglesia primitiva. La acogida de la Buena Noticia del Señor resucitado produce un cambio radical en la vida de los primeros convertidos, que se encuentran para escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivir su fe en comunidad, partir el pan de Vida y, como hermanos, compartirlo junto a sus bienes con los pobres y necesitados, con la alegría de haber sido regenerados a la vida nueva y con el compromiso de ser testigos de Jesús Resucitado.
La misión de la Iglesia primitiva es la misión de toda la Iglesia y de cada uno de nosotros: anunciar y ser testigos de la Resurrección del Señor en todos los tiempos y lugares hasta el día de hoy.
Como el Resucitado tomó la iniciativa y se apareció a sus discípulos, de la misma manera se aparece en nuestra vida de cristianos. En este tiempo en el que nosotros, como los apóstoles, estamos a puertas cerradas a causa de la pandemia, Jesús Resucitado se hace presente en nuestros hogares dando testimonio del amor y la misericordia de Dios trayendo serenidad, dando vigor a nuestra esperanza, fortaleciendo nuestra debilidad, disipando nuestras incertidumbres y miedos y sustentándonos en la dura experiencia de la cuarentena.
El Señor lo hace de muchas maneras, no obstante, para reconocerlo, hace falta despejar nuestras dudas y renovar nuestra fe en Él, al igual que el apóstol Tomás. Él se hace presente en nuestras familias en particular a través de su Palabra, las celebraciones, las oraciones y tantos buenos mensajes y palabras de aliento que se transmiten por los medios digitales, pero también a través de las personas que, con generosidad y dedicación arriesgan el contagio, estando en primera línea en la lucha en contra de la pandemia.
A cada uno de nosotros que hemos encontrado al Señor, Él nos pide, como a sus discípulos, ser testigos de la Resurrección a través de la atención y gestos cotidianos de amor y entrega en el hogar, a través de la solidaridad hacia los necesitados y a través de nuestro sentido de responsabilidad acatando las medidas dispuestas por las autoridades, conscientes que la salud nuestra y de los demás depende de cada uno de nosotros.
Confiados en la palabra y testimonio del Resucitado que nos ha revelado el rostro misericordioso de Dios, le pedimos que nos haga ser dichosos y generosos “testigos de la Resurrección” con la esperanza de “tener vida en su nombre” y escuchar un día las palabras consoladoras: “¡Felices los que creen sin haber visto!” Amén
Fotografía. Javier Vargas – Diakonía